La Pascua de Jesús se ha hecho nuestra Pascua. Eso es verdaderamente motivo
de gozo y paz para todos nosotros. Cada vez que llegamos a este punto, tenemos
que volver con corazón agradecido y capacidad de asombro sobre lo que ha
significado y significa nuestro Bautismo.
¿Cuántas veces y de que forma volvemos
sobre nuestro Bautismo como la gran obra de Dios en nosotros y por lo tanto
como la gran fuente transformadora de nuestra persona de cara a Dios y de cara
a nuestros hermanos?
Olvidar lo que este Bautismo significa e implica en nosotros es fuente de
gran confusión y empobrecimiento en nuestras vidas. Y si lo es de las nuestras,
lo es también de la de nuestros hermanos. La inteligencia puede ser distorsionada
aún cegada en su propia búsqueda. La voluntad puede ralentizarse
significativamente por una malformación de la libertad. El corazón puede perder
su vitalidad por obstrucciones y esfuerzos innecesarios o forzados. Pero, el
alma, silenciosa y firme reconoce sólo a su Padre y, de Él puede sólo recibir
estímulos para ayudarnos a pensar, querer y hacer según la savia primigenia de
Jesús la Vid verdadera.
Es por eso que nunca debemos desesperar como dice san Juan hoy: “En
esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios
aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que
nuestra conciencia y conoce todas las cosas.”
Puesto este cimiento, los invito recordar que así como todo nuestro cuerpo
vive de un movimiento doble, tanto el lo funcional, intelectual y afectivo, así
también nuestro ser cristiano tiene un continuo doble movimiento:
Un movimiento de
interiorización por el cual Dios penetra en nuestro ser. Así es como venimos
interiorizando la Pascua de Jesús y haciéndola nuestra. Venimos inspirando la
Pascua y que invada todo nuestro ser. Dice Jesús: “Ustedes ya están limpios por la
palabra que yo les anuncié… Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.”
Si Dios se hace íntimo en el discípulo, el discípulo debe hacerse íntimo de
Dios. O sea, un doble movimiento al interior del doble movimiento. Nunca
dejaremos de asombrarnos y de enriquecernos de la exquisita relación de
cohabitación y compenetración mutua entre el Padre y el Hijo, y por lo tanto
entre la que Dios mismo nos ofrece tener con Él, pero no en un uno a uno
solamente, sino en uno que contagia y es contagiado del movimiento de Dios
hacia el otro y del otro hacia Dios.
Por
otro lado entonces, hay un movimiento de exteriorización por el cual el Dios
que nos penetra sale de nosotros hacia fuera de nuestro ser. Así vamos
exteriorizando la Pascua de Jesús y haciéndola nuestra por palabras y gestos.
Así es como exhalamos el hálito Pascual desde lo más profundo de nuestro ser.
Dice Jesús al respecto: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El
que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada
pueden hacer.” Dar fruto es la gran exteriorización de nuestra unión
profunda y sincera con el Señor. Si el Señor se ha vuelto verdaderamente mi
sangre, mi aire y mis neuronas, entonces Él se manifestará a través de nuestra
persona entera. Los sarmientos salen obviamente hacia fuera de la vid, y flores
y frutos obviamente también. Extrañamente a veces nos quedamos sólo con los frutos
hacia adentro como si eso fuera posible. Los frutos ya están en la savia y la
savia sólo quiere transformarse en fruto.
Unión y exposición, son primordiales para un seguimiento verdadero de Jesús
la Vid verdadera, cuyo Padre el viñador, a quienes nos hemos injertados en
Jesús, nos poda para que demos fruto abundante. Quien tiene una unión de ser y
vida con el Señor Jesús no puede dejar de darlo a los demás con fruición,
espontaneidad y abundante generosidad. La poda no son los males que nos
sobrevienen habitualmente, sino los desprendimientos necesarios para dar nueva
y más vida, es la migración de la fe compartida en comunidad a otras
germinaciones de fe compartida en comunidad. La misión es intrínseca a la
permanencia y pertenencia en y a Jesús, Vid y Vida verdadera.
“La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así
sean mis discípulos.”: dice Jesús. Por lo cual no hay
discípulo sin que de fruto abundante. No pueden llamarse sinceramente
cristianos, aquellos que no vive de Cristo y no viven para sus hermanos.
Debemos cada día recuperar para la pureza de nuestra fe y la paz del mundo,
nuestra irrenunciable condición de hermanos entre nosotros los humanos de cada
familia, comunidad y sociedad.
Ese fruto abundante que podemos dar y consiste en la gloria del Padre de
Jesús, está más allá de donde estamos cómodamente instalados. Ese fruto
abundante es lo que nos desafía, lo que tal vez no estamos dispuestos a hacer,
pero que es necesario e imprescindible hacer por los demás.
Jesús es muy consiente que si no hay una gloria del Padre que nos conmueva,
no hay gloria de hermanos que nos ocupe de día y de noche como un gozo pascual
plenificante y plenificador. “La gloria de mi Padre consiste en que
ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.”
Supliquemos pues vivamente: Padre y Viñador, realiza
plenamente en nosotros el misterio pascual para que, renacidos por el santo
bautismo, con tu ayuda demos fruto abundante y alcancemos la alegría de la vida
eterna.
P. Sergio-Pablo Beliera