Una y otra vez hay una situación que se nos vuelve recurrente, como lo expresa hoy el Evangelio: “…los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.”
Una y otra vez, reunirnos con Jesús.
Una y otra vez, contarle a Jesús todo lo que hemos
hecho.
Una y otra vez, contarle a Jesús todo lo que hemos
hablado sobre Él.
Esta es la dinámica propia del busca a Dios y se hace
discípulo de Jesús, Dios entre nosotros.
Reunirnos en torno a Jesús, en eso cosiste todo:
porque Jesús es nuestro punto de encuentro,
nuestro punto de salida
y nuestro punto de vuelta.
Jesús es el Pastor bueno y solícito que nos reúne, que
nos congrega, como un fuego para brindarnos calor o una lámpara para brindarnos
su luz, como una fuente para brindarnos agua.
Las mujeres y los hombres de Dios, convocados por Dios
desde el Bautismo, hablamos con Dios de Dios y, de sus
consecuencias en nuestras vidas. O al menos esa debería ser nuestra
conversación con Él.
Ese reunirnos en torno a Jesús, para estar
con Él y compartir con Él, parte de una experiencia que tenemos con Él y
sólo con Él.
Nosotros hemos encontrado en Jesús, a Aquel nos “vio…
y se compadeció” de nosotros, porque estábamos “como ovejas sin pastor”,
y que viendo nuestra situación se puso a enseñarnos “largo rato”. Es Él y
sólo Él quien ha experimentado esa mirada y esa compasión con nosotros. O al
menos eso debería ser para nosotros, ¿lo es así? No da lo mismo que lo sea o
que no lo sea.
Hoy, ¿nosotros nos
apoyamos en esa mirada que nos descubre y en esa compasión que nos recubre?
“Cristo es nuestra paz” ¿“Cristo es nuestra paz”? Cada
uno debe examinarse en esta experiencia que no es una simple frase. Es una
experiencia que marca un ante y un después. ¿Lo
vivimos así?
“Dios es mi ayuda, el Señor es mi verdadero sostén.” (Sal 53, 6. 8) ¿Dejo que esto sea así? ¿Cada día me
encamino para que esto sea así, y no esté apoyándome en otras ayudas y en otros
sostenes?
Todos los cristianos deberíamos trabajar diariamente para
que Aquel nos “vio… y se compadeció” de nosotros, porque estábamos “como
ovejas sin pastor”, y que viendo nuestra situación se puso a enseñarnos
“largo
rato”, se vuelva una experiencia insustituible, única e insuperable. Y
eso sólo es posible si me vuelvo visible para el que me ve, si me vuelvo
audible para el que me escucha, si me vuelvo vulnerable para el que tiene
corazón compasivo para conmigo.
A su vez hay que luchar en cada uno de nosotros contra la
idolatría de la imagen, contra el culto de los sustitutos de Dios, contra el
engrosamiento de la personalidades. Nosotros, “Ahora, en Cristo Jesús… los que
antes estaban lejos, han sido acercados por la sangre de Cristo… Porque por
medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo
Espíritu.”
Él, Jesús, es el Signo sensible y la Palabra audible del
Padre, que le da validez a todos las otras presencias sacramentales de Dios
Pastor en su Iglesia. Sin Jesús no hay pastoreo compasivo, y ninguna de las
presencias sacramentales de ese pastoreo de Dios en Jesús Buen Pastor, puede
validarse por sí mismas y a sí mismas.
Lo trascendental es que Jesús, se vuelva el Buen Pastor
Compasivo, de todos nosotros, que nos convoca entorno a Sí.
Si Él no es nuestra ayuda, nuestro consuelo y sostén, no
sabré reconocerlo cuando viene a mí, ni sabré darlo cuando lo requieran de cada
uno de nosotros los demás, como discípulo que ha gozado del consuelo de su
Señor y da más de lo mismo que ha recibido.
Todo ministerio, todo servicio en la Iglesia, debe dejar
libre el espacio de pastoreo compasivo y de maestro de consuelo que le
corresponde a Jesús. Ninguna mediación humana debe ocultar la Mediación
trascendental de Jesús. Al contrario, todas ellas deben volver continua
referencia a Jesús Pastor y Maestro Bueno y Compasivo, que ve, escucha y
enseña, no sólo a través de… sino que lo sigue haciendo por sí mismo hasta la
consumación de los tiempos. “Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas, de
todos los países adonde las había expulsado, y las haré volver a sus praderas,
donde serán fecundas y se multiplicarán…”
Cuidarnos mutuamente en la Iglesia –iglesia doméstica,
comunidad local, comunidad religiosa- del poner por delante de Jesús nuestros
gustos por este o aquel ministro de la Iglesia sea cual fuere, es un bien que
no debemos abandonar jamás. Cuidarnos mutuamente de la vanidad de la
personalidad y de los carismas que se sirven a sí mismos.
Jesús vivo en mi vida cada día por la Palabra, la
Eucaristía y la Reconciliación, “Me guía por el recto sendero… me infunden
confianza.”
“Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar
un poco”, escuchamos de nuestro Pastor y Maestro
que nos convoca entorno a sí, en la Palabra, la Eucaristía y su Iglesia –familia,
comunidad-, cada vez que estamos cansados de trabajar en su rebaño, en su
siembra, en su cosecha, en su jornada. “Vengan ustedes solos a un lugar desierto,
para descansar un poco”, no mucho porque aún queda mucho por hacer.
“Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi
vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo”
P. Sergio-Pablo Beliera