HOMILÍA 15º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 10 DE JULIO DE 2011
Los escenario que elegimos para comunicarnos tienen su mensaje implícito. No es lo mismo hablar en el pasillo, entre la salida del auto y la entrada a la casa, en el living o en el comedor, a las apuradas o buscando un momento distendido y que favorezca el diálogo. Hoy Jesús nos lleva a un escenario donde sus palabras puedan resonar con claridad y puedan llegar a todos. ¿qué escenario me está planteando hoy Jesús para nuestro diálogo? ¿Qué escenario le estoy ofreciendo yo a Jesús hoy para dialogar?
Digamos que si hay un tema para dialogar y que está en el inertes de todos nosotros es el de cómo ser fértiles y fecundos. Todos los queremos ser en todos los ámbitos de nuestra vida y a lo largo de todas las etapas de la misma.
Digamos que la fertilidad y la fecundidad están instaladas como preocupaciones y ocupaciones del hombre y que los desafíos de cada época ponen en juego la capacidad de dar una respuesta fértil y fecunda.
Llamo fertilidad a las buenas disposiciones que se dan en el receptor para que lo sembrado de su fruto. Y llamo fecundidad a la capacidad de dar abundante en la interacción de semilla y fruto. La fertilidad es la disposición interna y la fecundidad la disposición externa. La primera es disposición y la segunda es manifestación.
En nuestras vidas vamos haciendo distintas experiencias de fertilidad y fecundidad, algunas de ellas satisfactorias, otras no tanto. Por lo pronto aprendemos que esa fertilidad y fecundidad en nosotros nunca se darán 100%, y poco a poco nuestra medida se ajusta a nuestra realidad.
Sólo Dios es 100% fértil y fecundo. Y eso nos llama a la confianza, a la esperanza. Él no deja de rendir en fertilidad y fecundidad. Su fertilidad y fecundidad están en la misma dimensión y disposición.
Lo que proviene de Dios por lo tanto, es como Dios es, fértil y fecundo. Y no puede provocar otra cosa que fertilidad y fecundidad. “… así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.”
La tierra logra su fertilidad y fecundidad en miles de años. El hombre tiene la oportunidad única transformar su infertilidad en fertilidad y por lo tanto su infecundidad en fecundidad en un instante o al menos en un proceso de algunos días, meses o años. Las disposiciones y capacidades humanas pueden cambiar al tomar contacto directo con la fertilidad y la fecundidad de Dios.
La receptividad de Dios mismo en nuestras vidas y sus consecuencias no resistidas nos transforman a la medida misma de Dios. Esto es extraordinariamente esperanzador para el hombre que experimenta limitaciones en su fertilidad y fecundidad. “Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno.”
Así como la tierra necesita de procesos naturales que le aporten elementos para su fertilidad, así el hombre necesita integra, acoger, asimilar la fertilidad y fecundidad de Dios para ser él mismo fértil y fecundo.
La tierra toma la forma de la semilla cuando la acoge. El hombre toma la forma de Dios cuando acoge a Dios en su persona. La forma de su Palabra, la forma de su comprensión. Sin este cambio es imposible que en nosotros se de algo de lo que recibimos. “Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.”
El camino, la piedra, las espinas no cambian frente a la presencia de la semilla fecunda de la Palabra de Dios y por eso mismo no la comprenden y les es imposible dar un fruto abundante. Pero la tierra fértil si. El hombre dispuesto a ser dócil y disponible a la presencia de Dios, manifiesta su fertilidad y da fruto abundante.
A la condición de creyente le es inherente la de ser fértil y fecundo, escuchando y discerniendo lo que Dios nos propone, y eligiendo la misión que se nos encomienda aquí y ahora. Así como una buena tierra sin buena semilla no da todo lo que podría, así el creyente sin la buena semilla de Dios no puede dar el fruto de Dios en esta ciudad.
P. Sergio Pablo Beliera