domingo, 5 de diciembre de 2010

Homilía 2° domingo de Adviento, Ciclo A, 5 de diciembre de 2010


El hombre contemporáneo imagina en la literatura y el cine la catástrofe final que destruirá la humanidad o por lo pronto la pondrá al límite de la subsistencia. Una prolífica prosa y filmografía alimentan año a año el temor de un eminente y atroz final.
En la lógica del mercado tendríamos que suponer que lo que se brinda es porque es demandado por un consumidor que está ávido de este producto, de este mensaje. Y es verdad que uno escucha a diario mensajeros de catástrofes y constructores de paraísos, en una combinación maniquea de lo peor y lo mejor por igual. Pesimismo e idealismo conviviendo en un mismo ambiente, en un contrapunto continuo. Somos lo peor y lo mejor con poca lógica y mucha imaginación.
Lo que el hombre no sabe vislumbrar con equidad y realismo, es lo que Dios mismo quiere ayudarnos a ver, a esperar, a recibir, a aceptar… la venida ya del mundo nuevo. La Palabra de Dios de este segundo domingo de Adviento, nos invita a animarnos a reconocer la necesidad de un cambio radical, pero sobre todo a disponernos y trabajar en el hoy en una novedad que ya nos está invadiendo con su presencia silenciosa y oculta, es simplemente “un retoño”, sencillamente “está cerca”, con una proximidad tal que se nos vuelve imperceptible, pero trae en sí una gran promesa “sobre él reposará el espíritu del Señor…” porque “Él los bautizará en el Espíritu Santo…”.
Para Dios el final implica en sí mismo la venida de una novedad definitiva e inimaginable que afecta todo el orden conocido: “El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá; la vaca y la osa vivirán en compañía, sus crías se recostarán juntas, y el león comerá paja lo mismo que el buey. El niño de pecho jugará sobre el agujero de la cobra, y en la cueva de la víbora meterá la mano el niño apenas destetado.” Pensemos esto en el orden personal siendo cada uno de estos personajes conviviendo en nuestro interior. Pensemos esto en clave familiar y comunitario, donde la presencia de Dios hace posible que no haya daño ni estrago en la convivencia familiar y social. Y si por algún motivo se nos ocurre pensar que es utópico o imposible, escuchen lo que Dios nos dice: “Todo lo que ha sido escrito en el pasado, ha sido escrito para nuestra instrucción, a fin de que por la constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. Que el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús, para que, con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo…”
Si la novedad es imposible o inimaginable, la promesa de Dios carece de verosimilitud y realismo. Y esto no es así, lo imposible se hace posible en Jesús, lo inimaginable se hace visible en Jesús. La promesa se ha cumplido y permanece vigente, actuante, viviente en su Palabra, en la Eucaristía, en la Caridad.
Los creyentes cristianos del tercer milenio, ¿estamos construyendo el proyecto de Dios o hemos renunciado a Él?
Dios espera que seamos retoño para este tiempo. Dios espera que sobre nosotros repose el Espíritu de su Hijo Jesús. Dios espera que en nosotros se encarnen los sentimientos de Cristo el Señor. Dios espera que seamos entrega y ofrenda de Espíritu. Dios espera que seamos sembradores de un cambio que ya ha comenzado y que no puede ser detenido ni ocultado. Dios espera que seamos cercanía y proximidad de su Reino para este tiempo. Dios espera que todo rincón sea un lugar de realización de su proyecto para que “en sus días florezca la justicia y abunde la paz, mientras dure la luna; que domine de un mar hasta el otro, y desde el Río hasta los confines de la tierra…” Porque Él mismo “librará al pobre que suplica y al humilde que está desamparado. Tendrá compasión del débil y del pobre, y salvará la vida de los indigentes” Todo lo ha hecho en su Hijo Amado Jesús y lo ha hecho en nosotros, ahora nosotros tenemos que dejar que eso mismo sea nuestra realización de novedad para este tiempo. Y la Eucaristía, que es Palabra hecha carne en Jesús, es nuestro lugar de la gran experiencia de entrar en Comunión de Amor con esta novedad. En ella, está contenida toda la novedad más absoluta y definitiva. Haciéndonos uno con Jesús Eucaristía es estar definitivamente ya en el Reino de Dios.

P. Sergio Pablo Beliera