domingo, 4 de diciembre de 2005

HOMILÍA 2º DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B 2005


Comenzamos nuestra segunda etapa en el itinerario del Tiempo de Adviento, verdadero clima espiritual del cual debemos imbuirnos.

Una vez más la figura fuerte de Juan el Bautista es nuestra guía. Es este Profeta y Bautista el que nos ayuda a compenetrarnos en la actitud fundamental del Adviento.

Dos símbolos nos son propuesto para un proceso que estamos invitados a vivir de forma continua: agua y Espíritu, son los símbolos, conversión el proceso.

La conversión comienza en mí. Toda revisión de vida comienza por mí revisión de vida. Es la sana “acusación de sí mismo” que todos debemos practicar. Pongo un ejemplo contrario para clarificar: el o la “chusma” que de forma inapelable emite juicios sobre los demás y se la pasa revisando la vida de los otros y criticando sutil o despiadadamente, como si el o ella no tuvieran de que corregirse o enmendarse en sus vidas; permanentemente empiezan de “0” como si sus vidas fueran inmaculadas y solo las de los otros fueran impuras e inaceptables, contradiciendo al Señor Jesús que nos ha mandado “mira primero la viga en tu ojo y luego la paja en el ojo ajeno”. Nuestras necesarias correcciones para ajustarnos al Evangelio como regla de vida deben tener en mí su primera recepción y ensayo para ir con misericordia al otro. Con cuanta menos agresividad e intransigencia viviríamos los vínculos matrimoniales, familiares, de amistad, comunitarios y sociales si partiéramos de cada uno.

Pero además de empezar por mí, la conversación tiene un ámbito comunitario donde debe desarrollarse, así, cada familia, cada comunidad cristiana, cada sociedad, debe entrar en las aguas de la conversión para poder permanecer viva y en la búsqueda permanente de la realización de la esperanza. Cuanta menos violencia habría si viviéramos en un ambiente generalizado de transformación hacia la Buena Noticia de Jesús.

Ninguna evolución en vivir el Evangelio sería posible si no partimos del triunfo de Jesús sobre el pecado y la muerte. Nosotros no podemos extraer de nuestro pecado, ni nuestra buena voluntad lo que necesitamos si no fuera porque ya está realizado en Jesús, Mesías e Hijo de Dios. Es importantísimo partir desde la victoria de Jesús, eso hace posible y real que el cambio se de porque el Espíritu nos conduce hacia ese Jesús que entro en la historia y permanece en medio de nosotros, y por eso esperamos la plenitud de lo que ha comenzado.

No podemos avanzar en el camino de una vida cristiana sin los medios del Espíritu que son: la Palabra de Dios (Juan el Bautista se define a sí mismo desde La Palabra, ¿nosotros desde dónde nos definimos a nosotros?); la Eucaristía presencia encarnada de Jesús entre nosotros, a quién yo voy para que me transforme en Él; la Oración comunicación continua con Dios que me permite vivir en su presencia; y la Caridad encuentro en el amor con Jesús pobre y necesitado a quien no podemos negar que pasa por delante nuestro cada día.

Por este camino llegamos a nuestra misión de profetas de la esperanza en el Dios que es Presencia y Acción: “…Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá: «¡Aquí está tu Dios!»”