“Dejen que los niños se
acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que
son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño,
no entrará en él”, sentencia
Jesús después de encontrarse con unos adultos enrredados en sus cuestiones,
lejos de la sensillez y ternura, metidos en el fango de la dureza de corazón.
Sólo como niños que se dejan criar con amor y se abrazan a sus padres con amor
agradecido, se puede dialogar con Jesús.
Para abordar la
realidad del amor entre el hombre y la mujer, hay que tener el corazón
reblandecido de gratitud. Jesús nos pide ponernos en sintonía con su corazón
manso y humilde, tierno y compasivo… Así se los hace saber a estos adultos que
vienen con trampas en su cabeza y en su corazón, tal vez también con una vida
vivida en modo tramposa, mentirosa, engañoza, enmarañada…
Dice Jesús a
esos adultos (que somos nosotros hoy mismo frente a Él): “Moisés…les dio esta
prescripción…debido a la dureza del corazón de ustedes.” Cuando nuestra
vida se debe organizar de tal o cual manera, debido a nuestra dureza, a nuestra
rigidez, a nuestra ideologización, a nuestra afección, todo se vuelve una
realidad tergisversada, se hace dificil encontrar el camino de bondad y
belleza, de verdad y luminosidad, trazado por Dios en nuestros corazones. Los
corazones y mentes endurecidas fomentan realidades estrechas, que favorecen el
desencuentro, la ruptura, la ingratitud…
El hombre y la
mujer, necesitan cada vez reencontrase con la bondad y la belleza en la que han
sido creados y puestos en el universo creado. Cuando Dios ha querido
transmitirnos nuestra esencia, nuestra sustancia, nuestra identidad, a
recurrido a la narración cargada de poesía, de imágenes, de movimientos, y no a
un relato rígido legislativo o científico. Un jardín surcado por ríos, un
hombre hecho de barro que cobra vida por el soplo de Dios, animales y
vegetación que le hacen compañía, y por fin una mujer que es formada a partir
de una costilla sacada a un hombre dormido, para ser su “compañía adecuada”.
Y el
descubrimiento del hombre de la bondad y belleza de la mujer expresados en
estas palabras poéticas: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne
de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre”. Exclamación
de gratitud, porque ese es el origen y sustento del amor esponsal.
Y entonces a
modo de respuesta conclusiva se dice: “Por eso el hombre deja a su padre y a su
madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.”
Dando la razón al misterio de reciprocidad y comunión entre hombre y mujer.
Como hombre y mujer se pertenecen mutuamente como obra creada de Dios, se unen
para reflejar esa belleza inicial que permanece guardada al interior de cada
hombre y de cada mujer. Que no es mera atracción, es una comunión anterior e
irrompible que es nuestra vocación reproducir por amor al que por amor nos ha
dado vida. El único interés del amor esponsal es el desentirés.
La unión matrimonial
del varón y de la mujer, son anterior a cualquier legislación, a la ciencia, y
a la cultura y los estados, porque está inserta en el corazón amante de Dios y
de él brota a sus manos creadoras que se mueven como artista enamorado que
plasma amor en carne y hueso.
El motivo es
bien claro: “…De manera que ya no son dos, “sino una sola carne”. Que el hombre no
separe lo que Dios ha unido”. Sólo lo que está unido por dentro puede
reflejar la unidad de Dios.
Me parece que es
importante recuperar para nuestra conciencia esta verdad en forma de poesía, de
pintura, de narración de una historia de amor, nacida en la blandura de
corazones de un hombre y una mujer, lejos del miedo o de la codicia del otro,
de la rivalidad, del pleito, de la rapiña humana posterior.
Mientras los
hombres ponemos parches a situaciones muy dolorosas siempre difíciles de reconstruir.
Tenemos la necesidad de ocuparnos de propagar la belleza y la bondad de las
relaciones que hombres y mujeres podemos establecer, porque estamos hechos de
la fidelidad y comunión de Dios, de la indivisibilidad de Dios y de la comunión
con Él. Recibir este Reino de Amor “como niños”, no como conquistadores
o dueños.
Una sociedad
sólo ocupada de arreglar problemas no sólo no parará de estar en problemas, sino
que los agrabará aún más porque no logra crear una cadena de comunión, de amor
estable, fiel, perdurable, necesario para la esperanza y la alegría de todo ser
humano de ser amado por sí y para siempre y no por un tal cosa y por un tiempo.
Eso sería propagar la desesperación y la desilución.
“Como niños”, estamos invitados a tomar las reglas de juego y
jugar en la belleza, la bondad y la confianza del amor mutuo inextinglibe a
pesar de toda dificultad, porque está hecho desde el interior del corazón amante
de Dios y a él refleja e irradia.
“Lo único capaz de salvar al
mundo de un completo colapso moral, es una revolución espiritual” (Ascenso a la verdad, Thomas Merton).
Compasión para
las dificultades y creación de condiciones propicias para que el hombre y la
mujer alcancen la llamada profunda a la unión mutua, porque de la unidad y
fidelidad de Dios provenimos y vivimos. “Si nos amamos los unos a los otros, Dios
permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.”
(Jn 14, 12).