Hacer memoria que la principal
reunión semanal de los cristianos con Jesús el Buen Pastor es una comida, es
fundamental.
Nunca, bajo ninguna condición,
los cristianos debemos olvidarnos queno somos parte no de un rito, de un
ceremonial, de un simple festejo, sino de una comida a la que Jesús mismo nos
invita a sentarnos y nos sirve los panes.
Esta comida es siempre para
los discípulos una provocación, una prueba, un examen del estado de nuestra
conciencia, de lo profundo que ha calado la persona de Jesús y su Buena
Noticia, diferente y superadora de todas las otras propuestas existentes de
unión con Dios y entre los hombres.
Nunca podremos optar entre el
puro ritualismo o entre la reunión humana como si fuera “un asado de amigos”.
Lo nuestro, es una comida de indigentes en la que panes y pescados provienen de
la generosidad de unos para con otros y, que pasan por las manos de Jesús para
transformarse en un alimento que satisfaga nuestras expectativas y, reformule
nuestras opciones humanas sin Dios o con un dios a nuestra medida y antojo.
En la escena evangélica, esta
cerca la fiesta de la Pascua, y Jesús nos propone pasar un nuevo y definitivo
Mar Rojo, el de la manipulación de Dios y de su insidencia en nuestras vidas.
Nuestra definitiva liberación es:
de quedarnos sujetos a las
reglas de un mundo de poder -“querían apoderarse de él para hacerlo rey”-,
sustentados en lo que resuelve
el dinero -“Felipe le respondió: “Doscientos denarios no bastarían para que cada
uno pudiera comer un pedazo de pan”-,
o de espiritualismos sin
insidencia ya en la realidad: -“Se acercaba la Pascua, la fiesta de los
judíos”-.
El paso, la Pascua, es un paso
real, concreto, que implica un compromiso de nuestras personas, que se disponen
a hacer lo que Jesús nos diga a través de sus enviados.
Para venir a esta comida de
Jesús hay que tener hambre, debemos asumir nuestra condición de indigentes, de
hambrientos incapaces de darse de comer a sí mismos.
A la vez nuestras Eucaristías
deben ser como Jesús las celebraría, porque es Él el que nos dio los parámetros
de nuestra experiencia Eucarística, “Jesús tomó los panes, dio gracias y los
distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles
todo lo que quisieron…” ¿Somos capaces de entrar en esa pregunta y
darle aunque sea una respuesta imperfecta pero comprometida?
¿Tienen nuestras Eucaristías la trascendencia que sólo
Jesús le puede dar?
¿Tienen nuestras Eucaristías el suficiente compromiso
de nosotros mismos para que sean verdaderamente humanas y transformadoras de
nuestra historia personal, comunitaria y social?
No podemos y por lo tanto nod
ebemos apoderarnos de nuestras Eucaristías. Somos parte de ellas, pero no sus
dueños. La Eucaristía debe satisfacernos pero por la saciedad que proboca Jesús
y no porque son como a nosotros nos gustan y satisfacen nuestros egos o
sensibilidades.
La eucaristía de Jesús se basa
en experiencias muy concretas sin las cuales ya no son su Eucaristía:
Una multitud hambrienta que
proviene de todas partes acudiendo a Jesús libremente,
Una enseñanza de Jesús que
habla con autoridad,
Unos discípulos de Jesús que
tienen que colaborar con Él para poner el pan,
Una disposición del lugar para
que todos se sienten como hombres libres,
Una bendición, acción de
gracias al Padre, y una partición de Jesús de los panes,
Una districución por manos de
sus discípulos a todos hasta saciarse,
Una recolección de lo que
sobra para que nada se pierda.
Nuestras Eucaristías deben ser
pues comidas sencillas, significativas y fraternas en las que Jesús Buen Pastor
nos dé el alimento que sólo Él puede repartir desde cinco panes y dos peces que
estaban en posesión de un niño que nada tiene por sí mismo.
No cesemos de entrar en esta
opción de Jesús donde en nuestras Eucaristías todo se disponga para que Dios
mismo nos dé de comer, y que toda sencilles y solemnidad encuentran su unidad
es que todo es para Dios y no para nosotros mismos.
Así tendrá sentido lo que hoy
pedimos al Padre: “…protector de los que esperan en ti, fuera de quien nada tiene valor
ni santidad; acrecienta sobre nosotros tu misericordia, para que, bajo tu guía
providente, usemos los bienes pasajeros de tal modo que ya desde ahora podamos
adherirnos a los eternos.”
P. Sergio-Pablo Beliera