domingo, 22 de noviembre de 2015

Homilía Solemnidad de nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, Ciclo B, 22 de noviembre de 2015

Los invito a que prestemos atención a las palabras de Jesús y de Pilato, en este diálogo que permanece como un diálogo de todos los hombres de todos los tiempos.
Jesús con su silencio, provoca el interés de Pilato, provoca en él la pregunta, el cuestionamiento:
“¿Eres tú el rey de los judíos?”
“¿Acaso yo soy judío? ... ¿Qué es lo que has hecho?”
“¿Entonces tú eres rey?”
Pilato asistía a la impotencia de Jesús, tenía ante él un rey desarmado, sin corte, sin ejército, sin pueblo… No era imposible inferir que no sería tan así como decían y como Jesús decía.
Jesús dará su respuesta final que quedará flotando en la historia. Lo hace también en tres momentos:
“¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?”.
“Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”.
“Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”.

Hoy, frente al dramatismo que cobra el mundo ante un sin número de maldad desatada por la injusticia y por las distintas formas de guerras, el hombre puede preguntarse ¿dónde está la realeza de Dios?. No hablo de la supuesta ‘crueldad de la naturaleza contra el hombre’, cosa que no es tal, sino de la crueldad manifiesta del hombre contra el hombre. Esta crueldad humana, de la que Pilato era testigo y de la que hoy nosotros somos testigos, nos hace preguntar ¿es este el Reino de Dios?
O de otra forma, ¿de que le sirve al hombre un Dios desarmado e impotente?

Ahora, les propongo hacerse esta otra pregunta: ¿no están desarmados e impotentes los hombres, porqué para ellos, Dios no debería ponerse de ese lado para escandalizar a los hombres frente a su crueldad?
Hay dos factores actuantes que debemos considerar:
Lo que se hace y sentimos que no alcanza:
La impotencia de Dios es la impotencia del amor a la verdad del Evangelio que gana los corazones o no gana nada. Uno a uno Jesús se expone amando sin el poder o la fuerza, sino con la pura e inalterable convicción.
Es la convicción de los cristianos para ser libres para amar según el Evangelio y nunca menos, lo que el mundo necesita como respuesta activa, expansiva, irradiante.
Hacernos cargo de servir, de mirarnos a cada uno de nosotros como una oportunidad de servir a una implantación de la verdad del Evangelio que es el amor expuesto sin imposición o seducción, sino presentado como servicio de amor gratuito e incondicional, que se presenta desde la propia vida comprometida.
Es esta la alabanza que implanta el Reino de Dios en el mundo, porque lo implanta en los corazones, en las mentes, a fin de cuentas en las vidas de los otros que se ven interpelado por un amor impotente que revierte el desamor, el odio, la crueldad.
Lo que no se hace y empeora:
Si los que están cerca de la crueldad y no hacen nada, no reaccionan, no frenan esa crueldad en su más mínima expresión, no hacen otra cosa que permitir que se expanda la maldad impune.
Es sospechoso el silencio frente a lo que nos daña mutuamente, en el seno de nuestras propias personas, familias, comunidades, sociedades.

¿La situación actual de odio y crueldad, de indiferencia y apatía, frente al otro, no manifiesta la derrota del poder, del dinero y la fuerza, que han dominado el escenario hasta aquí desoyendo la verdad del Evangelio de rechazo al mal, del servicio, de la alabanza de la caridad pura?

Dios desde su actitud, sigue esperando generar nuestro cuestionamiento para que cada uno y la totalidad alcancemos la convicción esencial para el acto libre de la verdad del Evangelio, del servicio al otro, y de la verdadera alabanza a Dios por la caridad.
Dios espera nuestra reacción para salir de nuestra confusión y falsos reinados. El no reina en las estructuras o sistemas, ni en las leyes humanas… Ese intento empezó y acabó muy pronto en el Antiguo Testamento. Y Jesús lo dio por acabado, tomando definitivamente el reinado de Dios en su propia Persona. Su reino no es de este mundo, no es este mundo, sólo se hace presente en este mundo, pero ni empieza ni acaba en este mundo.
Dios ya reina porque se hizo cargo de esa respuesta en Jesús hasta dar su vida y dejar al desnudo el escándalo de nuestro rechazo y olvido, frente a Dios mismo. Dios sólo reina en la Persona de Jesús muerto y resucitado, en sus Sacramentos, del cual la Iglesia es el primero y la Eucaristía la cumbre y la fuente de vida, y en nuestras conciencias de bautizados, de hijos de Dios y hermanos de todos que viven según el Evangelio de Jesús. Podemos decir que también reina en su Creación siempre inmensa e inabarcable para el hombre.
Nuestra sociedad no puede contener a Dios pero si puede empezar a ser de Dios en la medida que vivimos como Jesús y su Evangelio. Eso han hecho y harán los santos.
 “El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor.”


P. Sergio-Pablo Beliera