Queridos hermanos,
¡Esta es la Pascua del Señor
Jesús! el Hijo Amado del Padre, que padeció de parte de los hombres, que Murió
muerte de Cruz, que Descendió al lugar de los muertos, y que ha Resucitado, por
eso, ¡"Alégrense"!
Hoy nos alegramos en medio de
nuestros temores frente a los temblores, temblores de nuestra tierra que no es
tan firme como pensamos, temblores provocados por los hombres, miedos de todo
tipo que nos paralizan o hace ir en sentido contrario.
Frente a todo esto escuchamos
el bienaventurado anuncio ¡"Alégrense"!
Y del cielo por voz de un
Ángel recibimos el sorprendente anuncio: "No teman... (Jesús) ha
resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo
verán".
Y del mismo Jesús que sale a
nuestro encuentro, recibimos el anuncio del encuentro con el Resucitado:
"Alégrense... No teman... avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y
allí me verán".
Todos tememos a lo
desconocido, y el Señor Jesús lo sabe muy bien, sus palabras "No
teman", han resonado muchas veces a nuestras experiencias humanas de
temor, de duda, de miedo y de angustia.
¡Alégrense! Para eso he
venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.
Pero lo desconocido que más
nos hace temer es la muerte, y el Señor Jesús, no ha ido enseñando a no temer a
la muerte desde que nos invitó a seguirlo, "el que quiera seguirme,
renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame"... Aprendemos a no tener miedo
a los temores de los temores que es la muerte, renunciando voluntariamente a
la tiranía de nuestro "ego", de nuestro "yo",
instrumento de esclavitud cuando se quiere ir en pos de la libertad de seguir a
Jesús tras el día a día de la vida, porque "para la libertad, nos liberó
Cristo" y no hay mayor libertad que ir con Él, donde Él va, y como Él va.
¡Alégrense! Para eso he
venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.
Nos ha enseñado a ser libres
de la admiración o no de los demás. Aprendemos con Él a sobrevivir a las
miradas de los otros, que esclavizaron a Adán, y que ya había esclavizado a
Eva.
Con Jesús, aprendemos a
ser libres de cuidar nuestro prestigio frente a los demás y el propio espejo,
aprendemos a valorar la dignidad que proviene no de lo que hacemos, sino de lo
que el Padre ha hecho de nosotros y con nosotros. No vivimos ya para el honor
de ser semidioses sino para ser verdaderamente hijos de Dios.
¡Alégrense! Para eso he
venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.
Con Jesús, somos ya libres
del impulso de cuidar nuestra seguridad a través de los bienes como el dinero,
los logros personales, el éxito, la excelencia, porque aprendimos con Jesús que
vivimos más del pan que "sale de la boca de Dios" que del que ganemos
"con el sudor de la frente", porque Dios es Padre y cuida de sus
criaturas que se abandonan a Él. Y hace del dinero un servicio a la
voluntad de Dios y a la verdadera necesidad del hombre y no al revés.
¡Alégrense! Para eso he
venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.
Esta conversión a nuestros
primeros temores, es lo que aprendimos de Jesús y con Jesús en Galilea.
Aprendimos a vivir libres del pecado, para ser hijos libres de Dios, y hermano
de todos los hombres, como Jesús que se hizo "todo para todos".
Una vez que Jesús enfrentó de
frente la muerte, nuestro temor se dirige directamente a aprender con Él a
vivir en perspectiva ya no de la muerte, sino de la Resurrección, obra maestra
del Padre en Jesús su Hijo, y obra maestra de Jesús el Hijo para su Padre.
Y para que el hombre no
empiece de "0" este camino, Dios nos regala el Bautismo, su obra en
nosotros donde nos arranca de las manos del pecado que siembra la muerte en
nosotros.
Por el Bautismos el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo, engendran el Jardín en nuestra persona entera, por
dentro y por fuera, y lo habitan para embellecerlo cada día con su Amorosa
Presencia y Compañía.
¡Alégrense! Para eso he
venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.
Por el Bautismo, la
resurrección de Jesús es sembrada en nosotros y por las aguas del Bautismo es
regada la semilla llamada a crecer hasta la Vida Eterna. La resurrección no se
alcanza por portase bien, sino por hacerse uno con Jesús Resucitado y
reproducir su imagen y semejanza en mí, liberando la fuerza de ese Jesús
Resucitado que ha muerto y resucitado conmigo en el Bautismo y ahora vive en
mí.
Cada día abrazamos este
Bautismo, para abrazar la Vida y no la Muerte, para abrazar la Alegría y no el
Temor, para abrazar nuestra condición de hijos y no la de rivales de Dios.
Por eso cada día el discípulo
que Jesús Resucitado considera "mis hermanos", sube a Galilea, para
ver al Señor que se nos adelanta para encontrarnos donde todo comenzó, en
Galilea, en el Bautismo.
Los discípulos se enteran de
la resurrección en Jerusalén, pero la comienzan a experimentar en Galilea,
donde el Señor Jesús los cita, como se cita a hermanos -de es la primera y
única vez que lo hace- después de su resurrección somos sus hermanos.
Nosotros sus discípulos del
Tercer Milenio, nos enteramos de la resurrección de Jesús en donde nos
enfrentamos a la muerte, pero comenzamos a comprenderla una vez que nos ponemos
en camino con Él como Resucitado, sólo allí lo veremos. Donde comenzamos con
Jesús, allí debemos volver.
Siempre volver a empezar
desde las palabras vivas de Jesús, desde el anuncio de la Buena Noticia del
Reino cercano, de la conversión de mi soledad en una nueva hermandad de
pecadores redimidos, de pequeños enaltecidos.
Y todo comenzó en nuestro
Bautismo.
Y todo comenzó en nuestra
escucha de la llamada.
Y todo comenzó en nuestro
primer "si".
Y todo comenzó, donde Él me
cita.
Y todo comenzó, allí donde se
dejó ver.
Volver a encontrarse con
Jesús resucitado en Galilea es una profunda unidad entre historia personal y
fe, entre lo que vamos siendo y lo que creemos. Así cómo el Jesús histórico que
vivió en Galilea es el mismo que murió y resucitó en Jerusalén en el que
creemos; así también nosotros somos los mismos con nuestra historia y con la
historia que forjamos con Jesús Resucitado.
En esta Pascua pidamos una
existencia de cristianos libres para dar testimonio de su ser cristiano, sin
miedos, sin prejuicios, sin rupturas. Si hemos sido liberados de la muerte y
del pecado y esa liberación ha entrado en nuestras vidas por el Bautismo y es
parte de nuestro ser, seamos ante los demás cristianos libres de serlo en todas
partes.
Si hemos visto a Jesús
Resucitado en nuestra Galilea, hagámoselo ver a los que aún no lo ha visto o se
han olvidado de ese encuentro para toda la vida. Hagamos nuestro el llamado de
Jesús: "...avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me
verán".
¡Cómo encontrar al Señor de
la Vida y no llevarle este anuncio a mis hermanos, los hermanos de Jesús!
¡Alégrense! Para eso he
venido, para su Alegría. ¡No teman! Para eso estoy Vivo entre ustedes.
"Alégrense"
P. Sergio-Pablo Beliera