“¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos
hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente.”
Es la primer respuesta que debemos acoger.
“Los santos” es la denominación habitual para designar a los que seguimos por el camino
a Jesús, el Santo de Dios.
Todos nosotros estamos incluidos en la santidad, porque
los santos son en primer lugar los que han sido hecho hijos del Padre. Es en
las aguas del Bautismo donde todos hemos sido santificados por el Santo. La
virtud de la santidad nos viene dada gratuitamente e incondicionalmente antes
que nosotros hagamos algo para merecerlo, de las manos del Padre. Así es Dios.
Nadie, bajo ninguna condición puede sentirse excluido de
vivir y alcanzar la santidad, porque ella ya está inserta en lo más profundo de
nuestro ser, y desplegarla es el mayor acto de libertad y consecuencia que
podemos experimentar, porque como humanos, como creaturas de Dios, superamos
esa condición al aceptar y abrazar la condición de hijos de Dios por el don
inestimable de su Bondad y Generosidad.
Está en nosotros tomar contacto con nuestra alma donde
reside esa santidad, aprender su leguaje y manifestaciones, y ejercitar nuestra
alma en conducir a toda nuestra persona en el camino de la santidad.
¿Somos conscientes de la
santidad que se nos ha donado y vive en nosotros?
¿Tomo contacto con mi
alma y me educo en aprender de su lenguaje y manifestaciones?
¿Dónde esa santidad está
buscando desplegarse en nuestra vida de cada día?
¿Quiénes son los santos?
Es la pregunta que todos nos hacemos:
“¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos
de túnicas blancas?” “Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos
han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”.
Santidad de luchadores, de sufridos, de arriesgados, de
consecuentes, de soñadores de ojos abiertos:
Pobres de espíritu
Pacíficos,
Mansos,
Puros,
Misericordiosos,
Afligidos,
Perseguidos,
Justos,
Sufrientes…
Todos estos “Felices” de Jesús, todos ellos son una
‘banda de perdedores’ para este mundo de promocionados exitosos, excéntricos,
adaptados, aventajados, capaces, ídolos, revelaciones, estrellas, famosos, etc.
Jesús ha logrado hacer la lista más amplia e inclusiva de
“Felices”
que haya existido. Todos ellos no buscan una recompensa para sí, sino
manifestar su amor incondicional al Dios que de modo incondicional ama y nos ha
abierto las puestas del Cielo con su propia sangre derramada.
Nacidos de la Cruz, se han hecho cruz con el crucificado.
No temen a la adversidad sino que sacan extraordinario provecho de ella, pero
no para manifestar la magnificencia del hombre que no pude ser vencido por
ninguna adversidad, sino para identificarse con Jesús Crucificado que se ha
manifestado débil, frágil y manso frente a los más crueles tormentos de la
indiferencia, del agravio, del olvido, del desprecio, del desamor y de la
tortura.
Esta multitud de santos que hoy celebramos son nuestro
modelo a escala humana de un seguimiento en la santidad de Jesús. Ellos han
superado la adversidad. ¿Cómo?
La adversidad asumida con Jesús y al estilo de Jesús
forja el alma, y el alma forjada sale fortalecida según las fuerzas de las que
vive que es la santidad que Dios ha puesto en ella, y esa alma tomará el
control de nuestro pensamiento liberándolo de toda deformación, y de nuestra
voluntad dejando de ser nuestra para volverse voluntad de Dios y de nuestro
cuerpo sacándolo de toda manifestación egoísta y desplegando toda su
generosidad.
¿Nos estamos sumando a
esta multitud de santos contraculturales, multiculturales, plurisociales,
intergeneracionales?
¿Porqué no tomar el
riesgo para el que se nos ha dado la vida?
¿Quiénes son esos santos?
“Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a
él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, se
purifica, así como él es puro.”
“Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y
cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense
entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.”
Esos que están por manifestarse somos nosotros, esos que
faltan manifestarse somos nosotros. Y Él que se manifestará en nosotros será
Jesús el Hijo Amado transfigurándonos a cada uno de nosotros en hijos amados.
Es ese Jesús a causa de quien debemos vivir toda
contradicción, no es a causa de nuestro pecado, sino a causa de elevarnos hasta
su santidad como nos podremos alegrar y regocijar en medio de la adversidad.
Es Él en nosotros quien purificará nuestra voluntad y la
voluntad de los demás en un sincero “hágase tu voluntad”, la Voluntad del
Padre, que cada día pedimos en el Padre nuestro. Sólo así alcanzaremos la
pureza de una alma libre de conducirnos por el camino que lleva al Cielo
nuestro destino final:
“a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”
“porque verán a Dios”
“porque serán llamados hijos de Dios”
“porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo”
Al Reino de los cielos pertenecemos están en la tierra,
porque el Cielo es nuestro destino final en donde habita el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.
P. Sergio-Pablo Beliera