Homilía 6º Domingo de Pascua, Ciclo C, 5 de mayo
de 2013
“El que me
ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en
él…”, dice hoy Jesús. La experiencia de la
interiorización de la palabra de Jesús y del amor del Padre, es un paso
fundamental en nuestra relación con Dios.
Tan es así que, todos nosotros buscamos que
todas las experiencias de amor que vivimos se interioricen. Llevar dentro a
quienes conocemos y amamos nos importa.
Ese es el sentido de una foto que guardamos, de una carta, un regalo,
etc… producir la experiencia de interiorización. Que aquello que ha sucedido
fuera de nosotros, no solo se imprima en nuestro interior sino que esa
interiorización nos permita vivir es relación siempre a pesar de la distancia o
ausencia de una persona.
Nuestra experiencia de interiorización se da
según Jesús, por medio de guardar, ser fiel y cumplir. Quien guarda, acoge,
imprime, conserva, se impregna y vuelve una y otra vez sobre esa palabra viva
que está llamada a perdurar. Pero si esa experiencia de guardar es posibles es
además porque lo que se guarda es Vivo y a la vez asimilable. No se puede
perder por la virtud de la palabra de Jesús y del amor del Padre.
Ahora, no basta con guardar, sino ser fiel y
poner por obra. La fidelidad es para Jesús la consonancia, la actitud de ser
consecuente, de sacar fuera lo que vive dentro. Es fiel hoy quien deja
trasparentar la experiencia de Jesús que vive en sí. Es fiel quien hoy da
testimonio viviente en cada situación, porque el aprendizaje interior está vivo
y hace posible la transmisión a otros. Así, quien es fiel poner en acción lo
que lleva en sí y recibe en sí. Poner por obra es justamente llegar a la meta,
ir hasta el final, consumar el proceso de amor iniciado por el Señor en una respuesta
acabada de nuestra parte, sin guardarnos nada, como nada se ha guardado quien
nos ha dado no solo su palabra sino su propia vida y más aún, el amor del
Padre.
Pero, por sobre todo para Jesús nuestra
experiencia de fidelidad a su palabra es una manifestación de amor, una
manifestación de amor de nosotros hacia Jesús. Nuestro amor a la palabra de
Jesús, no es un amor literario, no amamos un libro, un concepto, o un conjunto
de ideas. Nosotros amamos a la persona de Jesús que nos da sus palabras como
manifestación de su amor y del amor del Padre y que nos regala la posibilidad
de manifestarle nuestro amor.
Tenemos siempre una deuda de amor con Jesús y
el Padre. Nos adueñamos muchas veces de esa presencia interior considerando que
Dios está en nosotros, pero es el mismo Señor quien nos dice que esa presencia
interior es obra de Dios pero también tarea de los hombres en ser fiel a la
palabra recibida, y la primera la de ser fiel a que esa presencia interior Dios
quiere regalarla como manifestación de nuestra reciprocidad.
Y quien es fiel a la palabra de Jesús es fiel a
la experiencia de Jesús de desear con gozo volver al Padre. Para no
experimentar la ausencia física de Jesús con paz y gozo, debemos tener la misma
meta que Jesús. Si la perspectiva de volver al Padre se desdibuja de nuestro
deseo y meta, es imposible que nos alegremos de esa partida de Jesús y que
aceptemos y vivamos enteramente la acción del Espíritu en nosotros y entre
nosotros.
Nuestra paz, una vez más se ve desafiada por
ser la paz de Jesús. La paz de volver al Padre, la paz de nuestro destino de
pertenencia al ámbito de vida del Padre. Si nuestra paz sigue atada a durar
aquí en el tiempo y el espacio que vivimos y en conseguir bienes que nos
aseguran la existencia en el aquí y ahora, esa paz que promete Jesús es abandona
y por lo tanto es imposible.
Nuestra presencia en el tiempo y el espacio
presente necesita siempre un replanteo frente a la experiencia de Jesús y
frente a los desafío de nuestra época. ¿Cómo
atender al presente sin renunciar a volver al Padre? ¿cómo estar ligados al
Padre sin desdibujar nuestra presencia en el presente? Necesitamos antever
estas preguntas son sinceridad y valentía. Ya no estamos en el tiempo del fuga
mundi, pero tal vez estemos asentándonos en el tiempo de atornillarnos al
presente renunciado a nuestra aspiración a una presencia interior, a un volver
al Padre y a una paz que no provienen de nosotros, pero que necesita nuestro
protagonismo.
Estamos llamados a protagonizar una presencia
desequilibrante en nuestro tiempo sin renunciar a la presencia desequilibrante
de estar en la experiencia de Jesús de volver al Padre y de su amor fiel.
escuchando estas palabras: “El Espíritu Santo, y nosotros
mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables…”
¿Cuáles son nuestras cargas
indispensables para vivir la salvación de Jesús? ¿Cuáles no son esas cargas
indispensables y que nos imponemos unos a otros en la Iglesia?
Son preguntas del Espíritu que debemos
respondernos y vivir en consecuencia.
Concédenos, Padre, continuar celebrando con amor y alegría
la victoria de Cristo resucitado, y que el misterio de su Pascua transforme
nuestra vida y se manifieste en nuestras obras.
P. Sergio-Pablo Beliera