Banquete,
Bodas, Invitación, Rechazo, Indiferencia, Muerte… Parecen situaciones que no
tienen que ver unas con otras, sin embargo a la alegría del padre-rey que
invita al banquete de bodas de su hijo, Jesús le contrapone la respuesta del
rechazo, la indiferencia y la actitud homicida de los invitados a los cuales
llamar indignos no es poco, tl algunos de nosotros fuésemos más duros con el
calificativo.
Esta suerte
de no correspondencia entre un movimiento de Dios y la respuesta del hombre
vuelve una y otra vez, no como un reproche –muy humano- sino como una
invitación renovada a no responder de la misma manera, una advertencia de
cuidado que a ustedes les puede pasar lo mismo.
La parte de
mí que está pensando, está muy cerca de la memoria y del corazón como para no
darme cuenta que estoy muy implicado en esta asimetría de respuesta, no frente
a un mandato, una exigencia, sino frente a una i-n-v-i-t-a-c-i-ó-n… invitación a una fiesta en la que el anfitrión
a puesto lo mejor, todo, para agasajar a sus invitados porque su hijo se casa
–algo que es una vez en la vida-, un acontecimiento sumamente dichoso.
Cada uno de
nosotros es invitado, de una u otra forma… ¡Qué precioso regalo¡ Se han fijado
en cada uno de nosotros, estamos en la lista de invitados.
¿Valoro esa invitación?
¿Me pesa esa invitación?
La condición
de invitado es de una gran consideración, demuestra una valoración de la
persona, un aprecio, un tener en cuenta, un afecto por quien se es.
Impresiona
la soltura que tiene el anfitrión para hacer que después de semejante
desprecio, abra las puertas de ese banquete que tanto quiere y en el cual tanto
esmero ha puesto a todos los que sus servidores encuentre en los cruces de los
caminos.
Y vuelve a
aparecer la valoración que le doy a esa invitación, a esa fiesta de bodas, por
la preocupación en presentarme como corresponde a la ocasión.
Lo que me
hace digno de Dios, de su invitación, de su fiesta, de estar presente en
semejante ocasión, es su consideración, que Él conozca mi nombre y sepa donde
encontrarme para hacerme llegar esa invitación. No es algo que yo haya hecho ya
que el se atreve a invitar “a buenos y malos”. Lo que cuenta es
la respuesta a la invitación y el valor que le doy a la misma, eso me hace
digno.
Cuan valioso
es ser invitado y no haber hecho nada para ello. No se si lo apreciamos tanto,
si de verdad inclina la balanza de nuestra vida, de nuestra felicidad, de verdadera
consideración sobre nosotros mismos y los otros… Gratuidad, pura gratuidad y
nada más que gratuidad.
Siempre nos
queremos ganar a Dios, sentir que está de nuestro lado y pensar que podemos
hacer algo para hacer que nos aprecie, que nos considere, que nos ame
finalmente. Y no hacemos mas que perder el tiempo y gastar nuestros
sentimientos en cosas que no sabemos si de verdad lo complacen. En vez si
vivimos en estado de gratuidad y estamos disponibles para ser invitados la
certeza de amor llega y podemos decir con el profeta: “Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el
Señor, en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su
salvación!”.
Que feo y
cuanta insatisfacción causa el comprar el aprecio, la valoración, la atención,
el amor de los demás a base de esfuerzos, nos deja en una tensión permanente.
Que dichoso
es aquel que no puede comprar la atención de los demás sino sólo recibirla como
puro regalo, como pura gratuidad. Entonces si que dará respuesta a la
invitación, ni loco la despreciará o se ocupará de otra cosa, tendrá toda su
atención en la invitación de Dios a la fiesta de la conversión, de amar sin
límites, de invitar él mismo a aquellos que no se lo pueden devolver, de
escuchar sus Palabras y no dejarlas pasar, de recibir al que pase y de ir a
donde nadie va, de hacer cada día Memoria suya la Eucaristía, de perdonar sin
ser perdonado…
La Eucaristía
de cada domingo, de cada día es el Banquete de Bodas del Hijo al que somos
invitados y donde podemos aplicar todo lo que venimos meditando y donde podemos
ejercitarnos en esa respuesta gratuita a esa invitación gratuita.
Padre, que
tu gracia siempre nos preceda y acompañe, y nos ayude en la práctica constante
de las buenas obras.
P. Sergio-Pablo Beliera