jueves, 30 de julio de 2015

Homilía 27 de julio de 2015

La pequeñez empieza en una renuncia a ser un héroe para sí mismo y para los demás. «Déjame ir, no quiero ser tu héroe», dice la canción que me acompañó la primera parte de mis 52 años. La he repetido hasta el hartazgo como una oración que haga subir la sencillez y la humildad que no tengo...
No somos héroes, somos como Jesús hoy, somos grano de mostaza sembrado en tierra, somos como Jesús hoy, levadura en medio de la masa.
Sólo en el Reino de Dios, semejante insignificancia puede significar algo. Sólo para los que han decidido entrar en Él y asaltarlo por completo, puede tener sentido sentirse cómodos en semejante pequeñez.
Como niños somos, «soy un niño como todos los demás.» Sigue diciendo la canción en una proclama poco aceptada, ya que generalmente puede surgir el sentido contrario y atraparnos en una situación de la que luego es difícil de salir. 
Como el grano de mostaza o la levadura, no podemos evitar la curiosidad de dejarnos tocar y ver que hay fuera de nosotros mismos, humedad, rugosidad, diversidad, nutrientes, etc.
Es como si la tierra y la harina dijeran: «¿Me dejarías ver detrás de tu belleza?» o ¡déjame ver que hay detrás de tu belleza!"
La pequeñez lleva en sí una belleza que debemos develar, la tierra y la masa deben desearla con apertura y fervor para que hagan su obra y manifiesten su belleza.
En el amasijo de la vida a veces es difícil de verlo, pero resulta que si sucede.
Así es la vida de Jesús y sus amigos.
Esa es La Llamada... con esas palabras he decidido despertarme últimamente y me resulta inspiradora como el amanecer del grano escondido en la tierra al salir el calor del sol...
Como Jesús grano de mostaza y levadura insignificante a los ojos de los hombres, debemos querer dar nuestro D Alto, esa nota sorprendente surgida de tanta fragilidad como la voz de un niño. No por virtuosismo sino por la pura experiencia de la belleza singular de Dios, lo Glorioso impreso en el interior, lo sublime de un Aleluya... Et Incarnatus est...
Gracias...

P. Sergio-Pablo Beliera

domingo, 26 de julio de 2015

Homilía 17° Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo B, 26 de Julio de 2015

Hacer memoria que la principal reunión semanal de los cristianos con Jesús el Buen Pastor es una comida, es fundamental.
Nunca, bajo ninguna condición, los cristianos debemos olvidarnos queno somos parte no de un rito, de un ceremonial, de un simple festejo, sino de una comida a la que Jesús mismo nos invita a sentarnos y nos sirve los panes.
Esta comida es siempre para los discípulos una provocación, una prueba, un examen del estado de nuestra conciencia, de lo profundo que ha calado la persona de Jesús y su Buena Noticia, diferente y superadora de todas las otras propuestas existentes de unión con Dios y entre los hombres.
Nunca podremos optar entre el puro ritualismo o entre la reunión humana como si fuera “un asado de amigos”. Lo nuestro, es una comida de indigentes en la que panes y pescados provienen de la generosidad de unos para con otros y, que pasan por las manos de Jesús para transformarse en un alimento que satisfaga nuestras expectativas y, reformule nuestras opciones humanas sin Dios o con un dios a nuestra medida y antojo.
En la escena evangélica, esta cerca la fiesta de la Pascua, y Jesús nos propone pasar un nuevo y definitivo Mar Rojo, el de la manipulación de Dios y de su insidencia en nuestras vidas. Nuestra definitiva liberación es:
de quedarnos sujetos a las reglas de un mundo de poder -“querían apoderarse de él para hacerlo rey”-,
sustentados en lo que resuelve el dinero -“Felipe le respondió: “Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan”-,
o de espiritualismos sin insidencia ya en la realidad: -“Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos”-.
El paso, la Pascua, es un paso real, concreto, que implica un compromiso de nuestras personas, que se disponen a hacer lo que Jesús nos diga a través de sus enviados.
Para venir a esta comida de Jesús hay que tener hambre, debemos asumir nuestra condición de indigentes, de hambrientos incapaces de darse de comer a sí mismos.
A la vez nuestras Eucaristías deben ser como Jesús las celebraría, porque es Él el que nos dio los parámetros de nuestra experiencia Eucarística, “Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron…” ¿Somos capaces de entrar en esa pregunta y darle aunque sea una respuesta imperfecta pero comprometida?
¿Tienen nuestras Eucaristías la trascendencia que sólo Jesús le puede dar?
¿Tienen nuestras Eucaristías el suficiente compromiso de nosotros mismos para que sean verdaderamente humanas y transformadoras de nuestra historia personal, comunitaria y social?
No podemos y por lo tanto nod ebemos apoderarnos de nuestras Eucaristías. Somos parte de ellas, pero no sus dueños. La Eucaristía debe satisfacernos pero por la saciedad que proboca Jesús y no porque son como a nosotros nos gustan y satisfacen nuestros egos o sensibilidades.
La eucaristía de Jesús se basa en experiencias muy concretas sin las cuales ya no son su Eucaristía:
Una multitud hambrienta que proviene de todas partes acudiendo a Jesús libremente,
Una enseñanza de Jesús que habla con autoridad,
Unos discípulos de Jesús que tienen que colaborar con Él para poner el pan,
Una disposición del lugar para que todos se sienten como hombres libres,
Una bendición, acción de gracias al Padre, y una partición de Jesús de los panes,
Una districución por manos de sus discípulos a todos hasta saciarse,
Una recolección de lo que sobra para que nada se pierda.
Nuestras Eucaristías deben ser pues comidas sencillas, significativas y fraternas en las que Jesús Buen Pastor nos dé el alimento que sólo Él puede repartir desde cinco panes y dos peces que estaban en posesión de un niño que nada tiene por sí mismo.
No cesemos de entrar en esta opción de Jesús donde en nuestras Eucaristías todo se disponga para que Dios mismo nos dé de comer, y que toda sencilles y solemnidad encuentran su unidad es que todo es para Dios y no para nosotros mismos.
Así tendrá sentido lo que hoy pedimos al Padre: “…protector de los que esperan en ti, fuera de quien nada tiene valor ni santidad; acrecienta sobre nosotros tu misericordia, para que, bajo tu guía providente, usemos los bienes pasajeros de tal modo que ya desde ahora podamos adherirnos a los eternos.”


P. Sergio-Pablo Beliera