Homilía II Domingo de Cuaresma, Ciclo C, 24 de
febrero de 2012
Si bien es cierto que aún entre los cristianos, muy pocos preguntan a
Dios y quieren escuchar de Él, el para que de sus vidas, el sentido de su
misión; no deja de ser verdad fundamental y fundante, el hacer esta pregunta a
Dios y el querer recibir dhttp://www.facebook.com/sergio.belierae Él mismo la respuesta.
También es verdad, que esa respuesta no puede ser muy diferente de
la que ya nos ha dado en Jesús el Señor. Pero aquí también debemos asumir la
cruda verdad que para muchos de nosotros la experiencia de Jesús va dejando de
ser lo que está llamada a ser: la experiencia sobre la que se funda mi propia
experiencia de Dios.
Y para quien piense que estoy siendo un poco pesimista, baste
recordarnos mutuamente que este Papa que se despide en vida de su ministerio de
obispo de Roma, ha escrito una vida completa de Jesús, no por alarde de
erudición o exposición intelectual, sino ante la urgente necesidad de dar una
respuesta a semejante olvido entre los mismos cristianos.
Es allí donde cobra una alarmante actualidad la voz desde la nube: "Éste
es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo"… Es una urgente llamada a
escuchar a Jesús, prestarle toda nuestra atención, ponerlo en el centro de
nuestra mirada y consideraciones. Y escuchar el contenido de sus palabras
rescatadas por los Evangelios en la riqueza de sus cuatro versiones.
Creyentes que nos llamamos cristianos, ¿qué nos pasa? ¿adónde estamos mirando? ¿dónde y en quien o quienes
está puesto nuestro oído?
Pedro, Juan y Santiago, tienen puesta su mirada en Jesús que ora y
se transforma en lo que ora: “su rostro cambió de aspecto y sus
vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante.” Y a la vez en esta
conversación tan particular: la de Jesús con Moisés y Elías. Hablan de “la
partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén”. Allí mismo debe
volverse nuestra mirada y nuestro oído.
El hombre que mira hacia fuera vuelto hacia adentro, es la paradoja
del presente. Se pierde asimismo y sus contemporáneos. Este hombres, es el que
queda confrontado con Jesús, el hombre que vuelto hacia dentro de la intimidad
del Padre, mira hacia fuera, para poner en marcha entre los hombres lo que ora.
Jesús se ilumina interiormente y se hace Luz para los hombres que lo rodean.
Absurda oración del hombre, la que le lleva a Dios sus planes y quiere
robar la aprobación divina. Aprobación de la que ya a prescindido hace rato y,
que a fin de cuentas no está dispuesto a escuchar ni por lo tanto a cumplir. Sólo
los que se suben a la cruz de su misión confiada por el Padre, pueden descender
de ella con la gloria de la resurrección. Los demás por no haber subido esta
montaña de la cruz no podrán ser confortados con el descenso que inicia el
ascenso del hombre hacia Dios.
La oración de Jesús se transfigura en la voluntad del Padre que toma
su existencia por entero y lo pone en contacto con toda la tradición de la fe
(Moisés y Elías), en el Dios Único y Trascendente fuera del alcance manipulable
del hombre. Y a la vez, este Dios que para Jesús es Padre, lo lanza como
referente único e insustituible de la fe del pasado, del presente y del futuro.
Nadie ya puede sustituir a Jesús.
La oración transfigurada de Jesús es la esencia del hombre redimido,
esto es, des-esclavizado por la libertad absoluta de Jesús de ver su partida e
ir hacia ella. La oración transfigurada de Jesús es la verdad de nuestra misión
entre nuestros hermanos que viene de Dios y es coronada por Dios con el ser
revestido de gloria.
Mirar al Elegido. Escuchar a Jesús. Vivir como Jesús. No son
formulaciones desencarnadas, sino el alma de nuestra carne que se siente morir
sin el alma de su misión confiada por el Padre, el único que puede decirnos que
hacer, cuando y como… "Yo soy el Señor que te hice salir de
Ur de los caldeos para darte en posesión esta tierra".
Es el secreto de Jesús que el Padre le confía y que Jesús quiere
confiarnos en lo alto de la montaña, lejos del dominio de los hombres de
nuestras formulaciones, de nuestro querer incompleto y nuestro hacer pre-hecho…
Como dice Pablo con pasión y vigor: “hay muchos que se portan como enemigos de
la cruz de Cristo. Su fin es la perdición, su dios es el vientre, su gloria
está en aquello que los cubre de vergüenza, y no aprecian sino las cosas de la
tierra.” El hombre contemporáneo no está lejos de esta advertencia. Y
yo mismo debo examinar mi conciencia y mi acciones para perseverar “firmemente
en el Señor” y no en mí mismo -cual estoico contemporáneo-.
Es de cara al Padre en la oración de Jesús, donde se hace el
discernimiento de la propia misión en este mundo. Y es de cara a las necesidades
de la humanidad que me rodea, donde el Padre me interpela a ponerla en práctica
sin sucedáneos ni versiones light.
Recemos para ser transfigurados a imagen de Jesús y atravesemos la
oscuridad de esta hora, con la Luz de su Palabra y de su Vida hecha de la Cruz
y transformada en Gloria por la obediencia su misión descubierta en el seno del
Padre y puesta al servicio de los hombres.