"no pongan cara
triste… perfuma tu cabeza y lava tu rostro".
Quisiera
proponerles estas palabras como las rectoras de esta meditación al inicio de la
Cuaresma: "no pongan cara triste… perfuma tu cabeza y lava tu
rostro".
Frente a estas palabras de
Jesús, dichas en el contexto de los consejos de la oración, la limosna y el
ayuno, encontramos estas palabras que invitan a un ‘no a la tristeza’, o sea un
‘si a la alegría’, frente a nuestras privaciones. Por lo cual estamos invitados
a vivir a toda privación con esta actitud: "no
pongan cara triste… perfuma tu cabeza y lava tu rostro". Hacia esta forma de vivir las
privaciones de la vida, voluntarias e involuntarias, debemos convertirnos en
esta Cuaresma.
La
Cuaresma es un permanecer arraigado a la alegría de ser de Dios y estar con
Dios. Convertirse es pues, un permanecer arraigado a la alegría de ser de Dios
y estar con Dios, como estado de vida frente a todas las circunstancias.
Es la alegría
que perdió Adán y Eva en el Paraíso, y que recuperó Jesús en el Jardín del
sepulcro de la Resurrección.
Una
Cuaresma de conversión, iniciada sin la alegría profunda de caminar hacia la
Resurrección de Jesús en la Pascua y la Resurrección de nosotros en su segunda
Venida, no puede dar el fruto de una Comunión con la alegría de Dios.
La alegría
de Dios es la conversión, el arrepentimiento del hijo que partió y arruino su
vida y, que es recuperado vivo y cercano. Es la alegría de la oveja perdida y
encontrada, del pecador que se arrepiente.
El gesto
más profundo de la alegría de Dios y del hombre es el abrazo, donde dos
existencias se estrechan al máximo para hacer carne esa dicha de la proximidad.
No es una
alegría verdadera, aquella que hoy está y nos abandona mañana, despojándonos de
la esperanza de permanecer dichoso frente a cualquier adversidad. Eso se llama
cualquier cosa, pero no alegría.
La alegría
verdadera dura aunque tiemble la tierra y el cielo se oscurezca. Es compañera
indeclinable y amiga incondicional de los buenos y malos momentos. No se deja
asaltar a mano de pistola por cualquiera que quiera violentarnos en la
esperanza.
Cuando la
alegría es verdadera es soberana de nuestra mente y de nuestra voluntad, y a la
vez servidora de nuestra humilde condición embelleciéndonos.
Por ella
voy hacia adelante y con ella acompaño mis atrasos.
Dejar la
tristeza es alejarse de la muerte y del pecado. Pero no de cualquier muerte y
pecado sino la del pecado de desesperar de mi humanidad frágil y dubitativa. No
nos mata nuestra fragilidad sino atentar con la tristeza frente a nuestra
fragilidad. O ponernos la coraza de superhéroes que no somos.
No son
nuestras dudas la que nos hacen caer en el pecado, sino nuestra obstinación en
dudar sí o si de todo.
“Perfuma
tu cabeza”, sobre la que fuiste ungido
en el Bautismo y la Confirmación, por la que eres pertenencia de Dios, hijo
suyo, propiedad de su amor, fuente de verdadera alegría.
“Perfuma
tu cabeza” con la alegría de darte por
entero a los demás, a los pobres, más pobres que tu, a los débiles más débiles
que tu, a los desamparados más desamparados que tu, a los desvalidos más
desvalidos que tu, a los hambrientos más hambrientos que tu, a los adictos más
adictos que tu, a los incorregibles más incorregibles que tu... Porque tu
alegría está en encontrar a Jesús donde Él ha elegido estar y es allí, en el
patio del fondo de la existencia, del brillo y del éxito.
“Lava tu
cara” de la amargura de ser pecador con el agua de
la alegría de tener un Padre misericordioso que se hace misericordia en la
alegría de Jesús de encontrarte.
“Lava tu
cara” con la Luz de Jesús en sus palabras de vida
que vienen a auxiliarte frente a todas las palabras de muerte que violentan tu
dignidad de hijo de Dios, hermano de los hombres, amigo de los pobres y
pecadores como tu, y escucha esa palabra de luz: “no vine a buscar a los sanos
sino a los enfermos, no vine a buscar a los justos sino a los pecadores y
aprendan lo que es la misericordia.”
“Lava tu
cara” con la caridad que limpia todos los pecados,
sobre todo el de centrarse sobre sí mismo y caer en tristezas y angustias que
no vienen por amor a Jesús y su Evangelio. El agua pura de la caridad con los
pecadores y pobres que más te cuestan te devolverán la alegría como al joven y
extraviado Francisco.
“Lava tu
cara” y deja de lamentarte de ti mismo, de tu
pasado, tu presente y tu futuro, que no están en tus manos sino en las de Dios,
que no se lamenta de ti ni de tu vida pasada, presente y futura, sino que te
lava con sus lágrimas porque te obstinas en el mal camino, en la tristeza por
ti mismo y de olvidas de Él y de tus hermanos.
Lava y
lava a fondo, pero con el agua que brota del costado abierto de Jesús
crucificado. Con el agua que brota del manantial del don de Dios que es agua
viva, que irriga tus partes secas, la sequedad de tu amargura, de tu queja y de
tus sueños incumplidos construidos con insomnios y no con la luz de la mañana
en la que brota el agua fresca de una conversión sincera a la voluntad de amor
de Dios por ti, por lo cual no tienes motivo verdadero de tristeza.
No estés
triste, perfúmate y lávate con la alegría verdadera que te hace permanecer en
Dios, con Dios, para Dios, dándote a su voluntad de Padre para con su hijo.
Bienvenida alegría verdadera de la conversión de la tristeza a la
alegría que proviene de Dios y vuelve a Dios.
Bienvenida alegría verdadera en la que
quieres encontrarnos.
P.
Sergio-Pablo Beliera