HOMILÍA SOLEMNIDAD CUERPO Y SANGRE DE CRISTO, CICLO A, 26 DE JUNIO DE 2011
En una conversación con un amigo, este me contó una anécdota en la cual se había reencontrado con un sacerdote con el que había conversado después de dos años, mi amigo le preguntó si lo recordaba y el sacerdote le contestó: “claro que si, conversamos debajo de aquel árbol, que tal estás con tal tema…” Hasta aquí la anécdota. Acordarse pues, es tener presente a la persona, el encuentro, las circunstancias del mismo, el contenido y el entorno en que se dio. ¿Vivo así mis encuentros?
La superposición y aceleración de la vida cotidiana en la ciudad, ponen a prueba nuestra capacidad de sentirnos parte de una historia ininterrumpida, que tenga un hilo conductor que vaya produciendo encuentro entre encuentros, que pueden tener cada vez más profundidad, significancia y despliegue. ¿De qué manera se da esto en mí?
En la vida espiritual, hacer del componente de aceptación que somos una sola historia en desarrollo constante, y en la que Dios se halla presente del principio al fin sin interrupción hablando y conduciendo, es clave. De ahí la constante necesidad del “Acuérdate” o “No olvides” y sus distintas variantes que la Palabra de Dios pone insistentemente a nuestra escucha. ¿Soy conciente de esto?
Tal vez, en la vida cotidiana uno de los top 10 sea: “me olvidé”. Llevado esto a la vida espiritual podríamos decir que, la memoria espiritual, no es la acumulación de una sucesión de palabras o acontecimientos inconexos. Por el contrario, la memoria espiritual es un hacer presente como una misma y única realidad todo lo vivido, sobre todo los hechos fundantes de la experiencia de Dios. ¿Tengo siempre presente en mi memoria espiritual los hechos fundantes de mi experiencia de Dios?
La Eucaristía, Cuerpo y Sangre de Jesús el Señor, es “el” encuentro en nuestro itinerario espiritual. Es la memoria viva, que hace presente en nosotros como creyentes y como Iglesia, la presencia Viva y Actuante de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, que se entregó de una vez y para siempre por nosotros y que permanece como “Don Constante” entre nosotros y en nosotros. Así, el Cuerpo y la Sangre del Señor, es la Memoria Viva del Acontecimiento Vivo y Actuante en nuestra propia vida.
El hombre necesita un hilo constante que abarque toda su existencia, que no sean solo palabras sino hechos, y Jesús le da respuesta a esa necesidad con su Presencia Viva en la Eucaristía, a través de la que nos acompaña, nos anima, nos alimenta y nos hace vivir su misma Vida en nuestra propia vida. Él sale al encuentro de cada uno de nosotros, en nuestro mismo andar y se encarna en nosotros con toda su Historia en nuestra historia y la hace una y fructífera.
Ya que en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, está realizado el plan de Dios y las expectativas de los hombres, entrar en Comunión constante con Él, se nos vuelve imprescindible para vivir en el recuerdo permanente y vivo de ese plan y esa expectativas. El Cuerpo y la Sangre de Jesús asimilados a nuestra propia historia cada día, nos ponen en continua sintonía con lo que el hombre y la mujer de la ciudad necesitan y a la vez son como realidad humana más plena: encuentro de Comunión con Dios desde el principio al fin.
La Eucaristía, nos hace persona frente a la constante despersonalización de la ciudad, porque nos asimila a la Persona de Jesús Viviente.
La Eucaristía, nos hace plenamente humanos frente a la permanente deshumanización que vivimos en la ciudad, al unirnos al Cuerpo y la Sangre de la Humanidad de Jesús.
La Eucaristía, nos hace divinos frente a la negación de lo insustituible de la obra de Dios en el hombre, al hacernos uno con la vida divina del Hijo Amado del Padre.
Todos nosotros estamos llamados a vivir nuestra vida en un encuentro, en una presencia y asimilación constante y sin interrupción en el Cuerpo y la Sangre de Jesús que celebramos, comulgamos y adoramos. Ya que la memoria de la vida espiritual se alimenta de los hechos y acontecimientos suscitado por Dios, es en la Eucaristía donde mejor podemos alimentar esa memoria ya que ella es toda la presencia de los acontecimientos de la fe, que llegan a su plenitud en la persona de Jesús Cuerpo y Sangre entregado que nos da vida. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí” ¿Estoy dispuesto a vivir así? ¡Cómo no vivir así! Si “la Eucaristía en mi autopista al cielo” (Carlo Acutis)
P. Sergio Pablo Beliera
Pd.: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?» Se preguntan los hombres de su época frente a la proposición de Jesús. Quedan sorprendidos y superados por semejante ofrecimiento. Es pregunta que conturba y conmueve nuestra forma de pensar y nuestras expectativas y formas de concebir un intercambio entre personas, sigue aún causando estupor, pero un estupor silencioso. Al no poder asimilar la propuesta de Jesús, el hombre de hoy, de aquí y ahora, simplemente suspende la pregunta y sigue viviendo de sí mismo. Y no solo quienes no concurren a la invitación diaria de Comer su Cuerpo y Beber su Sangre, sino a quienes lo hacemos pero sin embargo por nuestra modo de vivir ponemos a descubierto que no es de ese Cuerpo y de esa Sangre que vivimos. Concurrimos al rito pero no celebramos, no comulgamos asimilándonos a lo que comemos y no adoramos asemejándonos a lo que contemplamos. Aún queda por asumir las consecuencias de la propuesta de Jesús que es un todo o nada.