HOMILÍA 4º DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B, 18 DE
MARZO DE 2012
“…el que obra conforme a la verdad se acerca a
la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios”. Dice el final del evangelio de hoy. Y, ¿cuál es esa verdad a la que nuestro obrar se conforma? “…Dios,
que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente
cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con
Cristo -¡ustedes han sido salvados gratuitamente!-”
Nuestro obrar conforme a la verdad es pues,
nuestro obrar conforme al obrar del Padre Misericordioso. La verdad, lejos de
ser algo abstracto, desconocido e inaccesible, es un obrar puesto de
manifiesto, visible y asequible al hombre. La verdad del Padre es un obrar que
deslumbra al hombre, y que, en ese deslumbramiento lo ilumina. Y ese
deslumbramiento es precisamente fruto de la contemplación del “gran
amor con que nos amó”, “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo
único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.”
Esta es nuestra fe.
Este es el obrar verdadero de Dios, llamado a
iluminar y dar vida al hombre. Madre de todas las verdades es aceptar con todo
nuestro ser que Dios nos ama en la persona de su Hijo único, por el que nos hizo
revivir.
Por eso, el obrar de Dios ilumina la opacidad
que envuelve al hombre cuando queda cegado por el pecado propio y circundante.
Y solo la comprensión de todo nuestro ser, de la gratuidad del amor con el que
hemos sido liberados, puede reconducirnos de nuevo a la luz de un obrar
conforme entre el obrar de Dios y el obrar del hombre.
Este es el camino hacia lo alto que ha hecho
Jesús en su existencia histórica, y que revive en nosotros en su existencia
espiritual. Por eso, así como fue “necesario que el Hijo del hombre sea
levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna…”
hace dos mil años; es necesario que hoy, aquí, Jesús pueda ser “levantado
en alto” en cada uno de nosotros, para que creyendo tengamos vida.
Es en la cruz de nuestra existencia donde Jesús
quiere ser clavado y elevado, para que su existencia en nosotros y la nuestra
en Él, sea elevada a la experiencia de ser un signo viviente del Amor del Padre
por todos nosotros. Solo así, queda justificada nuestra existencia delante de
Dios y la de Dios en nuestra vidas. Para que todos podamos experimentar y
proclamar a viva voz: ¡ustedes han sido salvados gratuitamente!
Por que la madre de las oscuridades en la
existencia humana, es la ausencia de gratuidad. Y mientras no entremos en la
dinámica diaria de la gratuidad, difícilmente experimentemos lo que es el obrar
amoroso de Dios por nosotros y en nosotros. El gran escándalo del mundo, es la
ausencia de gratuidad en la existencia de los cristianos. El gran don de los cristianos
al mundo es la gratuidad de su existencia en el mundo.
Esto tiene consecuencias directas en como
establecemos nuestras relaciones con los otros en el ámbito de la familia, las
amistades, las comunidades cristianas, las relaciones sociales y laborales. ¿Somos conscientes de esto? Consecuencias
directas en como nos relacionamos con los el trabajo, el tiempo libre.
Consecuencias en como vivimos en la intimidad y en lo público nuestra fe.
Consecuencias directas en el uso que hacemos de nuestras capacidades humanas y
espirituales. ¿Nos entusiasma este nuevo
lugar que nos da la fe en Jesús? Consecuencias en como damos y en como
tomamos, en como nos brindamos y en como nos recibimos, en como aportamos y en
como asimilamos.
¿Se puede ver en nosotros que hemos sido
elevados a lo alto?
¿Se puede experimentar en nosotros la
gratuidad?
¿Se pueden palpar en nosotros la experiencia de
pasar de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz, del pecado a la
comunión con Dios?
¿Pueden creer los que me rodean, que mis obras “han sido hechas en Dios”?
¿Pueden decir de nuestra familia, de nuestra
comunidad cristiana: “Esto no proviene de
ustedes, sino que es un don de Dios”?
Al dar nuestra respuesta recordemos una vez más
con entusiasmo: “Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de
realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las
practicáramos.” “Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su
Dios, lo acompañe y que suba...!”
P. Sergio Pablo Beliera