Homilía 25º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 22
de septiembre de 2013
“…compraremos
a los débiles con dinero y al indigente por un par de sandalias…”
Sin duda que el tema de la justicia para
con el pobre, es de enorme actualidad. Pero, es una deuda muy prolongada del
hombre no solo para con el hombre, sino también para con Dios, que hizo el
cielo y la tierra para todos los hombres y no sólo para algunos. El peor pecado
es siempre la injusticia para con nuestro hermano, y el peor pecado contra sí
mismo es la corrupción del propio corazón que piensa en sí mismo. Y el peor
pecado contra Dios en el tema de la justicia, es no ser justo como Él es justo
y bueno con todas sus creaturas.
Las palabras
del profeta Amos, no han perdido su actualidad después de más de dos mil años.
Son una descripción certera de lo que los hombre nos hacemos unos a otros
cuando lo que prima no es cada hombre, sino mi humanidad cerrada sobre sí
misma. El problema de la injusticia para con el pobre no es un tema de la
economía sino, de una fe y de una ética corrompida.
La economía
contemporánea no ha tenido hasta ahora resultados satisfactorios en dar una
respuesta a la injusta pobreza de millones y, a la concentración desmedida de
riqueza en unos pocos. Siguiendo el concepto evangélico, no ha encontrado como
hacer algo bueno con el “dinero injusto”. Y es que la
economía no es una ciencia autónoma, sino subsidiaria de la fe y de la ética,
que arraiga en las conciencia de las personas y de los pueblos. No estamos
hablando de la caridad ni de la solidaridad sino del derecho, de lo que es
justo, no de lo heroico ni de lo sobrenatural. El derecho y la justicia puede
ser entendida y practicada por todos los hombres y pueblos porque está impreso
en el ser del hombre.
No escuchar
la advertencia de Dios y la triste descripción que hace de nuestra conducta, es
de una gravedad de la que no siempre tenemos clara conciencia. Hemos sido
advertidos por esta sintética descripción de una conciencia desconectada de la
fe y del sentido de la ética: "¿Cuándo pasará el novilunio para que
podamos vender el grano, y el sábado, para dar salida al trigo? Disminuiremos
la medida, aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar;
compraremos a los débiles con dinero y al indigente por un par de sandalias, y
venderemos hasta los desechos del trigo". Recordemos que Jesús
mismo fue vendido: “Entonces uno de los
Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo:
«¿Cuánto me darán si se lo entrego?». Y resolvieron darle treinta monedas de
plata.” Mt. 26,14-15
La ilógica
lógica del lucro personal a costa del más débil, del indigente por un lado, y
el lucro sin cesar, como una compulsión… Es la degradación de nuestra
humanidad.
Es
preocupante que las economías familiares de los creyentes no incluyan el hacer
justicia y derecho con el débil y el indigente, como un item más de sus
aspiraciones y expectativas del uso del dinero que poseen.
¿Cómo pretender gobiernos justos que respeten el
derecho, cuando el interés personal prima en el seno de las familias
cristianas?
¿Somos concientes del alcance de las palabras de
Dios: “Jamás olvidaré ninguna de sus
acciones”?
Es
preocupante que quienes son concientes de sus derechos, no trabajen por el
derecho de aquellos que siendo concientes de los mismos, pueden hacer muy poco
o nada por alcanzarlos a causa de su debilidad e indigencia, que además los
hace vulnerables a todos los que estén dispuestos a aprovecharse de los mismos.
Pensemos
sólo en el trabajo esclavo que por millones se multiplica en el mundo. Hoy hay
certificados de calidad de todo tipo, no se ha visto aún un certificado de
calidad en un producto, que nos garantice que no es producto de una injusticia
con nuestro hermano. La mayor calidad de un producto es la calidad humana de
los derechos de nuestros hermanos respetados y de un acto de justicia valorado.
Hay, sin
duda, ejemplos maravillosos de hombres y mujeres que trabajan por la justicia y
el derecho. Nuestro próximo santo a canonizar debería ser un hombre que haya
trabajado de manera concreta y ejemplar por la justicia y el derecho. Hace unos
días se conoció la noticia que el Arzobispado
porteño, aprobó el trámite del
empresario argentino Enrique Shaw, y dio así, el primer paso en el proceso
eclesiástico para su canonización, al cerrarse en Buenos Aires la etapa
diocesana de la causa y que la misma, sea remitido a la
Santa Sede, al reconocer la ejemplaridad de vida de este laico, fallecido hace
51 años, y de quien se asegura “humanizó la fábrica”. La propuesta de
canonización la hizo en 1996 el cardenal Jorge Mejía, y la causa canónica la
abrió el papa Francisco en 2005, siendo arzobispo de Buenos Aires.
Jesús adhiere
a esta doctrina profética y nos advierte: “Si ustedes
no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero
bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece
a ustedes?”
Ser fiel con
el dinero injusto, es utilizarlo para alcanzar bienes verdaderos que puedan
traspasar el tiempo y el espacio en el que nos vemos sumergidos, hasta nuestro
encuentro con el verdadero Bien, con el sumo Bien, Dios mismo.
El “dinero
injusto”, además de proveernos de lo necesario para vivir, debe proveer
de lo necesario para vivir a quines no pueden alcanzarlo por sus propios
medios. Este dinero es injusto, porque no puede proveer por sí mismo de los
bienes verdaderos y por que su uso es habitualmente arbitrario. Pero su
injusticia queda subsanada cuando es usado para proveer de lo necesario a los
pobres e indigentes, no como un acto extraordinario sino como un acto habitual.
Es
importante recalcar esta habitualidad, esta cotidianeidad del ejercicio del
derecho y la justicia para con el pobre. Porque justamente por ser virtudes
universales y esenciales, son permanentes, sostenibles en el tiempo cotidiano.
Alguno se
podrá preguntar, ¿pero, es que esta mal
lucrar? Y debemos contestar que esa no es la pregunta. La verdadera
cuestión es, ¿qué le agrega o añade a mi
calidad humana lucrar para sí? Esta pregunta, nos orienta al sentido de
nuestra vida de manera concreta, y al sentido de nuestra vida abierta o cerrada
a los demás, al más débil y necesitado, del cual soy responsable, aún en mi
indigencia, porque cuando no tengo nada para dar, me tengo a mí mismo para
darme.
“Y si no son
fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?”
Porque aún
el dinero que ganamos con nuestro esfuerzo no es nuestro, sigue siendo un bien
recibido con la carga de la responsabilidad de administrarlo para el bien
común. Todo es bien común. Cuando hago a un bien sólo mío, deja de ser común.
Todo bien recibido u obtenido por nuestro trabajo es un bien común que debe
estar destinado al bien común. Esto vale para una persona, una familia, una
comunidad o una empresa.
Como no
hacerse la pregunta entonces: ¿para qué
necesita un hombre más de lo que puede usar a diario hasta que ya no sirva más?
Mi necesidad para ser tal, debe ser verdadera. Y lo que me es necesario debe
ser reemplazado cuando ya no sirve más a su fin. Todos debemos urgentemente
entrar en un repensar nuestras necesidades y animarnos a reemplazar algo sólo
cuando ya no puede cubrir esa necesidad verdadera. Esta conducta ya ayuda a la
justicia y el derecho con el más débil e indigente, porque no tomo más que lo
verdadero y dejo de llenarme de bienes innecesarios que se superponen unos con
otros. Eso ya es un modo concreto de ser justo.
Es
importante que Jesús, mantenga esta responsabilidad a nivel personal, y la
conecte intrínsecamente con el regalo de que se me confíen bienes mayores aún,
que nos pertenecen intrínsecamente y no de manera añadida. Esos bienes que se
nos confiarán porque nos pertenecen, es sin duda nuestra Comunidad del Cielo,
los amigos de Jesús, que son mis amigos y que están destinados a recibirme en
mi indigencia.
Lo mucho,
frente a lo poco de este tiempo, es sin duda la amistad permanente de Dios que
satisfará todas nuestras necesidades e intereses.
Debemos admitir por la fuerza de los hechos, por la experiencia
empírica de la historia y del momento presente, que: “Ningún servidor puede servir a
dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por
el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.”
Porque, “Él levanta del polvo al desvalido, alza al pobre de su miseria, para
hacerlo sentar entre los nobles, entre los nobles de su pueblo.”
P. Sergio-Pablo
Beliera