domingo, 27 de mayo de 2012

HOMILÍA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS, CICLO B, 27 DE MAYO DE 2012


HOMILÍA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS, CICLO B, 27 DE MAYO DE 2012
“…impulsado por el Espíritu Santo…”, dice hoy san Pablo. Y justamente eso, es aquello que más puede captar nuestra atención y a la vez cuestionar nuestro proceder, para expandir nuestra mirada, nuestro corazón y nuestra acción. No auto-impulsado, sino “impulsado por…”.
Hoy, los medios de propulsión están siendo revisados para que sean, menos contaminantes, más energéticos en menos proporción, y que a su vez sean renovables. Se busca además, que sean de bajo costo y a la vez silenciosos, fáciles de usar y de acceso universal.
¿No queríamos esto mismo para nosotros? Creo que sí.
¿Qué me impulsa a mí?
¿De dónde proviene esa fuerza que me mueve?
¿A dónde me impulsa?
¿Qué hay para mí en esto y que le brinda a los demás?
Encuentro gran interés en estas preguntas. Ellas, esconden en el fondo, una única cuestión de carácter transversal, y es: nadie puede impulsarse a sí mismo, el impulso que gobierne nuestra vida viene dado, tiene su fuente en Alguien a quien no gobernamos –por lo cual no podemos ordenar a nuestro gusto y consideración-, es Él el que nos induce a pensar, querer, elegir, decir, sentir y hacer… Como bien dice san Pablo: “nadie puede…” porque el que puede es el Espíritu Santo. Duro de asumir para algunos, indiferente para otros, altamente gratificante para los últimos.
Pero, quien tiene la fuente del impulso del Espíritu, quiere darlo y en abundancia. Así vemos a Jesús hacer y decir “…sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo..."” Y en los Hechos de los Apóstoles: “De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos.” Soplo, viento y lenguas de fuego… todo proviniendo de lo alto, a donde subió Jesús Resucitado. Todo lejos de nuestro alcance, y a la vez, viniendo en abundancia y gratuidad a nuestro alcance, en nosotros, con nosotros, sobre nosotros. Nadie ni nada queda indiferente a su presencia, a su impulso, a su obrar. El Espíritu desencadena un movimiento que contagia vida, vitalidad.
Entonces podemos preguntarnos, ¿Adónde y a qué nos impulsa este Espíritu?
Y podemos contestar con el apóstol san Pablo: “En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.” Donde haya un bien para todos, allí nos llevará el Espíritu, hacia allí estará su orientación.
Los tiempo que corren, donde se reedita la vieja costumbre de un bien para unos pocos y no para muchos, marcan claramente que no son tiempos impulsados por el Espíritu Santo. Donde sobreabundan los interés personales y personalísimos, no puede impulsar el Espíritu.
Donde hay gente disponible para un bien común que envuelva las energías de todos, y nos lance a un bien mayor e inconfundible, ahí el Espíritu Santo está impulsando y mucho. El Espíritu nos lleva de las  profundidades de nosotros mismos a las fronteras del mundo exterior. Nada es dado por el Espíritu, que no tenga su momento de manifestación, y sea un más y mejor para la totalidad, que siempre se verá sorprendida por la acción del Espíritu, que supera al sujeto de esa acción y a los que lo rodean. El adonde es pues a todos y a todo, en cada uno y en la comunidad humana de cada tiempo. No hay tiempos sin Espíritu aunque haya tiempos donde el Espíritu no se haga notar.
El a que nos impulsa, queda claramente expresado en dos marcas de originalidad del Espíritu: el perdón y la comunión.
Así lo pone de manifiesto Jesús, al resaltar la misión del perdón como el primer efecto del soplo del Espíritu recibido: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Así pues, donde haya personas de perdón habrá perdón y donde haya personas que rechazan la necesidad de perdón no habrá perdón. La acción del Espíritu tiene un solo límite, y ese límite es nuestra libertad de darnos por entero a la acción del Espíritu o negarnos a ella. Retener el perdón es una dolorosa experiencia para los discípulos de Jesús, que no podemos más que sufrirla, y convertirla en una más profunda conversión de nuestra parte que ablande los corazones endurecidos. Lejos de ponernos en una posición de poder, nos coloca en la del servicio del perdón, hasta revertir la situación que no lo permite.
Pero aún hay una manifestación altamente singular del Espíritu, y ella queda expresada hoy por el asombro de los presentes en la escena de los Hechos de los Apóstoles: “¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua?” El Espíritu genera comunión de lenguaje, porque el Espíritu es la Comunión misma. Que cada uno escuche el Evangelio en su propia lengua, en su propia existencia es un prodigio del Espíritu obrando en nosotros. Nunca podremos prescindir del Espíritu para escuchar hoy la Buena Noticia de la Comunión sin límites de tiempo, cultura, raza o credo.
Todos podemos entrar a la Comunión del Espíritu si dejamos que el Espíritu hable y nosotros escuchamos y nos dejamos llevar por Él, “…impulsado por el Espíritu Santo…”. Esa es la clave de este tiempo: impulsados por el Espíritu Santo, para vivir en esta ciudad en Jesús, con los hermanos, para el Padre.

P. Sergio Pablo Beliera