domingo, 12 de octubre de 2014

Homilía 28° Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo A, 12 de octubre de 2014



Banquete, Bodas, Invitación, Rechazo, Indiferencia, Muerte… Parecen situaciones que no tienen que ver unas con otras, sin embargo a la alegría del padre-rey que invita al banquete de bodas de su hijo, Jesús le contrapone la respuesta del rechazo, la indiferencia y la actitud homicida de los invitados a los cuales llamar indignos no es poco, tl algunos de nosotros fuésemos más duros con el calificativo.
Esta suerte de no correspondencia entre un movimiento de Dios y la respuesta del hombre vuelve una y otra vez, no como un reproche –muy humano- sino como una invitación renovada a no responder de la misma manera, una advertencia de cuidado que a ustedes les puede pasar lo mismo.
La parte de mí que está pensando, está muy cerca de la memoria y del corazón como para no darme cuenta que estoy muy implicado en esta asimetría de respuesta, no frente a un mandato, una exigencia, sino frente a una i-n-v-i-t-a-c-i-ó-n… invitación a una fiesta en la que el anfitrión a puesto lo mejor, todo, para agasajar a sus invitados porque su hijo se casa –algo que es una vez en la vida-, un acontecimiento sumamente dichoso.
Cada uno de nosotros es invitado, de una u otra forma… ¡Qué precioso regalo¡ Se han fijado en cada uno de nosotros, estamos en la lista de invitados.
¿Valoro esa invitación?
¿Me pesa esa invitación?
La condición de invitado es de una gran consideración, demuestra una valoración de la persona, un aprecio, un tener en cuenta, un afecto por quien se es.
Impresiona la soltura que tiene el anfitrión para hacer que después de semejante desprecio, abra las puertas de ese banquete que tanto quiere y en el cual tanto esmero ha puesto a todos los que sus servidores encuentre en los cruces de los caminos.
Y vuelve a aparecer la valoración que le doy a esa invitación, a esa fiesta de bodas, por la preocupación en presentarme como corresponde a la ocasión.
Lo que me hace digno de Dios, de su invitación, de su fiesta, de estar presente en semejante ocasión, es su consideración, que Él conozca mi nombre y sepa donde encontrarme para hacerme llegar esa invitación. No es algo que yo haya hecho ya que el se atreve a invitar “a buenos y malos”. Lo que cuenta es la respuesta a la invitación y el valor que le doy a la misma, eso me hace digno.
Cuan valioso es ser invitado y no haber hecho nada para ello. No se si lo apreciamos tanto, si de verdad inclina la balanza de nuestra vida, de nuestra felicidad, de verdadera consideración sobre nosotros mismos y los otros… Gratuidad, pura gratuidad y nada más que gratuidad.
Siempre nos queremos ganar a Dios, sentir que está de nuestro lado y pensar que podemos hacer algo para hacer que nos aprecie, que nos considere, que nos ame finalmente. Y no hacemos mas que perder el tiempo y gastar nuestros sentimientos en cosas que no sabemos si de verdad lo complacen. En vez si vivimos en estado de gratuidad y estamos disponibles para ser invitados la certeza de amor llega y podemos decir con el profeta: “Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el Señor, en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!”.
Que feo y cuanta insatisfacción causa el comprar el aprecio, la valoración, la atención, el amor de los demás a base de esfuerzos, nos deja en una tensión permanente.
Que dichoso es aquel que no puede comprar la atención de los demás sino sólo recibirla como puro regalo, como pura gratuidad. Entonces si que dará respuesta a la invitación, ni loco la despreciará o se ocupará de otra cosa, tendrá toda su atención en la invitación de Dios a la fiesta de la conversión, de amar sin límites, de invitar él mismo a aquellos que no se lo pueden devolver, de escuchar sus Palabras y no dejarlas pasar, de recibir al que pase y de ir a donde nadie va, de hacer cada día Memoria suya la Eucaristía, de perdonar sin ser perdonado…
La Eucaristía de cada domingo, de cada día es el Banquete de Bodas del Hijo al que somos invitados y donde podemos aplicar todo lo que venimos meditando y donde podemos ejercitarnos en esa respuesta gratuita a esa invitación gratuita.
Padre, que tu gracia siempre nos preceda y acompañe, y nos ayude en la práctica constante de las buenas obras.


P. Sergio-Pablo Beliera