domingo, 15 de septiembre de 2013

Homilía 24º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 15 de septiembre de 2013


Homilía 24º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 15 de septiembre de 2013
“Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".”
Este hecho de la escucha y acercamiento de los pecadores públicos y de la murmuración y el rechazo de los fariseos, es lo que hoy comenta Jesús. Para dar una palabra, un discernimiento a esta situación vital, Jesús crea estas tres parábolas.
Tres parábolas que comentan una misma situación. La sorprendente receptividad de publicanos y pecadores por un lado, y el rechazo y la murmuración de los fariseos por el otro.
En medio Jesús, brindándonos una lectura de esta situación clave del Evangelio del Reino, que Él ha venido a anunciar con su palabras y sus gestos, con toda su persona y que por lo tanto provoca la reacción de toda la persona de quien lo quiera recibir.
Hay tres actitudes marcadas que quisiera destacar:
“…va a buscar…”, “…y busca con cuidado…”, “…su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió…”, dice Jesús.
Es una búsqueda… Una búsqueda de Dios del hombre extraviado, perdido, que ha partido. Una búsqueda intensa, en la que compromete toda su persona.
Una búsqueda que pone a Dios en movimiento hacia el hombre… Búsqueda que ya estaba desde el comienzo, desde el inicio de la relación entre el hombre y Dios, recordemos esa bella imagen del Génesis: “Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín.”, pero que se hace más urgente después de que el hombre se pierde a sí mismo, se extravía, se va de la casa del padre…
¿Podemos resistirnos a que Dios siga buscando al hombre extraviado? ¿No deberíamos por el contrario desearlo, rogarlo, y facilitarlo?

Dice Jesús: “Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría…”, “Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas…”, “…corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.”
Es un encuentro… Un encuentro buscado, un encuentro deseado, un encuentro trabajado, un encuentro preparado, un encuentro sin obstáculos que barre con todos ellos… Un encuentro que es abrazo y beso que nace de la profunda conmoción de Dios al ver a su creatura amada, a su hijo amado… ¿Qué ve Dios cuando nos encuentra? Ve a quien ama, a quien desea, a quien crea, ve un hijo, ve alguien que le pertenece pero a quien Él no sujeta amarrándolo sin libertad… Dios se encuentra primero con quien ha creado y a quien ama. Al reencontrase con nosotros, no ve primero nuestro extravío, nuestra pérdida, nuestra huída, sino a quien Él crea y ama… Porque ningún extravío, ninguna pérdida, ninguna huída puede estar por sobre su obra, por sobre su amor, nada ni nadie puede empañar su obra de amor a quien Él busca para encontrar y completar lo que ha comenzado en nosotros.

Dice Jesús: “…y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: 'Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido'.”, “…llama a sus amigas y vecinas, y les dice: 'Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido'.”, “…el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.”
Es una fiesta… Una gran fiesta… A la que se invita a los amigos y vecinos. Se abra la casa, se prepara la fiesta con lo mejor de la casa. Es una fiesta contagiosa, que invita a entrar a otros. En una alegría expansiva a los lugares más remotos y que invita a celebrar. Una gran celebración de lo que estaba perdido y fue hallado, de lo que estaba muerto y ha vuelto a la vida. Se había perdido el amor y el amor fue hallado, había muerto el amor y el amor fue devuelto a la vida.
Eso somos primero que todo para Dios y somos motivo de fiesta. No puede prevalecer la tristeza de la herida, de la culta, del castigo, porque nada puede anteponerse al amor de Dios origen, fundamento y fin de todo.
Una fiesta cuya repercusión llega al cielo mismo… Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".”, “Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".”, “Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".”
Lo que había provocado el desencuentro entre el hombre y Dios ha perdido su poder. Ahora Dios se pasea por su obra y busca, encuentra y celebra porque nada se obstaculiza entre Dios y sus hijos amados, que se le acercan y lo escuchan, lo reciben y se dejan transformar.
Por eso entristecerse por semejante cambio, por más desproporcionado que sea, es no recibir a Dios mismo. No cabe murmuración frente al obrar misericordioso de Dios. Solo cabe la alegría por es justo que “…este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".” Porque no podemos olvidarnos que somos ese mismo hermano muerto y perdido… como bien dice Pablo: “fui tratado con misericordia, porque cuando no tenía fe, actuaba así por ignorancia. Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, junto con la fe y el amor de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna de fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en él para alcanzar la Vida eterna.”
Hay un solo Justo, un solo Inocente, un solo Puro, y ese es Jesús, los demás somos todos necesitados de semejante amor de misericordia sin el cual no podemos vivir.

P. Sergio-Pablo Beliera