domingo, 19 de febrero de 2017

HOMILIA 7º DOMINGO TO, CICLO A, 19 DE FEBRERO DE 2017

Escuche hace tiempo una pequeña historia: un hombre remoto y sencillo, empezó a amar a todo el que se encontraba a su paso, y en la medida que se encontraba con alguno que lo odiaba, empezó a amarlo también. De pronto se encontró que cuanto más amaba, más personas lo odiaba, pero a la vez los que él había amado comenzaban a imitarlo. Se detuvo en su marcha y preguntó a los que lo odiaban: ¿porqué me odian? Le respondieron, por qué cuando tú amas a los que te odian pones de manifiesto que tu amor es grande y no estamos dispuestos a que alguien sea más que nosotros, así que como tu amor son escandaliza, te odiamos. Luego preguntó a los que había amado y lo seguían, ¿porqué me siguen e imitan? Le respondieron, porque haz rotos las cadenas de la indiferencia, y somos tan felices de ser amados que queremos que otros también lo experimenten, y en la medida que amamos más nos vemos más y más amados y libres. El hombrecito prosiguió su caminos amando y seguido de sus nuevos amigos, se perdieron en las líneas del tiempo y del espacio.

Las historias del odio son atroces, sus imágenes vergonzosas, y sus palabras inaudibles. El odio no sabe hacer historia y mucho menos historias. Lo que el odio hace en desnudar nuestra miseria y no dejarnos salir de ellas, el odio es a fin de cuenta el fin anticipado de toda historia y de cada historia humana. Su instrumento final es la venganza, la vergonzante venganza que desnuda que ha dejado de ser humano. Casi podríamos decir que aprender a dejar el odio de lado es como darse la oportunidad de aprender a vivir. A vivir en otra esfera temporal y en otro espacio.

“Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo…” Si Jesús hubiese pronunciado estas palabras solamente, sería un hombre de una gran ética, un gran pensador, un hombre sensato. Pero Jesús, las vivió en carne propia, su historia es la historia de un hombre que ama a sus enemigos y hace el bien a los que no lo aman, un hombre fuera de las esferas del odio y de la venganza. Cuando Jesús ama es el pensamiento concretado, la filosofía superada en sus supremas reglas universales, la dignidad humana tangible, el hombre que desde la plataforma de la dura tierra se alza a las puertas que constituyen el cielo.

Cuando pensamos que el enemigo viene a ser el rival de mis conquistas, empezamos a estar bajo su dominio. El paso siguiente es redoblar las fuerzas para defenderme y defender lo que es mío. Y cuando empiezo a no poder, entonces empiezo a hacer trampas sutiles. Y cuando ya veo que ni eso alcanza me lanzo tras una trampa mayor aún cuando. Todos los espacios que transitamos quedan tocados por este esquema simplificado. Basta con repasar lo que pasa en nuestras casas, escuelas, clubes, el trabajo, la calle, etc.

Reeducarnos de esta mirada es esencial para que no degrademos el amor a los enemigo a una mera utopía, o un valor incansable y por lo tanto inútil.
Porque cada vez que degradamos esta cumbre del amor cristiano, perdemos el norte: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”. Si para nuestros ojos las faltas de amor son hirientes, imaginémonos lo que podrían ser para el Padre Dios, sin embargo él no se deja llevar por eso y desborda en más amor a toda persona envuelta en una situación de desamor u odio. La perfección del Padre es su plenitud de amor, su amor desplegado en situaciones de desamor u odio. El Padre Dios no tiene enemigos ni en su corazón, ni en su mente, ni en su mirada, él ama lo no amable.
Desde aquí, el enemigo, el amor difícil, no es otra cosa que las fronteras hasta donde hoy he amado y que estoy llamado a superar. Es entonces, cuando abrazados al amor sin fronteras de Jesús como el Padre, que podemos lanzarnos a conquistar la próxima cumbre, la orilla descubierta, a cruzar el desierto en busca del oasis. Como cuando llego a los pies de la cama de una enfermo gravemente herido y siento inmediatamente lo infranqueable de su experiencia y la mía, hasta que me logro concentrar en un aspecto amable en él y supero los límites ahora de mí propio corazón sumergiéndome en el suyo.

Esta es nuestra escuela, la cruz de Jesús que señala el corazón del Padre. Esa es nuestra fuente fresca, nuestro aire puro, el culmen de nuestras aspiraciones que nos marca el paso inicial y el siguiente. Es nuestra llamada original e irrenunciable que estamos llamados a resolver. Lejos de necesitar una receta, lo que necesitamos es él ejemplo que nos seduce a ser creativos y originales en los campos humanos del amor, amor aún al enemigo, que por ese mismo amor deja de serlo en mi propio corazón y tal vez también en el suyo.


P. Sergio-Pablo Beliera