Homilía 18º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 4 de agosto de 2013
Hace unos días leí un artículo en el cual se desarrollaba una tesis por la cual, vivir en menos espacio, significaba mayor calidad de vida para el habitante y para el entorno.
Es una verdad comprobable que estimula el ingenio, convive mejor con el entorno, y genera un mejor compartir con el otro al librar espacios. Y ni que hablar de economía.
Aveces podemos pensar que las verdades evangélicas son tales pero que su aplicación a la vida concreta de las personas y su entorno no son tan evidentes y concretables.
Jesús no quiere mediar en nuestras disputas por la avaricia, la codicia, los celos. No es mediador de nuestras injusticias innecesarias. Si quiero más a nivel material no es El quien ha venido a ocuparse de mi.
La incapacidad para conformarse con lo que se tiene siempre debe ser revisada. Hay inevitablemente que preguntarse porque quiero más. Porque creo que necesito más. Porque no me basta tal o cual cantidad o calidad.
El mundo del confort, de lo substituible porque salió otro modelo, no esta justificado en un mundo donde lo único obsoleto es desear insaciablemente si reflexión sobre las implicancias en la propia vida y en la de mis hermanos de familia, comunidad, ciudad, etc.
Es escandaloso en el siglo XXI de las comunicaciones y de la conciencia global que alguien posea una fortuna que no puede gastar, o sea que supera ampliamente sus necesidades en esta vida; pero es aún más escandaloso que yo pudiendo quedarme como estoy y sabiendo que no necesito más y aún peor que tener más empeora mi calidad de dignidad humana y de hijo de Dios, pretenda justificar con displicencia usar de más y usar sin responsabilidad.
Cuando perdemos la dimensión de vida eterna y que nada de este mundo material podemos llevarnos a la otra vida, estamos a instantes de caer presa de cualquier forma de insensatez en mi modo de vivir.
Es aquí cuando la verdad "menos es más" puede ayudarnos a aceptar esta condición esencial de la vida evangélica.
Como dice san Basilio magno, "nuestros graneros son los pobres" que tienen hambre, sed, desnudez, intemperie, olvido, soledad, enfermedad... ¿Puedo despreocuparme y ocuparme de agrandar mis reservas para acumular más sin ningún discernimiento que incluya el mundo de los vulnerables?
¿Cuál sería el verdadero problema de ponerse casi siempre lo mismo, es que seré más amado por estar a la moda? Si fuera así no estaría siendo amado y viviría una ilusión.
La magnanimidad, la generosidad, la sobriedad, la simplicidad, el uso racional, no sólo tiene efectos de poder compartir sino también de librar espacio de mi mente, de mi corazón, de mi tiempo y sobre todo de mi alma para el dejar espacio a Dios y a mis hermanos humanos y necesitados en mi...
La profesionalización de la pobreza evangélica en los consagrados es un mal que debemos revisar, porque Cristo pobre h crucificado es una llamada para todos los laicos también. Duele ver como los laicos se escandalizan de la falta de pobreza de la Iglesia, de los consagrados, o contribuyen a adormecer la conciencia de la Iglesia y de los consagrados de la necesidad de ponernos a resguardo de la avaricia, de la codicia, de la comodidad porque sí, y ellos mismos no se cuestionen que están haciendo con sus vidas y sus bienes. La pobreza evangélica es también para los laicos a los que no les basta con ser generosos y permanecer ricos.
Hay tantos testimonios vivos de esto que cualquier argumento en contra cae con la santidad de estos.
P. Sergio-Pablo Beliera