domingo, 14 de diciembre de 2014

Homilía 3° Domingo de Adviento, Ciclo B, 14 de diciembre de 2014

“¿Quién eres…? ¿Qué dices de ti mismo?” ¡Qué preguntas! ¿Quién quisiera enfrentarlas? Son de esas preguntas que uno quisiera no tener que mirar de frente, pero por otro lado ¡cómo no responder esas preguntas esenciales que traen la paz!, porque que quien tiene la respuesta está consolidado de cara a Dios y a los hombres.
¡Cuántos hombres y mujeres encaran a diario la vida sin una respuesta firme a su identidad, a su esencia, a su sustentabilidad, a su sustancia¡
¡Cuántos andan por ahí con un ‘que poco se de mi mismo y que poco se de lo que significo para los demás’¡ Anónimos a sí mismos y a los otros, profundamente heridos en la frente y en el pecho. Inmóviles de parálisis existencial.
Juan Bautista rechaza los títulos que representan una definición engañosa y, sólo se abraza a una definición dada por la misma palabra de Dios, él es “una voz”, voz que resuena en el desierto de la búsqueda de Dios y no de sí mismo. No hay mejor definición de sí mismo que aquella que proviene de la resonancia de la Palabra de Dios en nuestro ser. Es como si dijéramos, si quieren saber algo de mí, les digo lo que Él mismo me ha dicho en su Palabra.
“El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido” con su Buena Noticia, con su Evangelio de la Alegría, que nos dice quienes somos y que somos para los demás. Expresiones como las siguientes, ponen de manifiesto un punto de vista que viene de otra dimensión, a la que estamos invitados a abismarnos, recordémoslas:
“…llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor…”,
“…él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas…”, del profeta Isaías.
“Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz…” del cántico de María.
“Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu…”, de carta de san Pablo.
“Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor…”,
y, “… yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.”, del Evangelio de hoy.
Cada una de ellas expresan ese ‘mundo patas para arriba’ que no nos animamos a asumir y vivir, que en realidad es el mundo de Dios implantándose en este mundo vuelto de espaldas Al que Viene, sordo a la Voz y su Palabra, y ciego al testigo de la Luz y a la Luz misma.
Estamos llamados a alegrarnos de ser lo que somos, de ser esos medios de comunicación de la Buena Noticia de una hombre que ha dejado de estar sólo contra todo.
Somos esos enfermeros de riesgo y sin fronteras, en un mundo herido depositado en el ‘hospital de campaña’ de la Iglesia de hoy.
Somos esos portadores de la llave que libera a los cautivos y prisioneros del alma y del cuerpo que necesitan una verdadera salida y reincorporación a la vida.
Somos los que desde lo alto de nuestra pequeñez -por nuestra insistencia y voz alzada- logramos la atención y proclamamos la bondad y misericordia de Dios en un mundo sin piedad.
Somos aquellos que vestimos a la moda de enamorados empedernidos, donde no hay amor ni amantes, y nos lanzamos con las antorchas que encienden los fuegos apagados pero aún humeantes de algunas existencias tan pequeñas.
Somos la pequeñez que se agranda con la Bondad de Dios y sus sueños de ojos abiertos.
Somos los que desde esa pequeñez e insignificancia, tienen el gozo de ser quienes a los pies del Señor se sienten indignos de lo más insignificante, y a la vez son concientes que es el Señor quien se ha puesto a lavarnos los pies y calzarnos, para que nos sentemos a su mesa limpios y dichosos…
Uh… cuantas y tantas cosas que nos definen de verdad y que estamos ahí de rechazar por medirlas y pesarlas con la balanza de un mundo subvertido de valores y sentido.
Por eso, aquí estamos aceptando ser dichosos en la insignificante misión de orar sin cesar dando gracias por nuestro destino desatinado a los ojos de otros, pero no a los de Dios, a los del alma, y al de los más necesitados en todas sus formas.
Nuestro lugar es gastar este tiempo en Acción de Gracias, en esta Eucaristía perdida en la inmensidad del Universo, porque “el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones…”.
Para que en medio de la infelicidad y de lo pasajero de este mundo, con María, podamos decir en la esperanza: “En adelante todas las generaciones me llamarán feliz…”, porque trabajamos por la justicia de Dios y no la injusticia de los hombres, porque en medio de las tinieblas brilla una Luz que nos hace testigos de la Luz de la alabanza en la noche, cantores en la noche de la Luz que no tiene fin.
Hay tanto por hacer, no perdamos el tiempo, alabemos a Dios intensamente y salgamos presurosos a las obras de la Luz que es la Caridad sin condición.
Dios y Padre nuestro, que acompañas bondadosamente a tu pueblo en la fiel espera del nacimiento de tu Hijo, concédenos festejar con alegría su venida y alcanzar el gozo que nos da su salvación.


P. Sergio-Pablo Beliera