domingo, 8 de julio de 2012

HOMILÍA 14° DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 8 DE JULIO 2012


HOMILÍA 14° DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 8 DE JULIO 2012
“Y él se asombraba de su falta de fe” ¡Cuantas veces te has tenido que asombrar de mi falta de fe, Señor! ¡Cuántas veces he entristecido tu corazón y empalidecido tu rostro, mi Señor! ¿Cómo es que te he hecho esto?
Seguramente ha sido cuando he dejado de asombrarme de tu fe, si de tu fidelidad, de tu abnegada permanencia a pesar de todo y más aún de tu inexplicable abajamiento a una forma de existencia que no deslumbra, no maravilla, tan próximo que te has vuelto claramente uno de los nuestros hasta la insignificancia. Yo puedo decir con los tuyos: “¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?” Tan conocido que te has vuelto irreconocible para mi asombro, acostumbrado a una imagen falsa de lo que significa destacarse, agregar algo a un cambio profundo.
Quien se ciega del asombro de lo cercano, de lo humano, se vuelve sordo a la voz que nos guía y saca de toda dispersión. Esa voz divina que congrega en el punto focal de donde partimos para existir, para ser nosotros mismos según tu maravillosa y sencilla “imagen y semejanza”. Increíblemente el que nos hizo a su “imagen y semejanza” es irreconocible para nosotros cuando se nos presenta en esa misma “imagen y semejanza”. Y si, solo la fe puede ver, solo la fe puede escuchar, solo la fe puede palpar, solo la fe puede reconocer, al que tiene rostro humano, al que tiene voz humana, al que tiene textura humana, al que tiene imagen humana, y guarda el tesoro de ser Dios entre nosotros.
¿Qué queda después de un recital en una estrella de rock? Un hombre o una mujer como nosotros. ¿Qué hay de un descollante futbolista después de un partido, en el vestuario? Un simple hombre teniendo que afrontar estar en la tierra. ¿Qué hay detrás de un gran hombre de negocios? Un simple mortal que también siente el peso de serlo. ¿Qué hay de tras de una entrañable madre y un esmerado padre? Una mujer y un hombre que también necesitan ser amado. Nos revelamos ante tan contundente revelación. Queremos un dios detrás de la máscara de todos ellos. Eso, eso, solo es posible en Jesús de Nazaret. Solo en ti mi humano Señor, mi hermano Mayor, mi lúcido Maestro, mi presencia insignificante que Cura, mi palabra humana-Divina… Lo que busco y pretendo en mi imaginario de todos los demás, solo lo puedo encontrar en ti, amado Jesús de Nazaret. Rechazando tu asumida impotencia, abrazo hasta el dolor mi triste y ficticia omnipotencia.
¿Dónde quiero llegar con mi obstinación inútil? ¿Dónde pretendo llegar con mi corazón endurecido? ¿Para qué esta rebeldía inútil? ¿A qué viene esta sublevación constante e impaciente? Tu sí que lo haces con sentido…
Te obstinas en amarnos hasta desangrarte… Estas obstinado en conquistar nuestra atención… Sanamente obstinado en servirnos alegremente…
Tu ablandas increíblemente tu corazón hasta el extremo de abrirlo y darlo todo… Tu corazón se enciende en mansedumbre y ternura… Tu corazón se hace fuerte para no dejarte llevar por nuestra dureza…
Tu te revelas contra nuestra tristeza, contra nuestra envidia, contra nuestra insufrible impaciencia… Tu te revelas para ser libre de la nefasta influencia de la desconfianza y la amargura de ser solo hombres y no Dios… Tu te revelas contar la esclavitud de no querer ser frágiles, débiles…
Tu te sublevas y proclamas con gusto, "te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad" y no pierdes en ello tu divinidad.
Jesús, no dejes de hablar a tu pueblo sordo y ciego, y aquellos que te escuchan hazlos practicar hasta imitarte. Y a los que te ven con los ojos de la fe, ilumínalos hasta llenar esta ciudad de la luz apacible que congrega en torno suyo.
Amado Jesús, que tu humanidad, la de mis hermanos y la mía no sean un obstáculo para que experimente como haces tu obra en ellos y en mí porque: “Como los ojos de los servidores están fijos en las manos de su señor y los ojos de la servidora en las manos de su dueña: así miran nuestros ojos al Señor, nuestro Dios, hasta que se apiade de nosotros.”

P. Sergio Pablo Beliera