domingo, 15 de marzo de 2015

Homilía IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B, 15 de Marzo de 2015

Desde que el hombre es hombre, podríamos decir que le cuesta hacer historia con Dios, mirando los acontecimientos desde Dios. Pero como el hombre es por esencia un ser en relación, sustituye a Dios por los otros, y es así que hace historia con otros, y muchas veces historia según los otros, mirándose en los otros, por lo cual la historia deja de ser la suya.
Cuando el hombre se abre a la luz de Dios, la historia que alumbra es diferente. A la luz de Dios los acontecimientos tienen otra tonalidad, otra intensidad, otra interioridad, otra irradiación; es que simplemente dejamos de estar solos, o bajo la mirada de los otros y pasamos a estar bajo el influjo amoroso del que nos creó, y aún más nos salvó para que seamos aquello para lo que fuimos creado y no otra cosa.
Y por más que el hombre renuncie a hacer su camino a la luz de Dios, Dios no renuncia a dar su luz para que el hombre tome esa luz y se deje iluminar por ella para reiniciar el camino sin dilación. No es lo mismo recibir esa luz que rechazarla, tejer con esa luz que sin ella.
Es importante que recordemos estos trazos esenciales que conforman el porque de tantas y tantas cosas de nuestra vida.
Hay quienes comienzan con Dios, recibiendo su Luz, y así continúan hasta el final.
Hay quienes comienzan con Dios, recibiendo su Luz, y en un momento la rechazan.
Hay quienes comienzan rechazando a Dios, rechazando su Luz, y continúan así hasta el final.
Hay quienes comienzan rechazando a Dios, rechazando su Luz, y luego se abren a recibir su Luz y continúan así hasta el final.
Estas cuatro posibilidades, son una simplificación para hacer una síntesis de las actitudes fundamentales que el hombre puede tomar frente a Dios.
Ahora, la actitud de Dios sin embargo es siempre la misma: Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”
Ese “Sí” de Dios se ha vuelto la pieza clave y fundamental de la construcción de la esperanza que no se ve defraudada, porque Dios se entrega de manera personal y sacrificial, como un don de amor por transformar nuestra historia, dándonos la oportunidad de una elección decisiva a favor de la Luz.
Podríamos decir con el evangelista Juan que la historia se resume en tres actitudes:
1.- “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”
2.- “La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas.”
3.- “…el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.”
La actitud de los hombres que rechazan la Luz, están expresadas en la lectura del libro de las Crónicas:
La actitud de los hombres:
“multiplicaron sus infidelidades”
“imitando todas las abominaciones”
“y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado…”
“ellos escarnecían a los mensajeros de Dios”
“despreciaban sus palabras”
“y ponían en ridículo a sus profetas”
La respuesta de Dios que conocemos como una entrega de amor del Padre de Hijo Único, se manifiesta en la actitud de Dios expresada así:
“El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros”
“porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada”
“la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio”, entonces:
1.- “Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada, y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos hasta el advenimiento del reino persa.”
2.- “Así se cumplió la palabra del Señor, pronunciada por Jeremías: “La tierra descansó durante todo el tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda de todos sus sábados, hasta que se cumplieron setenta años”.”
Y finalmente la aceptación de la Luz de Dios por parte de los hombres se manifiesta en que:
 “el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!”.”
Esta es la paternidad y la pedagogía de Dios, que parte de nuestro desvío y nos encamina al retorno por medio de su providencia de vida y no de destrucción. Como bien dice Pablo hoy: “Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo.”
Dios es incapaz de volverse en nuestra contra, de dañarnos, de condenarnos, de destruirnos, sino que usa todos los acontecimientos y medios para restaurarnos, reconstruirnos, devolvernos a la luz. No hay historia en la que intervenga Dios que acabe mal, así lo demuestra la historia del Pueblo de Dios, la de Jesús, la de su Iglesia. Al contrario, justamente el mirar la historia nos hace dar cuenta que las historias sin Dios acaban mal, las guerras mundiales del siglo pasado, los genocidios, el hambre generalizado en grandes porciones de la tierra, las vidas destruidas por las adicciones de todo tipo, la veneración constante del dinero, la sumisión al consumo por el consumo mismo, etc… todas historias que acaban mal, sin Dios.
Y aún la misma Iglesia lucha hoy día por hacer su historia según Dios y con Dios y desempolvarse todo lo mundano que ha entrado en ella. No es una cuestión meramente ética, sino de fe, “es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.” Las dificultades que la Iglesia enfrenta hoy son parte de su purificación, de su poner sus obras a la Luz de Jesús, de su decisión, de su estilo, de su entrega.
La esperanza está impresa en la historia con Dios que el hombre emprende en cada etapa, la Luz de Dios que aceptamos o no está testimoniada en manifestaciones muy concretas de su pedagogía de amor. Porque la ira de Dios es su decir basta de obrar el mal, aprendan a obra el bien, y por lo tanto su entrega en dar vuelta la historia desde dentro de la historia y no desde fuera de ella. Es con nosotros y no solo a favor de nosotros. Esa es la gran Luz, todo se juega en una aceptación o no de esa Luz.


P. Sergio-Pablo Beliera