domingo, 8 de septiembre de 2013

Homilía 23º Domingo, Tiempo Ordinario, Ciclo C, 8 de septiembre de 2013


Homilía 23º Domingo, Tiempo Ordinario, Ciclo C, 8 de septiembre de 2013
"¿Y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?"
Esto se llama "asaltar el Cielo". En Jesús, la Sabiduría de Dios encarnada, el Cielo ha sido abierto y podemos acceder a un conocimiento que sin Él nos estaría completamente vedado. Las puertas del Cielo han cedido a su asimilación de la Voluntad del Padre en una respuesta libre del don total de sí. Del cual todos nosotros nos hemos beneficiado y del cual hemos recibido gracia sobre gracia.
¿Nos damos cuenta de esto? ¿Cuán en cuenta lo tengo? ¿De qué manera se hace explícito?
Son cuestionamiento necesarios de hacernos para aprovechar esta longanimidad de Dios, y no malgastarla o ni siquiera tenerla en cuenta. 
Para "asaltar el Cielo", Jesús ha descendido a la tierra. El Cielo nos ha sido abierto en primer lugar por Jesús como puerta abierta para el descenso del Hijo Amado. Y en ese descenso ha tomado la tierra por sorpresa. La sorpresa de un Dios descendido en todos los aspectos que esta realidad conforma. 
Y para tomar la tierra por sorpresa, ha renunciado a todo lo que posee. Sí, Dios a renunciado a poseer y se ha abierto como Don total. Paradoja de Dios, paradoja del Hijo de Dios, que no podemos comprender sin hacer el mismo camino. Eso me parece un verdadero encanto del Cielo a la tierra, animarla a hacer el mismo camino que Dios ha hecho para darnos acceso irrestricto a Él, a su intimidad, a su Comunión de Amor.
"¿Qué hombre puede conocer los designios de Dios o hacerse una idea de lo que quiere el Señor?" 
Jesús puede conocer los designios de Dios. Él se ha hecho una idea de lo que el Señor quiere. Y lo ha hecho en la renuncia, en el ir tras el Espíritu del Padre, en el hacerse a sí mismo cruz, en el seguimiento a oscuras de la luz del Padre. Ha recibido el conocimiento necesario en el amor recibido y entregado por completo, sin restricciones. El Padre se lo ha revelado todo, se lo ha contado todo, se lo ha compartido todo, su mismo ser, hay entre el Padre y Jesús el Hijo Único y Amado una relación de mutua apertura que hace que sepan todo el uno del otro. Pero ese conocimiento mutuo alcanza una condición de Siervo en Jesús que renuncia a su lugar de privilegio para hacernos a nosotros el objeto de su amor privilegiado, dejándolo todo sólo por amor. Además de ser Sabiduría, lo que hace se hace Sabiduría.
Sólo comprendiendo esta realidad como sorprendente para el hombre contemporáneo, podemos acercarnos al misterio de la Encarnación, que no es una aproximación a la humanidad, sino un hacerse por entero a la dimensión del otro, de nosotros. Si nos falta esta sorpresa frente a la Encarnación, quedamos embobados en y con nosotros mismos, dándonos vueltas a nosotros mismos o a los que nos rodean. La sorpresa de semejante renuncia por parte del Padre que deja partir al Hijo, del mismísimo Hijo de Dios que deja el Cielo del Padre, no debe parar de descolocarnos en nuestro modo de acomodarnos en la vida.
Hacerse hombre es una empresa que hay que llevar a fondo al estilo de Jesús y no quedarse a medias. Podría decirse que nadie como Jesús se ha tomado tan en serio la misión de hacerse hombre y vivir esa condición hasta el final.
"…cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo"
Renunciar a lo que se posee para ser discípulo de Jesús, es pues una condición insustituible frente a Aquel que lo ha dejado todo por nosotros. La propia renuncia a toda posesión dice ya una comprensión, una cierta sabiduría, un cierto hacerse una idea de lo que Dios quiere para sí y por lo tanto para el hombre. La renuncia es pues una forma de comprensión de la donación total de sí por parte de Dios, y una adhesión total del hombre a ese modo de ser único e incomprensible para el hombre.
Poseer nos da la sensación de seguridad, de protección, de posibilidad. Pero sin embargo, en la experiencia viva de Dios darse todo en todo hace libre, dueño de sí, genera confianza y esperanza, abriéndonos ingentes posibilidades insospechadas desde nuestros encierros del poseer.
Pero, claro, este cambio total de registro, que responde al problema original del hombre desde el principio.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?
La donación total de sí para recibirlo todo de Dios y de los hermanos, genera en el hombre la posibilidad de edificar y terminar. Porque este edificar es construir sobre el terreno de Dios comprado por Jesús, con los materiales que nos brinda Jesús (sus palabras, y sus gestos, su propia manera de vivir en relación con el Padre y con los hombres), pero por sobre todo una edificación que nos haga ir hacia Jesús para que Jesús pueda habitar entre nosotros.
Ahora, toda edificación necesita de un buen cálculo. Este cálculo debe ser exacto, no podemos errar en la información que nos hace poner nuestras vidas en la manos de Jesús.  El cálculo extracto está en el entrar a "cargar su cruz". Es asumir la propia existencia en su condición tal cual al hemos recibido y ponerla al servicio de nuestra condición de hijos amados de Dios. Al cargar la propia existencia el hombre deja de fantasear y se vuelve cruda y radicalmente hacia la realidad, pero no como condición de carga pesada, sino como asunción de nuestra humanidad liberada por la Cruz cargada por Jesús en su existencia humana y crucificada por amor al Padre y de los hombres "amados por Dios".
Cuando uno logra cargar así su cruz, esta en posibilidad de ser testigo del que nos llama y nos conduce en el Camino emprendido, por Él mismo es Camino. Somos testigos del hacer maravilloso de Dios en condiciones desventajosas o no deseadas, y aún de las deseadas pero puestas al servicio de una existencia fraterna y no ya solitaria. Es lo que Pablo intenta hacer saber a Filemón: "Tal vez, él se apartó de ti por un instante, a fin de que lo recuperes para siempre, no ya como un esclavo, sino como algo mucho mejor, como un hermano querido."
Somos testigos de una seguimiento, no de nosotros mismos, ni siquiera de otro, sino del camino hecho en común con Jesús. Somos testigos de un seguimiento que hace bien, que alegra, que engrandece porque hace al hombre estar en el designio de Dios y por lo tanto serlo él mismo. ¿Qué más se puede pedir?
A fin de cuentas todo se resume maravillosamente en la propia experiencia de Jesús ofrecida a nosotros en esta invitación: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que…" 

P. Sergio-Pablo Beliera