domingo, 13 de septiembre de 2015

Homilía 24º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo B, 13 de Septiembre de 2015

El hombre moderno vive bajo la creencia que su capacidad de conocimiento es proporcional a su deseo. Y que puede decir de forma acabada que es tal o cual cosa y quién y cómo es tal persona. No es difícil confundir opinión con conocimiento, saber son acumulación de datos, ver por una pantalla que estar en la realidad.
El conocimiento, aplicado a la persona humana, puede ser para algunos un punto de llegada y en el cual nos establecemos, o una puerta que se abre detrás de la cual hay un camino que recorrer con tiempo y sin pretensiones de llegar alguna vez a su fin por sí mismo.
Con Jesús nos pasa algo de todo esto. Podemos saber muchas cosas sobre Él si hacemos un camino sincero de búsqueda en la Palabra, en la Historia de la Salvación, en el Magisterio de la Iglesia, en la experiencia de los Santos que lo han seguido fielmente. Pero debemos aceptar que no tendremos nunca, mientras dura el camino de esta vida que vamos viviendo, un conocimiento acabado y último.
Podemos decir sobre Él, pero ese decir es continuo. Si nos entusiasma esta experiencia vamos bien y disfrutaremos del recorrido. Si nos desanima es que el estado de dominio se ha apoderado de nosotros y de nuestro imaginario, y la experiencia empieza a parecernos frustrante.
Siempre podemos aproximarnos a Jesús y decir: es cómo… se parece a… como hicieron sus contemporáneos: “Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas”… No estaban lejos pero no habían llegado al final.
Siempre Jesús nos volverá próximos a Él, íntimos y cercanos, vivir con Él, estar con Él, ese es su deseo más profundo, su llamada siempre. Y entonces podremos recibir la pregunta incisiva: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”… Esa intimidad debe pasar siempre por esa pregunta de Jesús, directa al corazón, a la experiencia vivida con Él, a la intimidad alcanzada, a la relación interpersonal de intercambio de vida con Él, a nuestros deseos expuestos a Él y puestos en juego en su persona…
No podría ser de otra manera. Nuestra relación viva con Jesús tiene que pasar una y otra vez por la pregunta que Él mismo nos hace: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Un discípulo que no quiere exponerse a esa pregunta, que rehúye de ella, que se siente mal frente a ella, no está haciendo el camino necesario.
Esa pregunta es una bendición que nos abre el camino de una profunda y sincera exploración en la relación con el Señor Jesús. Y una y otra vez debemos degustar la respuesta que el mismo Pedro en nombre de todos a dado y sigue dando, para que la hagamos nuestra: “Pedro respondió: “Tú eres el Mesías”.” Es una respuesta que lo dice todo, pero al contener un todo, necesita ser desglosada, abierta, explorada para no caer en el abismo de la proyección de deseos humanos, de realizaciones humanas inacabadas o inapropiadas, para que no sea comparada con otra cosa que la misma experiencia de Jesús sobre eso que Él es y quiere compartir con nosotros.
“Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días; y les hablaba de esto con toda claridad.”
Sin duda que lo más interesante de todo viene contenido en esa explicación, en esa aclaración luminosa y fulminante que Jesús nos hace a todos una y otra vez, ‘podés esperarlo todo de mí, es verdad, pero deberás recibirlo de una forma sorprendente que incluye lo inesperado y doloroso de abrirse paso por donde rehuimos hacerlo habitualmente, así que escúchame atenta y despojadamente’…
Cuando Jesús es definido por nuestra experiencia con Él, como la realización de todas nuestras expectativas y la concreción de todas las posibilidades, es importante que nos desprendamos de toda fantasía, de toda complacencia y comodidad. Porque así como conocer de verdad a alguien es siempre una experiencia sorprendente, conocer a Jesús y saber que podemos esperar y concretar con Él no deja de serlo también. Ojo que “…tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.
El conocimiento de Dios viene a nosotros siempre por el desconocimiento confiado de lo que pretendemos saber de Él y eso implica para el hombre una experiencia dolorosa pero reveladora. Es así, lo ha sido así y lo será así. Es lo que esa sentencia infinitamente inspiradora debe ser para nosotros en principio de nuestra relación interpersonal con Dios en la persona de Jesús:
“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo,
que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá;
y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará”.
Esta es la puerta y el camino de acceso a una relación pura, íntima y verdadera con Dios en la persona de Jesús. Otro camino no nos conducirá al fin. Este sí…
Muchas veces nos resistimos. Increíblemente aceptamos años de estudio para poder comenzar a ejercer una profesión, sabemos de las horas y sacrificios personales que implica una búsqueda científica, sabemos por experiencia que se requieren años de desprendimientos y redescubrimientos para sostener un amor entre esposos e hijos, horas de cocina para una buena comida, innumerables horas de planificación para una edificación… Y pretendemos que con la simple buena intención y deseo podamos adquirir un conocimiento de la persona de Jesús, una intimidad acabada con Él y una felicidad plena.
Necesitamos caminar con Jesús a su paso,
Desprendiéndonos de nuestra imaginación, deseos y pretensiones,
Abriéndonos de par en par sin retaceos y poniendo nuestro pies sobre su huella,
Nuestra mente sobre su mente y nuestro corazón sobre su corazón,
Sin aferrarnos al dominio, sino a la gratuidad,
Abrazando la incondicionalidad de la Novedad de Jesús que nos trasciende y plenifica, ya que toda nuestra alma, nuestra mente, nuestra psiquis, nuestro corazón, nuestra sensibilidad, nuestras posibilidades, adquieren la dimensión de su persona siempre. Quedan atrás nuestras pobres medidas para alcanzar la altura y anchura de Jesús el Esperado-Enviado-Actuante. ¡Qué inapreciable es tu misericordia, Señor! Los hombres se refugian a la sombra de tus alas. (cf. Sal 35, 8)
Por ahí sí que palabras y vida irán en un mismo sentido y en vez de aferrarnos a ideas, estaremos abrazando plenamente la persona de Jesús y las necesarias consecuencias de esa relación incomparable e insustituible. Porque: “El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás.”
“Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe”. Y la gran obra de la fe es poner por obra una relación viva con Jesús que ponga todo en sintonía con las posibilidades y consecuencias de esa relación amorosa.
Míranos, Dios nuestro, creador y Señor del universo, y concédenos servirte de todo corazón, para experimentar los efectos de tu amor.


P. Sergio-Pablo Beliera