Homilía 3º Domingo de Cuaresma, Ciclo C, 3 de
marzo de 2013
"¿Creen ustedes que esos… sufrieron todo esto porque eran más
pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten,
todos acabarán de la misma manera.
¿O creen que las… personas que murieron… eran
más culpables que los demás…? Les aseguro que no, y si ustedes no se
convierten, todos acabarán de la misma manera".
Estas palabras repetidas por dos veces de boca de Jesús en el
Evangelio, llaman inmediatamente la atención. Por dos veces Jesús pregunta y se
contesta a sí mismo. No espera nuestra respuesta. Espera el fruto.
Hay algo en el dolor ajeno, que me habla a mí. Del nosotros
sufriente.
Hay algo en el sufrimiento de los otros que me hablan de mi propio
sufrimiento.
Hay algo de lo que acontece en el drama de la humanidad de la que
formo parte, que quiere despertarme a una actitud diferente, -en cuanto
diferente es una no repetición de los males existentes y un salto cualitativo
hacia una mejor vida-, una más plena forma de vivir.
Las comparaciones son odiosas, cuando provienen o conducen a una
actitud conformista, a un mantener el “statu quo” y no permitir el más que está
por delante. Ahora, cuando la comparación viene a provocar una reflexión, a una
toma de conciencia, que nos hace más acorde con la voluntad de Dios, entonces
la comparación es un puente entre una realidad y el cambio a vivir. Eso es lo
que hace Jesús, nos muestra para que reaccionemos.
Sin embargo, una y mil veces viene a nuestra mente y a nuestros labios,
el: “a mi no me va a pasar”, el “yo no haría eso”, el “lejos de mi el proceder de esa manera” etc.,
y así ingentes formas de ponernos a distancia de los males, por la sola
negación de los mismos en mi vida; y no por la construcción de un estilo de
vida sostenido, que nos ubique con conciencia y esfuerzo en el lugar adecuado
al que somos llamados a vivir. Ahí comienza la conversión.
La única validez de la diferenciación es la superación, un buen
sinónimo contemporáneo para la llamada a la conversión. Se supera, quien frente
a la presencia trascendente de Dios piensa: "Voy a observar este
grandioso espectáculo… ". Y el dolor es siempre una gran
oportunidad de manifestación de la presencia única de Dios, que acompaña al
hombre en la tierra del sufrimiento. Así lo entiende y experimenta el hombre de
fe porque, así lo vive Dios mismo: "Yo he visto la opresión… y he oído los
gritos de dolor... Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a
librarlo… y a hacerlo subir…". Ese es el punto de vista de Dios,
que Dios mismo ofrece a los hombres. El dolor nos hace humanos, así como el
gozo nos hace divinos; pero el sufrimiento que transforma nuestro orgullo y
fragmentación en humildad y unidad, nos diviniza, porque nuestra tierra es
removida y somos abonados por la esperanza de un cambio que nos acerque a Dios
y a todo hombre.
Cuando nuestros deseos se ven frustrados y, nos afirmamos sobre
nuestros deseos aún más, la llamada a la conversión se hace urgente, como dice
Pablo: “…a fin de que no nos dejemos arrastrar por los malos deseos” y,
terminemos peor que aquellos a los que vimos mal. Y si esos deseos frustrados,
y la obstinación en ellos, se combinan con un rebelarnos “contra Dios”, -porque no
cumple nuestro deseo-, entonces aquello se vuelve aún peor.
Convertirse es pues, la salida al dolor sin sentido. La conversión
es pues, la respuesta a lo que se nos vuelve infructuoso. La conversión nos
invita a una actitud que combina la esperanza, el esfuerzo y la cercanía. Esa
conversión es el trabajo que ofrece hacer Jesús con su paso por nuestras vidas:
“…yo
removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos
en adelante…”
Experimento esta remoción, este abono, como obra del Señor Jesús y
de su Espíritu en mí en mis hermanos. Y la conversión se vuelve deseable y
acción para esa remoción y abono que Él hace en mí con su Palabra y con su
Sangre.
Experimento esto, cada vez que escucho su Palabra y Él remueve mis
ideas adormecidas u obstinadas en lo conocido. Y veo el maravilloso espectáculo
del obrar de Dios, de su punto de vista.
Experimento esto, cada vez que comulgo su Cuerpo y su Sangre y Él
remueve mi sentimientos estancados y mi corazón endurecido. Y nacen los brotes
de una vida nueva sostenida por Él.
Experimento esto, cada vez que soy llevado a un hermano que necesita
algo y, Él me da la oportunidad de dejarme reconocerlo, teniendo que dejar
atrás mis ocupaciones y planes.
Experimento esto, cada vez que miro, que escucho, que percibo, que
palpo la existencia antes de tomar una posición y abrir mi boca o mover mi
cuerpo hacia un lugar o persona.
Experimento esto, cada vez que me adentro en el silencio del diálogo
con el Señor, donde Él remueve mi tierra y la abona con su voluntad. Donde Él
obra y yo lo dejo hacer libremente en mí.
Experimento esto, cada noche y cada vez que me dispongo a examinar
mi conciencia mirándolo a Él y no a mi o a los otros, y me dejo llevar por el
llamado a ser como Él en cada pensamiento, en cada sentimiento, en cada acción,
en cada palabra, en cada silencio, en cada soledad o en cada encuentro…
Jesús, es el Viñador divino, que se encarga de mi y de cada hermano,
para que demos el fruto de volvernos a imagen y semejanza de la fecundidad del
Padre y del Espíritu. Y quiero dejarme cuidar y advertir, trabajar y
reconsiderar, por su presencia constante a nuestro lado. Por las oportunidades
que Él me brinda y le brinda a mis hermanos.
Jesús, es el Viñador divino, que este año espera de el fruto de su
trabajo en mí.
Sólo necesita que permita su
trabajo, que deje brotar la vida divina en mí, en cada hermano.
Sólo requiere que deje que
empiece conmigo la gran obra de la liberación del pecado y de la muerte, que me
acechan para que ponga mi mirada en ellos y no en su obra maravillosa.
Sólo se espera de mí que no
deje pasar el tiempo y que hoy pueda ser removida mi tierra y abonada por su
pasión, muerte y resurrección y. así daré el fruto que está en germen en mí, y
que por eso el Padre lo espera, lo reclama y quiere percibirlo por la belleza
que eso significa.
Porque, “…yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que
así dé frutos en adelante…”, dice el Señor, y yo confío en su Palabra.
P. Sergio-Pablo Beliera