lunes, 16 de julio de 2012

HOMILÍA 15° DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 15 DE JULIO DE 2012


HOMILÍA 15° DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CICLO B, 15 DE JULIO DE 2012
Cuando uno ve a una bailarina o bailarín clásico en sus maravillosos movimientos, desplazamientos y saltos, uno queda admirado por su liviandad y ligereza.
Cuando uno asiste a un espectáculo de circo y ve a los trapecistas y equilibristas hacer su maravilloso arte, haciendo a sus cuerpos volar de un lado al otro y sostenerse en tan singular equilibrio, uno queda admirado de su soltura y sincronización.
Su arte necesita verlos despojados y con el solo instrumento de su cuerpo como manifestación de sus movimientos.
¿Quién puede imaginar semejante arte con pesadas cargas? El arte está en su cuerpo despojado, liviano, pero robusto en su estructura misma.
Así, quien pretende dirigirse a las personas no puede ir a ellas más que con su sola persona. Desprovisto de todo, hasta de argumentos, manifestando solo la maravillosa presencia de una convicción en la propia humanidad, en el propio cuerpo, con su sola persona y presencia. Maravilloso y magistral desafío.
“Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos”. Jesús llama y envía a solo 12 personas. Y no solo eso, sino que los reparte en 6 pequeños grupos de 2. Algo ínfimo e insignificante frente al desafío. Para que quede claro y manifiesto, que en esa pobreza de recursos humanos, la fuerza y la tarea no se apoya sino solo en la convicción de Quien llama y envía.
Se nos llama a poner el cuerpo, nuestra persona por entero, sin dejar nada afuera de lo que somos esencialmente. Nuestra existencia, nuestra vida con su historia, nuestra persona y su vivencia de ser llamado por una Voz más fuerte que cualquier voz, más contundente y nítida que cualquier otra voz. Una Voz sobre la que no puede sobreponerse ninguna otra. Es la llamada que ha quedado grabada en nuestra conciencia: “el Señor me sacó de detrás del rebaño y me dijo: ‘Ve a profetizar’” y es más fuerte que nuestro deseo conocido. Es el Señor, quien a transformado nuestro deseo conocido por uno que no sabíamos distinguir y apreciar, pero mucho más nuestro que cualquier otro, mucho más urgente que cualquier otro, mucho más claramente vinculante a los otros que cualquier deseo anterior que hayamos conocido.
La Belleza y la Bondad de Dios quieren pasar a través de nuestras cuerdas vocales y salir a través de nuestras bocas hacia las vidas de los demás. Quiere pasar a través de nuestros pies de caminantes para llegar a ritmo de paso de hombre a los otros hombres. Quiere pasar a través de nuestras manos para tocar la vida de las demás personas y experimentar que somos una caricia de Dios para muchos hombres y mujeres golpeados por el prejuicio, el juicio y la violencia del desamor. Somos así, un profeta para nuestros hermanos viendo y dejándoles ver lo que Dios quiere que ellos y nosotros veamos: la belleza y la bondad para la que fuimos creados.
El Señor nos necesita livianos, desprovistos de carga extra, solo con lo puesto para que absorbamos la confianza en su obrar libre en nosotros y la confianza en la libertad de nuestro obrar. Las palabras no pueden ser más claras y elocuentes: “Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas.” Lo mínimo e indispensable para que los hombres no nos vean a nosotros sino que perciban y escuchen el mensaje de conversión que se nos ha confiado. Ninguna seguridad externa nos servirá a la hora de ser instrumentos de Dios, de ser mensajeros de Dios, de ser llamada de Dios a los demás. Es el arte de nuestro cuerpo desprovisto de todo peso innecesario el que nos brindará las condiciones adecuadas para la misión encomendada.
Es un mensaje certero y clarificador para nuestras familias, que deben confiar en su llamada a ser familias y en las personas que viven bajo el mismo techo. Confiar que pueden darse el amor que Dios tiene para que se den mutuamente y que no necesitan de condiciones externas mejores ni peores, sino de cada uno dándose por entero en la convicción de ser uno que ha sido sacado de atrás y puesto delante para llamar a los demás a la transformación en lo que Dios nos pensó y nos quiere.
Cuando la vocación y la misión quedan desvinculada una de la otra, estamos heridos de muerte. es por eso que Jesús, llama y envía en un mismo acto. Lo que somos si o si tiene que ver con lo que hacemos. Solo así podremos llamar a los demás a transformarse en lo que Dios quiere para ellos y a vivirlo en consecuencia. Si la vocación y la misión ya no provienen de Dios, quedamos desprovistos de la fuente de unidad y de sentido de lo que somos y estamos llamados a involucrarnos con todo nuestro ser personas.
Jesús me llama, Jesús me envía, es una convicción que no podemos perder u olvidar. Esa es nuestra fuerza. Y junto con esto recuperar la convicción de que me llama y envía a poner el cuerpo con lo que soy y no con lo que me adorno. Solo así podemos experimentar la libertad de ser y hacer lo que somos sin necesidad de nada más.

P. Sergio Pablo Beliera