HOMILÍA 15° DOMINGO
TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 15 DE JULIO DE 2012
Cuando uno ve a una bailarina o bailarín
clásico en sus maravillosos movimientos, desplazamientos y saltos, uno queda
admirado por su liviandad y ligereza.
Cuando uno asiste a un espectáculo de circo y
ve a los trapecistas y equilibristas hacer su maravilloso arte, haciendo a sus
cuerpos volar de un lado al otro y sostenerse en tan singular equilibrio, uno
queda admirado de su soltura y sincronización.
Su arte necesita verlos despojados y con el
solo instrumento de su cuerpo como manifestación de sus movimientos.
¿Quién puede imaginar semejante arte con
pesadas cargas? El arte está en su cuerpo despojado, liviano, pero robusto en
su estructura misma.
Así, quien pretende dirigirse a las personas no
puede ir a ellas más que con su sola persona. Desprovisto de todo, hasta de
argumentos, manifestando solo la maravillosa presencia de una convicción en la
propia humanidad, en el propio cuerpo, con su sola persona y presencia.
Maravilloso y magistral desafío.
“Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en
dos”. Jesús llama y envía a solo 12 personas. Y no solo eso, sino que los
reparte en 6 pequeños grupos de 2. Algo ínfimo e insignificante frente al
desafío. Para que quede claro y manifiesto, que en esa pobreza de recursos
humanos, la fuerza y la tarea no se apoya sino solo en la convicción de Quien
llama y envía.
Se nos
llama a poner el cuerpo, nuestra persona por entero, sin dejar nada afuera de
lo que somos esencialmente. Nuestra existencia, nuestra vida con su historia,
nuestra persona y su vivencia de ser llamado por una Voz más fuerte que
cualquier voz, más contundente y nítida que cualquier otra voz. Una Voz sobre
la que no puede sobreponerse ninguna otra. Es la llamada que ha quedado grabada
en nuestra conciencia: “el Señor me sacó de detrás del rebaño y me
dijo: ‘Ve a profetizar’” y es más fuerte que nuestro deseo conocido. Es
el Señor, quien a transformado nuestro deseo conocido por uno que no sabíamos
distinguir y apreciar, pero mucho más nuestro que cualquier otro, mucho más
urgente que cualquier otro, mucho más claramente vinculante a los otros que
cualquier deseo anterior que hayamos conocido.
La Belleza
y la Bondad de Dios quieren pasar a través de nuestras cuerdas vocales y salir
a través de nuestras bocas hacia las vidas de los demás. Quiere pasar a través
de nuestros pies de caminantes para llegar a ritmo de paso de hombre a los
otros hombres. Quiere pasar a través de nuestras manos para tocar la vida de
las demás personas y experimentar que somos una caricia de Dios para muchos
hombres y mujeres golpeados por el prejuicio, el juicio y la violencia del
desamor. Somos así, un profeta para nuestros hermanos viendo y dejándoles ver
lo que Dios quiere que ellos y nosotros veamos: la belleza y la bondad para la
que fuimos creados.
El Señor
nos necesita livianos, desprovistos de carga extra, solo con lo puesto para que
absorbamos la confianza en su obrar libre en nosotros y la confianza en la libertad
de nuestro obrar. Las palabras no pueden ser más claras y elocuentes: “Y
les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni
alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos
túnicas.” Lo mínimo e indispensable para que los hombres no nos vean a
nosotros sino que perciban y escuchen el mensaje de conversión que se nos ha
confiado. Ninguna seguridad externa nos servirá a la hora de ser instrumentos
de Dios, de ser mensajeros de Dios, de ser llamada de Dios a los demás. Es el
arte de nuestro cuerpo desprovisto de todo peso innecesario el que nos brindará
las condiciones adecuadas para la misión encomendada.
Es un
mensaje certero y clarificador para nuestras familias, que deben confiar en su
llamada a ser familias y en las personas que viven bajo el mismo techo. Confiar
que pueden darse el amor que Dios tiene para que se den mutuamente y que no
necesitan de condiciones externas mejores ni peores, sino de cada uno dándose
por entero en la convicción de ser uno que ha sido sacado de atrás y puesto delante
para llamar a los demás a la transformación en lo que Dios nos pensó y nos
quiere.
Cuando la
vocación y la misión quedan desvinculada una de la otra, estamos heridos de
muerte. es por eso que Jesús, llama y envía en un mismo acto. Lo que somos si o
si tiene que ver con lo que hacemos. Solo así podremos llamar a los demás a
transformarse en lo que Dios quiere para ellos y a vivirlo en consecuencia. Si
la vocación y la misión ya no provienen de Dios, quedamos desprovistos de la
fuente de unidad y de sentido de lo que somos y estamos llamados a
involucrarnos con todo nuestro ser personas.
Jesús me
llama, Jesús me envía, es una convicción que no podemos perder u olvidar. Esa
es nuestra fuerza. Y junto con esto recuperar la convicción de que me llama y
envía a poner el cuerpo con lo que soy y no con lo que me adorno. Solo así podemos
experimentar la libertad de ser y hacer lo que somos sin necesidad de nada más.
P.
Sergio Pablo Beliera