domingo, 28 de mayo de 2017

HOMILIA SOLEMNIDAD DE LA ASCENCION DEL SEÑOR, CICLO A, 28 DE MAYO DE 2017

Podríamos comenzar preguntándonos:
¿Dónde voy? ¿Soy conciente de hacia dónde me dirijo? ¿Cuál es el rumbo que imprimo a mi vida?
¿Voy en su misma dirección? ¿Se podría decir al verme que voy hacia Él? ¿Se me escucha hablar de hacia dónde voy, y es con Él? ¿Jesús tomaría el rumbo que tomo y sus consecuencias? ¿Se puede decir que lo que gozo o padezco es fruto de ir hacia Él y no hacia algo o hacia mi mismo? ¿Mis logros y mis fracasos se deben a mi amor por Él y hacia dónde Él me atrae y lleva? ¿Los que me ven vislumbran algo más allá de mi? ¿Soy yo el punto final de lo que se ve y escucha en mí? 
¿Debo salir de algún rumbo equivocado? ¿Me animo a salir de un sentido sin sentido? ¿Quiero salir más y mejor hacia Él? ¿Qué debo hacer para poner mi orientación directamente hacia Él? ¿Cuál es el primer, el segundo y el tercer paso que tengo que dar? ¿Con quienes cuento para hacerlo, además de Él y de mí? ¿Qué voy a tener a favor y qué voy a tener en contra? ¿Estoy dispuesto a soportar las consecuencias y humillaciones? ¿Necesitaré refuerzos, cuáles? ¿Puedo comenzar ya, aquí a ahora? 
¿Cuáles son mis dudas? ¿Dónde se focalizan mis dudas? ¿Tengo miedo y a qué le tengo miedo? ¿Qué y quienes me ayudarían a salir de la zona de miedo y duda? ¿Cómo sería eso?
¿Jesús va hacia el Padre, deseo, quiero, ir con Jesús hacia el Padre hoy y mañana? ¿Qué sería ir hacia el Padre con Jesús, hoy para mí? ¿Creo verdaderamente que vale la pena? ¿Estoy dispuesto a jugarme por ir hacia el Padre siguiendo a Jesús? ¿Y para mi familia, para mi comunidad de fe, para mi ámbito laboral, para mis amigos? ¿Y para mi país?
¿Qué sería para Jesús hoy sentarse a la derecha del Padre? ¿Qué sería para mí hoy sentarme a junto a Jesús a la derecha del Padre? ¿Cómo o de qué manera sería eso posible? ¿Dónde están los imposibles? ¿Puedo soltarme a pesar de esos imposibles?
¿Qué busca, qué quiere el Padre que nos quiere junto a Él? ¿Eso modifica mi presente? ¿Modifica o enriquece mi mirada del mañana inmediato, del futuro próximo? ¿Qué me hace resistirme o mantenerme indiferente a ese deseo del Padre? ¿Qué tipo de vida es esa que vivo sin incluirme en ese deseo? ¿Es soportable por cuanto tiempo y a qué costo?
¿Vivo bajo el imperio o la influencia del sueño o el deseo o el querer de otro u otros? ¿Qué lo hace válido, bueno y amable que sea así? ¿Es bueno vivir así y por qué? ¿Estoy pidiendo a otro u otros que vivan de mi sueño o deseo? ¿En qué medida eso es digno para todos nosotros? 
¿Elevo o expando mi vida y la de los que me rodean? ¿Me ocupo del cielo y de la tierra? ¿O sólo de uno de ellos? ¿Cuál y por qué?
¿Me elevo con Jesús y cómo Jesús? ¿En qué medida puedo identificarlo y ver sus frutos? ¿Pueden los demás ver lo mismo que yo veo, por qué? ¿Eso me modifica y cómo?
¿Jesús y el Padre, darían gracias por el rumbo que he emprendido y por el que me doy entero cada día? ¿Experimento su influjo benefactor sobre mí y mi entorno por eso? ¿Soy dichoso de alegrarlos y dolorido de que sea así? ¿Realmente me importa? 
¿Me puedo aproximar de alguna manera a las entrañas del Padre cuando reencuentra a Jesús su Hijo amado, después de haberlo visto vivir, padecer, morir, y entrar en la oscuridad y silencio del sepulcro, y surgir de el al fondo del camino? ¿Es eso motivo de un pensamiento más claro, de emociones entrañables, de deseo profundos, de una actitud iluminadora y contagiosa? ¿Quisiera esta ahí? ¿Oriento mi vida para estar ahí con los que el Padre pone en el camino y salgo aún a buscar a otros para que nada se pierda?

Hechas todas estas preguntas, cual examen interior de purificación de la mirada, nos podemos adentrar en algunos aspectos de esta manifestación de Jesús y sus implicancias en nuestras existencias cristianas hoy.
“Hombres de Galilea, ¿por qué sigue mirando al cielo?” Y que mejor que partir de esta gran pregunta venida del cielo mismo a los oídos de los discípulos de ayer y de hoy. Hay un por qué en el mirar al cielo. Existe una motivación, una razón profunda, un sentido dentro del sentido de mirar… Mirar al cielo, es mirar en una dirección inconmensurable, inabarcable, pero deseosa. Mirando el cielo deseo algo que está más allá de ese cielo mismo, o dicho de otra manera, anhelo a Aquel que sustenta toda la razón de ser de lo inmenso, que es más inmenso que lo inmenso mismo, inimaginable y deseado a la vez, intuitivamente unido a mí aunque esté más allá de mí mismo y de lo conocido.
Aquel que fue reconocido escrutando el cielo siguiendo la estrella posada en un ignoto pueblito de Judea, desde el cielo en el que desaparece nos señala una vez más un punto cercano en la tierra donde debo seguir dejando mis pies hasta unirme con Él. El cielo y la tierra ya no son antagónicos como experiencia, porque desde Jesús Nacido y Resucitado, Dios vive con los hombres así en la tierra como en el cielo. Dios y el hombre viven en comunión en Jesús de una manera plena y única y allí está para siempre en punto de convergencia de la mirada aguda del corazón.
El cielo como mapa del destino de los hombres se halla impreso en la persona viva de Jesús de Galilea, en quien puedo posar mi mirada poniendo toda mi existencia.
Y al hacer esta experiencia descubriré una mirada renovada sobre la tierra. Ya no hay posibilidad de mirar la tierra sin descubrir en ella al celestial Hijo de Dios encarnado en la persona humana de nuestro Hermano Jesús.
Pues hay que mirar a Jesús y descubrir las constelaciones del universo de la vida y mirar los cielos y caer rendido ante la presencia viva de Jesús Palabra - Eucaristía - Hermano.
Entonces si, podremos decir también hoy: “…que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados…”
Porque mirar hoy el mapa del hombre desplegado a lo largo y lo ancho de la historia presente es desalentador, crudamente inhumano, casi espantoso… Sin embargo, Dios no ha perdido el control del devenir del hombre por más que el hombre pretenda con su actitud haber desplazado a Dios y haberse autoimpuesto a él mismo como centro.
La llamada de Dios a la esperanza que se ha consumado en la persona de Jesús, sigue expandiéndose en la tierra en busca de hombre que se dejen transformar por la unión de vida y sentido con ese mismo Jesús Resucitado Ascendido a los cielos sin perder su condición inherente de Siervo Humilde y a la vez Victorioso al modo de Dios.
La esperanza a la que el Padre llama a los discípulos de Jesús, es distinta a las esperanzas humanas desplegada por aquellos que pretender tener una esperanza fundada en ellos mismos. La esperanza a la que somos llamados es humilde, silenciosa, descalza, desnuda, sigilosa, prudente, juiciosa, respetuosa, paciente, sencilla, simple, tierna, dulce, susurrante, liviana, ágil, pacífica, suave, atómica, imperceptible… es amiga, hermana, compañera, hija, madre, padre… No conoce la prepotencia, el rigor, la imposición, la fuerza, la dominación, la esclavitud, la servidumbre, la arrogancia, la frialdad de la razón, ni el incendio de la pasión, ni la violencia del yo egocéntrico…
Por eso mismo, como los discípulos ante la presencia viviente de Jesús Resucitado, vivimos la experiencia: “Al verlo (a Jesús), se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron.”
Como Jesús no se impone, sino que se da a los ojos de la fe, dudamos de su plenitud ya que estamos excesivamente acostumbrados a nuestros inmaduros y equivocados modos. Dudamos que el cielo haya descendido a la tierra y que el más digno fruto de la tierra, un hombre llamado Jesús, se haya hecho digno del cielo complaciendo la atención y las entrañas del Padre que se lo quiso para su eterna compañía ya que en él su Hijo eterno y su humanidad viven en amorosa armonía y comunión.
Somos como esos que entramos a una iglesia, y hacemos que hacemos la genuflexión, pero nuestra rodilla nunca llega al suelo. Es un casi pero todavía no, un sí dubitativo, que necesita demasiadas confirmaciones y pruebas reiteradas de amor, o sea, que nunca hasta ahora a podido experimentar un rendirse por completo ante el Amor con mayúsculas. Uno que mira hacia arriba, hacia la nada, mira nada, o se mira a sí mismo como punto de referencia, su principio y su fin. No conoce la realización de los imposibles de Dios en su propia carne. El Amor desplegado en su propia historia personal de salvación en la historia de salvación compartida.
Dudar es poner en pausa la iniciativa de Dios y su consecuente respuesta del hombre. Es como un continuo poner play y pausa, nunca se puede avanzar así.
Salgamos con Jesús Resucitado de esta situación. Dejemos aquí mismo, ahora, esa duda que no me permite ir hasta el fondo, ese masomenismo que nos enferma mutuamente, esa ruidosa presencia de ‘aquí estoy yo’ por el reconfortante ‘Aquí esta Él, mi Jesús’ incluyendo ‘Aquí están mis hermanos’. Y ascendamos con Él, con Jesús Resucitado, llevándonos a todos con nosotros, dejándome llevar por todos con ellos, y expendiendo el Reino de Dios aquí en este suelo bendito al que Dios a hecho descender su Palabra, su Cuerpo y su Sangre, su Hermandad Universal, para levantar a la humanidad a dónde Él quiere llevarla, que no es a otro lugar que a su propio Corazón donde todo permanece y está llamado a descansar.
La ascensión de Jesús Resucitado, es pues más que un movimiento físico hacia arriba, hacia lo alto, es su libertad de estar presente, junto al Padre y junto a nosotros sin ninguna limitación posible.
“Dios, que es rico en misericordia, 
por el gran amor con que nos amó, 
precisamente cuando estábamos muertos 
a causa de nuestros pecados, 
nos hizo revivir con Cristo 
–¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– 
y con Cristo Jesús nos resucitó 
y nos hizo sentar con él en el cielo.” (Ef 2,4-6)

Hoy, aquí…

P. Sergio Pablo Beliera