domingo, 5 de agosto de 2012

Homilía 18 Domingo Tiempo Ordinario, ciclo B, 5 de agosto de 2012


Homilía 18 domingo tiempo ordinario, ciclo B, 5 de agosto de 2102

Podemos estar satisfechos, podemos estar insatisfechos... Pero esto no marcara nuestras vidas. No serán estas las experiencias que definan quienes somos y como vivir.
Entre el mundo de los insatisfechos Jesús intenta poner signos que nos señales un camino de no resignación, sino de esperanza, de convicción profunda que esa insatisfacción necesita una respuesta que no necesariamente vendrá desde donde nosotros lo pensamos.
Este estos dos mundos en los que habitamos, el de la insatisfacción y la satisfacción, Jesús nos llama al mundo de los que ven signos, de los que cree.
La fe, que nos es conocimiento o ausencia de faltas, sino la adhesión plena y total a recibir a la persona de Jesús en nuestra existencia, esa es la fe de la que Jesús esta intentando introducirnos.
Jesús se anuncia a si mismo como un pan capaz de satisfacer, no mas ahombre no mas sed... Cuando nos donamos a una persona nos plenifica el darnos y ser recibidos por aquel a quien nos damos. Cuando alguien como Jesús se dona a nosotros, su persona entregada es la que nos tiene que plenificar. Es Él dándose a si mismo a nosotros. ¿Como lo recibo? ¿Permito que se de a si mismo totalmente a mi? Y yo, ¿Me doy de igual manera a Él? No vaya a pensarse que lo recibimos de una manera y nos damos de otra, no podemos aceptar semejante desviación en nuestra capacidad de amar.
Nunca podremos estar seguros de recibir totalmente a Jesús, su persona y su donación de si mismo es tan grande que siempre me quedo corto en esa acogida, en esa cogida creyente de su Persona.
Pero es el que el está marca por el sello del Padre, solo Él lleva ese sello único. Nadie mas que Jesús puede infundirnos esa unión con Él que necesitamos acoger en nuestras vidas. El sello es una marca de autenticidad y de mensaje directo y personal. ¿Está siendo Jesús ese que lleva el sello de la autenticidad en mi vida?
La satisfacción humana puede volverse una trampa despiadada para los hombres, en la que nos quedemos sin Dios mismo. Todos los días trabajamos mucho por nuestra satisfacción, ¿Qué diría Jesús de ese trabajo? Por lo pronto debemos acoger la advertencia de que no solo eso puede ocupar nuestro corazón y nuestro tiempo. Mas aún, eso no debe ocuparnos el corazón, la mente y el tiempo. Y no es que a Jesús no le importe vernos satisfechos, si que le importa y por eso se brinda enteramente a si mismo, para satisfacernos. Pero a los hombres solo pueden satisfacernos de verdad los cosas que van al alma, espacio de nuestra impresión de lo que permanece, de lo que perdura. Porque no es lo que llevamos al vientre o al mundo de los sentidos lo que se imprime en nuestra alma.
El mas que nos propone Jesús al ofrecerse Él mismo como verdadero Pan de Vida en contraposición a mero pan fruto de nuestro trabajo pero que no puede sumarnos nada nuevo, no es algo extraño al hombre, sino que es ese verdadero alimento que se nos ofreció desde el principio de la Creación y que era provisto por el mismo Padre.
Por eso no es de extrañar que Jesús, tenga tan alta conciencia que es el Padre quien nos da el verdadero pan del cielo. El Pan que viene de su intimidad en el Cielo, no puede ser otro alimento que el de Dios mismo. A diferencia de muchas practicas religiosas donde los hombres alimentan a los dioses, Jesús nos ofrece una verdadera relación con el Padre y es la de dejarnos alimentar por Él. ¡Cuantos de nosotros permanecemos aún en esa lucha de dar a Dios, cuando es Dios mismo quien se da! No somos cristianos en este aspecto fundamental de la fe. El hombre nuevo que se renueva desde el espíritu es Jesús primeramente. Que aprendió a recibirlo todo del Padre, de sus padres, de la creación, y del trabajo propio pero, que lo hizo tan suyo que se dió de esa misma manera al Padre, a los hombres y a la Creación. Así es como ha renovado nuestra manera de pensar, de querer y de hacer poniéndonos el mismo sello que Él ha recibido del Padre.
Presencia viva de esa renovación, de eso permanente en nosotros, es la Eucaristía, en la que el Padre renueva por la accion del Espiritu la presencia viva de Jesús su Hijo amado de una especies tan simples como el pan y el vino. En esta obra del Padre que viene del Cielo, vemos claramente como es alimento para lo imperecedero en nosotros. Loque era un poco d eran y un poco de vino es ahora un Pan y una Sangre para alimentar a un pueblo entero. Nuestra frecuencia de los sacramentos no significa que vivamos a la forma de los sacramentos, que es el verdadero sentido de los mismos. No basta recibir el sacramento de la Eucaristía, hay que hacerse Eucaristía, para que nuestra Eucaristía no sea alimento que pasa.
Agrego una pequeña experiencia inesperada vivida esta mañana, un joven que ha ido a ver a su director espiritual, al final de su visita escucha como una niña de apenas 9 años le pregunta resueltamente al sacerdote: "Padre, ¿Que hay que hacer para ser santo?" El sacerdote sorprendido, pregunta a la niña con quien esta en la Iglesia y esta contesta que con nadie, que ha venido sola, porque no quería que nadie la retuviera. El sacerdote contesta entonces: "sigue tu corazón". ¿Que tiene que ver esta experiencia con lo que estamos meditando? Esta historia real, de solo hace unas horas, quiere decirnos mucho a cada uno en la medida que dejemos que sea obra de Dios o obra de los hombres, alimento perecedero o alimento imperecedero, pan para hoy o Pan de Vida dado por el Padre.
La pregunta de la niña, es no solo para ella, sino también para el sacerdote, el joven que asistió a la situación, y para nosotros que la recibimos ahora. Pero además el accionar de la niña es también para todos, ese instinto aportado por Dios de no dejarse condicionar, de sanamente ponerse en riesgo e ir a su meta. Abriendo que si hacia esa pregunta en su casa y si decía que quería ir a la iglesia a recibir su respuesta, seria retenida por muchos razonables razonamientos, pero eso no era lo que Dios quería. Ella tenía un mensaje para ese sacerdote y ese joven y para nosotros. Aún mas, bien hizo el sacerdote en remitirla a seguir su corazón como lo había hecho en ese momento, porque verdaderamente era un corazón libre que sabia tomar distancia de los condicionamientos del mundo y de los hombres y dejarse llevar solo por Dios. Seguir su corazón es seguir la Voz de Dios que claramente la remitía a lo permanente: la santidad. Y nada mas santo aquí en la tierra e imperecedero que la Eucaristía misma, Pan vivo dado por el Padre.

P. Sergio Pablo Beliera