domingo, 29 de junio de 2014

Homilía Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Ciclo A, 29 de junio de 2014

“Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él” Esta descripción de cómo la Iglesia, o sea la comunidad de discípulos de Jesús, acompañaba a Pedro en su experiencia dolorosa de estar preso y con el riesgo cierto de perder su vida, se nos hace muy próxima a la experiencia que hacemos cada día que el Papa Francisco insistentemente nos pide: “Recen por mí”.
No es el simple hecho de hacer una oración por el sucesor de Pedro, sino el de acompañar con actitud vigilante y participativa en la experiencia dolorosa de tener que dar testimonio del Evangelio de Jesucristo muerto y resucitado ante el mundo de los poderes y de los grupos antagónicos que pujan por mantener sus privilegios y maldades.
Un sucesor de Pedro que no pone en riesgo su vida por el Evangelio y una Iglesia que no se pone a su lado en ese riesgo, pierde su identidad de comunidad nacida de la cruz y de la resurrección del Señor Jesús.
¿Cuáles son hoy los desafíos por los que el sucesor de Pedro, el Papa Francisco, tiene que dar su vida y ser encarcelado y nosotros la Iglesia tenemos que acompañarlo con nuestra oración ferviente y comprometida para unirnos a él y sostenerlo con la intercesión ante el Padre?
¿Asumimos la ingente y riesgosa misión de ser fieles a Jesús y su Evangelio, con la necesaria renovación que eso implica para proponer a los hombres de hoy el camino que inició Jesucristo el consumador de nuestra fe, y comenzamos en nosotros el camino de encuentro, de austeridad, de simplicidad, de renovación para quedar libres de toda “mundaneidad”? ¿O pensamos que eso es sólo para las estructuras de la Iglesia y no tiene nada que ver con mi vida familiar y comunitaria?
No cesar de orar es no cesar de ser fieles, de hacernos carne del compromiso y el gozo de volver a vivir el Evangelio en toda su pureza aquí donde tengo los pies y en el ahora que estoy viviendo como persona, como familia y como comunidad.
“El Ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: “¡Levántate rápido!”. Entonces las cadenas se le cayeron de las manos. El Ángel le dijo: “Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias”, y Pedro lo hizo. Después le dijo: “Cúbrete con el manto y sígueme”.
Estas expresiones del Ángel a Pedro y esta experiencia de Pedro de ser visitado, desencadenado, revestido con la ropa de misión y de ponerse en camino tras el “sígueme”. Es la experiencia que la Iglesia toda desde su cabeza visible, el Papa Francisco, debe vivir hoy. El Padre nunca va a permitir que el Evangelio de Jesús sea encadenado siempre va a visitarnos para ponernos en el “sígueme” que Jesús pronunció desde el primer momento con cada uno de sus discípulos y especialmente con Pedro que tiene que alentar a todo el resto.
¿Tenemos esta convicción, esta experiencia? Si la tenemos, ¿qué estamos haciendo con ella? Y si no la tenemos, ¿qué pasa que no estoy experimentando esta llamada a la libertad de anunciar el Evangelio a pesar de todas las contrariedades?
Cuando el Papa Francisco pone en palabras el grito de los sufrimientos de toda la humanidad humillada, vos y yo tenemos que gritar y ponernos en riesgo con él para que seamos visitados por la fuerza de lo alto que desde el comienzo de nuestra fe nos hizo la promesa: “Feliz de ti… porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo… el poder de la muerte no prevalecerá contra ella (la Iglesia).”
En el día en que celebramos el martirio de Pedro y Pablo y rezamos por nuestro Papa Francisco, estamos llamados cada uno de nosotros a renovar y asumir más cabalmente nuestra vocación de discípulos de Jesús y decir con toda verdad y realismo: “…he peleado hasta el fin el buen combate… El Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos... Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.”
No podemos no hacernos preguntas frente a este implacable testimonio:
¿Estoy peleando hasta el fin el buen combate de la fe?
¿Me he dado cuenta que el Señor ha estado a mi lado dándome fuerzas?
¿Soy responsable en la misión que se me ha confiado de gritar con toda mi persona el Evangelio y que llegue a todos los que me rodean y más allá?
¿Creo firmemente que el Señor me librará de todo mal para dar testimonio vivo de su Evangelio o confío sólo en mis fuerzas?
¿Cuándo me doy todo por el Evangelio sin importarme nada de lo que suceda, experimento como el señor Jesús me preserva?
Padre, concede a tu Iglesia que se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de aquéllos por quienes comenzó la propagación de la fe.

P. Sergio-Pablo Beliera