domingo, 20 de abril de 2014

Homilía Domingo de Pascua, Ciclo A, 20 de abril de 2014

Queridos hermanos,
¡Esta es la Pascua del Señor Jesús! el Hijo Amado del Padre, que padeció de parte de los hombres, que Murió muerte de Cruz, que Descendió al lugar de los muertos, y que ha Resucitado, por eso, ¡"Alégrense"!

Hoy nos alegramos en medio de nuestros temores frente a los temblores, temblores de nuestra tierra que no es tan firme como pensamos, temblores provocados por los hombres, miedos de todo tipo que nos paralizan o hace ir en sentido contrario.

Frente a todo esto escuchamos el bienaventurado anuncio ¡"Alégrense"!

Y del cielo por voz de un Ángel recibimos el sorprendente anuncio:  "No teman... (Jesús) ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán". 
Y del mismo Jesús que sale a nuestro encuentro, recibimos el anuncio del encuentro con el Resucitado: "Alégrense... No teman... avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán".

Todos tememos a lo desconocido, y el Señor Jesús lo sabe muy bien, sus palabras "No teman", han resonado muchas veces a nuestras experiencias humanas de temor, de duda, de miedo y de angustia. 
¡Alégrense! Para eso he venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.

Pero lo desconocido que más nos hace temer es la muerte, y el Señor Jesús, no ha ido enseñando a no temer a la muerte desde que nos invitó a seguirlo, "el que quiera seguirme, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame"... Aprendemos a no tener miedo a los temores de los temores que es la muerte, renunciando voluntariamente a  la tiranía de nuestro "ego", de nuestro "yo", instrumento de esclavitud cuando se quiere ir en pos de la libertad de seguir a Jesús tras el día a día de la vida, porque "para la libertad, nos liberó Cristo" y no hay mayor libertad que ir con Él, donde Él va, y como Él va.
¡Alégrense! Para eso he venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.

Nos ha enseñado a ser libres de la admiración o no de los demás. Aprendemos con Él a sobrevivir a las miradas de los otros, que esclavizaron a Adán, y que ya había esclavizado a Eva.
Con Jesús,  aprendemos a ser libres de cuidar nuestro prestigio frente a los demás y el propio espejo, aprendemos a valorar la dignidad que proviene no de lo que hacemos, sino de lo que el Padre ha hecho de nosotros y con nosotros. No vivimos ya para el honor de ser semidioses sino para ser verdaderamente hijos de Dios.
¡Alégrense! Para eso he venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.

Con Jesús, somos ya libres del impulso de cuidar nuestra seguridad a través de los bienes como el dinero, los logros personales, el éxito, la excelencia, porque aprendimos con Jesús que vivimos más del pan que "sale de la boca de Dios" que del que ganemos "con el sudor de la frente", porque Dios es Padre y cuida de sus criaturas que se abandonan a Él.  Y hace del dinero un servicio a la voluntad de Dios y a la verdadera necesidad del hombre y no al revés.
¡Alégrense! Para eso he venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.

Esta conversión a nuestros primeros temores, es lo que aprendimos de Jesús y con Jesús en Galilea. Aprendimos a vivir libres del pecado, para ser hijos libres de Dios, y hermano de todos los hombres, como Jesús que se hizo "todo para todos".

Una vez que Jesús enfrentó de frente la muerte, nuestro temor se dirige directamente a aprender con Él a vivir en perspectiva ya no de la muerte, sino de la Resurrección, obra maestra del Padre en Jesús su Hijo, y obra maestra de Jesús el Hijo para su Padre.

Y para que el hombre no empiece de "0" este camino, Dios nos regala el Bautismo, su obra en nosotros donde nos arranca de las manos del pecado que siembra la muerte en nosotros.
Por el Bautismos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, engendran el Jardín en nuestra persona entera, por dentro y por fuera, y lo habitan para embellecerlo cada día con su Amorosa Presencia y Compañía.  
¡Alégrense! Para eso he venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.

Por el Bautismo, la resurrección de Jesús es sembrada en nosotros y por las aguas del Bautismo es regada la semilla llamada a crecer hasta la Vida Eterna. La resurrección no se alcanza por portase bien, sino por hacerse uno con Jesús Resucitado y reproducir su imagen y semejanza en mí, liberando la fuerza de ese Jesús Resucitado que ha muerto y resucitado conmigo en el Bautismo y ahora vive en mí.

Cada día abrazamos este Bautismo, para abrazar la Vida y no la Muerte, para abrazar la Alegría y no el Temor, para abrazar nuestra condición de hijos y no la de rivales de Dios.
Por eso cada día el discípulo que Jesús Resucitado considera "mis hermanos", sube a Galilea, para ver al Señor que se nos adelanta para encontrarnos donde todo comenzó, en Galilea, en el Bautismo.

Los discípulos se enteran de la resurrección en Jerusalén, pero la comienzan a experimentar en Galilea, donde el Señor Jesús los cita, como se cita a hermanos -de es la primera y única vez que lo hace- después de su resurrección somos sus hermanos.

Nosotros sus discípulos del Tercer Milenio, nos enteramos de la resurrección de Jesús en donde nos enfrentamos a la muerte, pero comenzamos a comprenderla una vez que nos ponemos en camino con Él como Resucitado, sólo allí lo veremos. Donde comenzamos con Jesús, allí debemos volver. 

Siempre volver a empezar desde las palabras vivas de Jesús, desde el anuncio de la Buena Noticia del Reino cercano, de la conversión de mi soledad en una nueva hermandad de pecadores redimidos, de pequeños enaltecidos.

Y todo comenzó en nuestro Bautismo.
Y todo comenzó en nuestra escucha de la llamada.
Y todo comenzó en nuestro primer "si".
Y todo comenzó, donde Él me cita.
Y todo comenzó, allí donde se dejó ver.

Volver a encontrarse con Jesús resucitado en Galilea es una profunda unidad entre historia personal y fe, entre lo que vamos siendo y lo que creemos. Así cómo el Jesús histórico que vivió en Galilea es el mismo que murió y resucitó en Jerusalén en el que creemos; así también nosotros somos los mismos con nuestra historia y con la historia que forjamos con Jesús Resucitado.

En esta Pascua pidamos una existencia de cristianos libres para dar testimonio de su ser cristiano, sin miedos, sin prejuicios, sin rupturas. Si hemos sido liberados de la muerte y del pecado y esa liberación ha entrado en nuestras vidas por el Bautismo y es parte de nuestro ser, seamos ante los demás cristianos libres de serlo en todas partes.

Si hemos visto a Jesús Resucitado en nuestra Galilea, hagámoselo ver a los que aún no lo ha visto o se han olvidado de ese encuentro para toda la vida. Hagamos nuestro el llamado de Jesús: "...avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán". 
¡Cómo encontrar al Señor de la Vida y no llevarle este anuncio a mis hermanos, los hermanos de Jesús!

¡Alégrense! Para eso he venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.
"Alégrense"

P. Sergio-Pablo Beliera