sábado, 6 de diciembre de 2014

Homilía Domingo 2° de Adviento, Ciclo B, 7 de diciembre de 2014

¡Cuánto nos cuesta aceptar que el protagonismo final lo tiene Otro!
¡Cuánto nos cuesta integrar que somos parte de una Camino pero no somos el final del Camino!
Todos los días emprendemos el gozoso o el doloroso camino de abrir camino para el Camino. Todos los días abrazamos ese espacio y ese tiempo que marca el surco del que somos parte, pero no como solitarios transeúntes, sino como quien va a veces por delante porque Alguien se nos ha adelantado y nos precede pero, a su vez nosotros precedemos un final en el que ese Alguien es el punto final y culminante.
Ni las cosas comienzan en nosotros ni terminan en nosotros. En todo estamos porque Dios, principio y final de la historia, está porque estuvo y entonces estará. Ser parte…, precioso tesoro al que somos invitados.
“Prepararen el camino”, bella definición de lo que hace Dios en nuestras vidas por sí mismo y por otros. Y a la vez, luminosa descripción de lo que hacemos en la vida de los demás, para que el Señor encuentre un corazón bien dispuesto en nuestros hermanos.
“Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino…”
Hoy debemos hacer Memoria de todas las veces que el Señor lo ha estado haciendo paciente y esmeradamente a pesar de nosotros mismos. Él mismo preparando el Camino para que Él mismo que es el Camino, pueda transitar y encontrarnos bien dispuestos. Toma pues el Pan de la Palabra y come para hacer Memoria Fiel.
Hoy debemos hacer Memoria de todos aquellos que el Señor ha enviado como mensajeros suyos, para despertarnos, despabilarnos, para mantenernos despiertos, para avisarnos, alertarnos, despejarnos, abrir nuestros oídos, agudizar nuestra mirada, erguir nuestras espaldas, fortalecer nuestras rodillas vacilantes, afirmar nuestro andar… Ahí han estado para nosotros y por nosotros porque el Señor los ha enviado. Toma pues y como el Pan de la Caridad y come de su sustancia para hacerte Caridad Agradecida.
Hoy tenemos la oportunidad de hacer Memoria de las veces que el Señor nos ha enviado a nosotros confiándonos la misión de ser mensajeros suyos en la vida de tantos hermanos desconsolados: “¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón…” ¡Que gratitud brota del corazón cuando somos conscientes de este privilegio que supera nuestros planes y nuestras capacidades! A veces no entendemos el mensaje y al que nos envía como mensajeros pero, Él va develándonos el mensaje y nuestra misión de mensajeros en la medida que unos y otros podemos recibirlo, abrirnos a Él que es Mensaje y Mensajero por excelencia. Toma pues y come del Pan de su Cuerpo y Sangre entregado y resucitado, para que tus ojos se abran y arda tu corazón cuando Él parte en Pan en la Comunidad.
Hoy es día para escuchar, abrazar y poner en práctica el hilo conductor del Mensaje que hemos recibido y, del Mensaje que hemos sido enviados a llevar como Tesoro preciado e insustituible. No lo perdamos, ni lo dejemos olvidado por ahí…
Hoy es el día para señalarlo a Él. Para dejar de mirarnos a nosotros mismos por nosotros mismos. Para dejar de mirar a los demás según nosotros mismos. Y mirarnos y mirarlos según Él mismo, como Él mismo lo hace.
Por eso, “¡qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor!”… Nuestro ser y nuestro hacer si es genuino y proviene de la Fuente y Cumbre de la Vida, anhela y se esmera en deseos que nos hacen como Él es y hace, y a la vez el deseo crece incesantemente en esperanza que Él llegue y sea pronto. Somos aceleradores que acortan la distancia de tiempo y espacio entre nosotros y el Señor que viene, doblando así por el Amor en acción el espacio que nos separa y que acorta el tiempo del Encuentro con el Amado.
Nuestra conducta se vuelve santa y de acuerdo al sentir del Corazón de Dios, en la medida que espera en el Señor, y se enciende en deseos que se rompa “la tela” y me entregue al Gozo de nuestro Señor cuanto antes, no ya por la muerte que sobreviene al final de nuestras existencias, sino por que todo nuestro ser se vuelve acorde al deseo más profundo del hombre, que es estar no sólo en paz con el Señor, sino en la Paz de nuestro Señor.
Tal vez seamos de esos cristianos que entonces hacen experimentar que el Cielo está en la tierra, que el Tiempo y el Espacio de Dios se ha adelantado y ya está Aquí y Ahora.
O seamos de esos “cristianos” que tienen puesta su mirada en que se acorten los tiempos y se den las oportunidades para que lo que han construido en su mente y en su corazón se de para sentirse felices y satisfechos, y eso sin esperar al Esperado, sin que llegue El que ha de Venir.
Hombre de fe, escucha al mensajero que trae el Mensaje.
Hombre de esperanza, da el Mensaje que el Mensajero te ha confiado.
Hombre Enamorado, desea ardientemente que tu Señor venga a Consolarte y Colmarte como nada ni nadie puede hacerlo, porque sólo Él puede bautizarnos “con el Espíritu Santo”, Fuego que todo lo consume en el Amor, Luz que todo lo ilumina en la Belleza de su Rostro que contemplaremos cuando Él se nos muestre hoy y mañana, alegría de nuestros corazones hechos como el suyo.
Padre rico en misericordia, que nuestras ocupaciones cotidianas no nos impidan acudir presurosos al encuentro de tu Hijo, para que, guiados por tu sabiduría divina, podamos gozar siempre de su compañía.


P. Sergio-Pablo Beliera

domingo, 30 de noviembre de 2014

Homilía Domingo 1° de Adviento, Ciclo B, 30 de noviembre de 2014

¿Cuál es el valor de un suspiro, de un anhelo?
“¡Vuelve, por amor a tus servidores…!” “¡Si rasgaras el cielo y descendieras…!”
¿Cuál es el valor de una advertencia?
“Tengan cuidado y estén prevenidos…
¿Cuál es el valor de una toma de conciencia?
“Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un trapo sucio. Nos hemos marchitado como el follaje y nuestras culpas nos arrastran como el viento.”
¿Cuál es el valor de una presencia, de una ausencia, de una venida definitiva esperada?
“Tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos la arcilla, y Tú, nuestro alfarero: ¡todos somos la obra de tus manos!”
¿Cuál es el valor de lo que reconocemos con valor para nuestras existencias?
“¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos y endureces nuestros corazones para que dejen de temerte?”
Ahora, volvamos sobre nuestras preguntas. Recordemos que una buena pregunta es ya una buena respuesta. A veces queremos respuestas pero no tenemos preguntas, o no tenemos la pregunta adecuada y vital que debemos hacernos. Parte de las grandes preocupaciones que nos habitan están sustentadas en la depreciación de la pregunta, de la buena y honda pregunta que abra una brecha en nuestra existencia por la que valga la pena adentrarse.
La apreciación o depreciación (darle valor o no a alguien o algo), es un acto humano al que tenemos que asignarle (libremente) un espacio en el punto de partida, en el recorrido y en el final de nuestra existencia. Imposible eludirlo. El fervor es la manifestación de la apreciación y la indiferencia la manifestación de la depreciación.
Vivimos tiempos de indiferencia que manifiestan una depreciación de lo que es humano y por lo tanto de lo que es divino. Quines demolieron las religiones bien habidas y proclamaron la era de la indiferencia a Dios hicieron un mundo deshumanizado, frío, injusto, opresor de las libertades. Signo claro de que Dios humaniza y el hombre humanizado vive con Dios.
El experimento de borrar a Dios de la existencia humana ya falló en el siglo pasado, pero ahora vuelve con otras formas, porque la humanidad está en tránsito y cuando cree que ya ha llegado, paff… sobreviene la desgracia. Ahora, el experimento fallido, vuelve en formas de apatía, insensibilidad, superposición y abundancia innecesaria de supuestos bienes, -y hasta de noticias que ponen lo escabroso individual y que esconde la trama del mal que se lleva a miles y miles al olvido-, consumismo de bienes materiales para satisfacer la insatisfacción existencial de ser amados, considerados y de ser capaces de asumir desafíos y oportunidades de bondad, de belleza, de ternura, de justicia, de alegría expansiva, de contacto directo unos con otros, de reconocimiento de rostros y rasgos personales. Es verdad que hay una agenda de solidaridad, pero si esa agenda no se pasa a la propia piel, al sistema nervioso propio, al torrente sanguíneo, al corazón, a la mente, al alma… es una agenda y no la vida misma, es un acto y no una actitud permanente.
Comenzamos el Adviento, y debemos ser concientes que para una gran número de católicos la mirada está puesta en la Navidad, y desconocen cómo vivir este tiempo de cuatro semanas, y por lo tanto llegan a la Navidad abruptamente, sin una adecuada preparación. Llegan al acontecimiento pero no han hecho el camino que el acontecimiento implica. Sobre todo no habrán podido purificar sus deseos y aspiraciones a la hora de recibir al Señor y reconocerlo, adorarlo y amarlo cuando se presente será difícil estar en sintonía con Él. La invitación del Señor está hecha: “Tengan cuidado y estén prevenidos…Y,mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia”.
A quienes somos concientes de este tiempo de Adviento, se nos pide ser testigos del mismo y gritar claro y hacer gestos fuertes y contundentes para llamar la atención de los que no lo son.
Es un tiempo de Misión por excelencia. Claro que en la agenda social ya no cabe nada, -demostración cabal que no vivimos al ritmo de una espiritualidad cristiana que propone, que anuncia y guía nuestros pasos, sino que vamos detrás de una agenda que no nos pertenece-. Pero frente al hecho consumado, es una agenda en la que debemos meternos con lo que somos y provocarla para que se despabile y recobre su sentido. Vendrán los “realistas” de hoy a decirnos “no se puede ir en contra” “las cosas son así” o “que cada uno haga la suya”. Frente a lo cual deberíamos recordar como verdadero realismo las palabras de Jesús: Será como un hombre que se va de viaje, deja su casa al cuidado de sus servidores, asigna a cada uno su tarea, y recomienda al portero que permanezca en vela. Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa”. Estas palabras son la verdadera lectura del día a día, porque estamos aquí de paso y para servir, no para adueñarnos de este tiempo ni de este espacio, y consumirlo habidamente como insaciables.
Argentina necesita Adviento, pausa, reflexión, mirar con atención, escuchar, entrar en diálogo y encuentro. No son las vacaciones, -de una porción de la sociedad-, las que nos darán el descanso necesario. Sino este conectarnos con los anhelos más profundos de Dios y del hombre, con lo que hizo y aún esperamos que haga (en muchos cristianos lo que falta hacer a Dios tiene que ver sólo con un encuentro personal en el que seremos juzgados frente al espejo en el que nos hemos mirado, y no un acontecimiento de toda la Humanidad de cara a Dios y de toda la Creación de cara a su Voluntad. Tal es la invasión y el desembarco del individualismo y del subjetivismo).
Si no nos adentramos en las preguntas iniciales, en los anhelos más profundos, en la llamada de Dios, en sus invitación, que sentido podrían tener estas palabras del Espíritu: ustedes han sido colmados en él con toda clase de riquezas, las de la palabra y las del conocimiento, en la medida que el testimonio de Cristo se arraigó en ustedes. Por eso, mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia”. Claro, hay que estar esperando al Señor y no otra cosa, aunque sea a nosotros mismos. Confieso que esa pregunta me golpea fuerte al sólo plantearla. Porque temo que estemos esperando sólo un mundo mejor, pero no esperando al Señor del mundo. Hacemos este mundo mejor, sólo porque Él es el Señor del mundo y, fuimos “colmados con toda clase de riqueza” para devolvérselo a su llegada produciendo el fruto de justicia, de misericordia, y paz, por el que Él vino en la humildad de un Niño, se entregó en la Cruz y Resucitó y, por el viene en cada Eucaristía (Mesa de la Palabra y Mesa del Pan) para que no nos olvidemos que “no nos falta ningún don de la gracia” para hacer por Él, con Él, para Él y como Él.
Hay una sola Historia, la otra no lo es aunque lo parezca.
Hay una sola Realidad, la otra es el plano inferior que apenas si se le parece.
Hay una Respuesta a nuestra pregunta y se llama Señor Jesús, las demás no están a su altura.
Los que son de Él, son como Él y viven como Él y lo esperan ansiosamente, “porque Dios es fiel, y él los llamó a vivir en comunión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.”
¿Porqué cómo nos reconoceríamos y se nos reconocería sino por las obras que Él hizo, hace y hará con los que son suyos?
Por eso, Padre, te rogamos que la práctica de las buenas obras nos permita salir al encuentro de tu Hijo que viene hacia nosotros, para que merezcamos estar en el Reino de los cielos junto a él.


P. Sergio-Pablo Beliera