domingo, 31 de octubre de 2010

Homilía 31º domingo durante el año, Ciclo C, 31 de octubre de 2010

Quisiera preguntarme con ustedes en voz alta: ¿Es la bondad una debilidad que nos expone a no ser tomados en serio? ¿Es el perdón una manifestación de impotencia que hace a los otros más fuertes en su maldad? ¿Es el amor incondicional una fragilidad que hace que los demás nos ridiculicen y no nos tomen en serio?
Estas y otras preguntas forman parte del cotidiano en el que nos debatimos en el plano familiar, comunitario y social. Algo así como si el amor incondicional, el perdón y la bondad estuvieran bajo sospecha de no crear en nosotros madurez, crecimiento, autoridad y responsabilidad. O como si el amor incondicional, el perdón y la bondad tomaran la forma estereotipada de un dejar hacer impotente sin capacidad de transformar las personas y la realidad.
Ahondemos un esbozo de respuesta: dice la Palabra, “Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado.” Dios ama, porque Él es Amor, y actúa de acuerdo a su esencia, amar, amar, amar… Ama y por lo tanto da vida creándonos por amor. Si no nos amara no nos daría vida. Nuestra existencia, es la primera prueba manifiesta de la fuerza amorosamente creadora de Dios. Sin amor, no hay creación y si hay creación es porque hay amor. Todo ser que viene a la existencia es un ser amado. De ahí que cada uno de nosotros esta llamado a experimentar este amor creador de Dios que nos sostiene a cotidiano. “Tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida, porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas”, dice la Palabra. Así el amor entrañable de Dios es una manifestación de su fortaleza y autoridad, es la debilidad de su fortaleza. ¡Bendita bondad de Dios que nos da vida y nos hace volver a la vida!
Cuando soy permeable a semejante amor de Dios, me siento atraído a responderle con el mismo amor con que soy amado. Cambiando así, el amor a mí mismo por el amor de Dios a mí mismo opto por el mejor y mayor amor. Y me dejo llevar por la entrañable pedagogía de amor que me conduce paso a paso hacia mi maduración y crecimiento. Así, es que estoy dispuesto a escuchar la llamada de Jesús, que me ve en mi búsqueda de verlo, y mirándome Él a mí, me dice por mi nombre: “… baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. ¡Dichoso intercambio de miradas! Para recibir a Jesús debo bajar de mi punto de vista a su punto de vista para encontrarnos cara a cara, porque el Amor de los amores anda por el camino que lo trajo desde lo alto del cielo a la tierra, a confundirse entre los hombres para poder amarnos y atraernos hacia su Amor, en la medida de nuestras posibilidades. Y quien ha experimentado este semejante amor de semejante, siente la urgencia del amor, “baja pronto”… No hagas esperar al amor de Dios que quiere, en la Palabra y la Eucaristía, alojarse en tu casa, esto es: en tu pensamiento, en tu voluntad, en tu corazón, en tu alma, en tu fuerza, en tu vida, para que puedas amar como sos amado. “…bajó rápidamente y lo recibió con alegría” así debo bajar también yo… Alójate en mi casa Amado Señor, para que pueda amarte con gratitud y alegría “con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, con toda mi mente. Y al prójimo como Tú me haz amado”. Porque Tu no quieres visitarme sino que quieres alojarte, ser acogido de manera permanente como Huésped de bondad y misericordia. Yo pecador de pecadores, recibir al Amor y la Vida. ¡Gracia incomparable sobre toda gracias! “Ven Señor Jesús”…
Podríamos decir entonces, que la conversión es la manifestación primera del señorío de Dios sobre nuestra vida, que descubre la bondad que ha impreso en nuestro corazón y que permanece oculta a los ojos de los demás. La conversión es la primera resurrección que experimentamos ya que es nuestro verdadero crecimiento en el bien y rechazo del mal, que se despierta con el solo llamado y entrada del Señor en nuestra casa. Es nuestra maduración en Dios, por el obrar bondadoso de Jesús Palabra y Eucaristía, en nuestro interior. Maduración en el amor transformante de Dios, que nos transforma de simples hombres en Amor de Dios mismo, en Misericordia y Bondad pura, que crea una intimidad única e imborrable entre Amado y alma amada. Porque solo la Bondad, el Perdón y el Amor de Dios pueden cambiar y fortalecer el corazón del hombre hasta llevarlo a amar como es amado. "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido", dice Jesús de cada uno de nosotros cuando nos dejamos alcanzar por su invitación y lo recibimos en la Palabra y la Eucaristía.
Por lo cual, no es la dureza ni la simple blandura, la respuesta que necesitamos como hombres y mujeres, sino la manifestación de un Amor grande que no se detiene ante nada con tal de ganar por amor el corazón del otro. Y ahí está el sentido de la verdadera conversión, no en mi cambio, sino en ganar a mi hermano para el Amor de Dios, entonces soy alcanzado por el Amor que no se preocupa y ocupa primero de sí mismo sino del hermano. Como Jesús, que no mira a los prejuiciosos sino a los necesitados. Mírame Señor y hazme mirarte para mirar a los demás con tu amor, así sabré que haz entrado en mi casa y he distribuido generosamente lo que me haz dado, que he sido encontrado por el Gran Buscador, por el Explorador de corazones, por el Único que no se ha dado por vencido hasta encontrarme, hasta encontrarnos.

P. Sergio Pablo Beliera