Homilía 26º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 29
de septiembre de 2013
La Palabra
de Dios hoy, en sus lecturas y salmo, tienen una fuerte consonancia, que
interpela grandemente de una manera aguda, incisiva.
El evangelio
de la parábola del rico y el pobre Lázaro, tiene una riquísima variable de
elementos que valen nuestra atención, pero imposibles de explayarse en ellos
aquí. Una vez más aparece en el centro el crucial planteo del sufrimiento
humano, sus orígenes y consecuencias en nuestras vidas frente al querer de Dios
y sus actuar.
Particularmente
hoy quisiera que prestemos atención a una repetición en la parábola, que a su
vez, tiene un fuerte eco en el final del evangelio de Lucas, en las escena de
los discípulos de Emaus y en la Ascensión. En ambas situaciones se hace
hincapié en la importancia de escuchar a Moisés (la Ley), los Salmos y los
Profetas.
A los
católicos nos cuesta adentrarnos en el Antiguo Testamento, pensamos que podemos
prescindir de él porque tenemos el Nuevo Testamento, y nos olvidamos que esa
fue la lectura asidua justamente de Jesús, el Señor. Pero vayamos entonces a
donde quisiera invitarlos a adentrarnos.
“Abraham respondió:
"Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen".”, dice hoy el Evangelio. Escuchemos a los profetas que hoy nos
recuerdan lo de siempre.
El Papa
Francisco, en estos seis meses ha producido tres encuentros que ponen de
manifiesto la actualidad de la imprescindible comunión con los pobres:
Nos
sorprendió con su viaje a Lampedusa, ícono del dolor de los pobres de África y
del mundo entero, que no sólo deben emigrar para conseguir salir de la
indigencia, sino para hacerlo deben poner en riesgo sus vidas.
Luego, nos
apabullo de gestos y palabras de cercanía y comunión con las realidades de las
favelas, los adictos y jóvenes presos, de una América Latina rica en recursos
pero empobrecida en sus estructuras políticas y sociales de inclusión, y que representa
a los pobres del todo el mundo que conviven con la impotencia frente a la
abundancia.
Y por
último, en Cagliari, en tierra de la Europa rica en cultura, tradiciones y
bienes materiales, pero impotente ante el golpe de una sociedad de consumo, que
no puede dar trabajo a millones de jóvenes y que maltrata a sus mayores
descartándolos, situaciones que representan también el sufrimiento de millones
en el mundo entero.
Todo esto en
medio de amenazas de una guerra en la Siria del Medio Oriente, que podría
extenderse al mundo, y hacer a la humanidad creación de Dios, un daño
irreparable de insospechadas consecuencias.
“Abraham
respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen".”.
Se trata
pues de escuchar. De escuchar a Dios y sus continuas palabras de provocación a
la comunión entre hermanos, especialmente del que más sufre, del pobre, del
indigente. Escuchar con el corazón y no sólo con el oído. Escuchar, entrar en
lo que se escucha, pensar lo que se escucha, proyectarse en lo que se escucha,
identificarse con lo que se escucha, tomar resoluciones de vida según lo que se
escucha y entregarse con ahínco y esmero a lograrlo, a alcanzarlo con otros.
Escuchar es imitar a Dios, hacerse idéntico a su forma de ser y de hacer.
Escuchar a
Dios que ha hablado por Moisés, los profetas y en este último tiempo por Jesús,
su Hijo amado, es compadecerse con Dios en sus entrañas de compasión. Hacerse
uno con sus sentimientos de misericordia y compasión que lo hace hacerse uno de
nosotros, para experimentar desde adentro nuestras miserias y sacarnos de la
indiferencia. Si no llegamos a las entrañas de misericordia de Dios, no
podremos entender las entrañas del sufrimiento de nuestros hermanos. Y en eso,
no hay otro camino que la comunión en la suerte de mi hermano que más sufre al
estilo de Jesús, Siervo sufriente y compasivo.
La
indiferencia de Dios, lleva directamente a la indiferencia de nuestros
semejantes, imágenes vivas del Dios viviente.
En la medida
que crece nuestra indiferencia religiosa, crece nuestra crueldad como
humanidad. Sólo la verdadera sensibilidad religiosa, pura en su ser y en sus
formas, esto es en total sintonía con el ser de Dios y su hacer en medio de
nosotros hasta hacerse uno de nosotros, puede llevarnos a una comunión de
hermanos. Quien no vive en consecuencia con el Corazón misericordioso y
compasivo de Dios, no puede desarrollar la sensibilidad entrañable que el posee
y despliega para con sus hijos más sufrientes.
"Si no
escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los
muertos, tampoco se convencerán".
La
advertencia, llega a ser tan urgente y apremiante que Jesús pone en boca de
Abraham su propia conciencia de que aunque Él resucite, si no escuchamos la voz
de Dios en la Historia de Salvación, como una voz nítida y clara de que Dios
quiere la vida de comunión entre hermanos humanos, nada habrá cambiado en el
corazón de ese hombre que se resiste, y por lo tanto nada habrá cambiado en la
suerte de aquel que más sufre respecto de los sentimientos de compasión de sus
pares, sólo le queda la compasión de Dios como al pobre Lázaro. Tal es la
convicción dolorosa de Jesús.
Y por más
que Él no quiera ser el único que se compadece del más pobre, al más pobre sólo
le queda su compasión, dado que su hermano humano ha decidido hacerse sordo a
la voz de un Dios que siempre se muestra bondadoso y compasivo con el pobre,
con el sufriente. Que ha descendido hasta las entrañas de nuestro dolor, sólo
por amor a nosotros y para que ese amor sea siempre nuestra riqueza y nuestro bien
más preciado, que ninguna indiferencia humana o agresión me lo pueda quitar.
Resulta
sorprendente que el hombre no tome el camino de Dios, el camino que Dios mismo
ha emprendido hacia nosotros, entre nosotros y hacia sí mismo. Dios no se sirve
de su Creación, sino que sirve a su Creación. Dios no domina a su Creación,
sino que la libera constantemente en un continuo de libertad sin fin. Dios no
se mantiene indiferente o diferente –aunque lo es- a su Creación sino que nos
hace semejantes, imagen vida de sí mismo para ennoblecernos y enaltecernos a
nosotros obras de sus manos. Dios no se mantiene en su mundo encerrado en sí
mismo, apático a la obra de sus manos, nosotros sus hijos, sino que se abre y
nos estrecha contra sí, para que experimentemos su vida y su amor.
El mundo que
vivimos en gran parte no representa a Dios, se resiste a la esencia de sus
entrañas de misericordia. Es un mundo que se arma, que se cierra, que se vuelve
apático a la suerte de sus hermanos y de su ambiente vital.
Pero hay un
mundo detrás de esa puerta cerrada, un mundo apegado a los brazos de su Dios
compasivo, a su Dios Siervo de Amor, a su Dios tierno y capaz de afligirse por
su creatura. Un mundo de hombres que se hacen hermanos escuchando a Dios y
poniendo en práctica sus palabras por amor. Un mundo de hermanos que se pone
manos a la obra cada día para emprender el camino que lo lleva a las entrañas
de Dios y a las entrañas de sus hermanos que más sufren. Un mundo de hermanos
que quiere hacer su vida a imagen y semejanza de Jesús pobre y crucificado por
amor al Padre y a los hombres, y que hace un estilo de vida semejante a sus
hermanos que no pueden, que están afligidos, hacen un hogar donde pueda
penetrar el sufrimiento y la alegría de la comunión con la suerte de los que no
tienen suerte.
Sigamos el
consejo de Pablo: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la
constancia, la bondad. Pelea el buen combate de la fe, conquista la Vida
eterna, a la que has sido llamado y en vista de la cual hiciste una magnífica
profesión de fe, en presencia de numerosos testigos… observa lo que está
prescrito, manteniéndote sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de
nuestro Señor Jesucristo…”
P. Sergio-Pablo Beliera