HOMILÍA VIGILIA PASCUAL,
CICLO B, 7 DE ABRIL DE 2012
Velar la Resurrección del Señor es adentrarse
en la Tierra de la Esperanza, en la que fuimos introducidos en la Creación y en
la que somos reintroducidos en la Resurrección.
Esta Tierra de la Esperanza, que es esta
Vigilia, que se introduce en la espesura de esta noche, es la Esperanza que
acoge el anuncio que nos recuerda que somos creaturas amables, surgidas de la
bondad del Padre Creador, que nos ha regalado su imagen y semejanza, porque “Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno”. Que somos hijos únicos amados, por los
que el Padre Único ofrece en sustitución al Cordero Inmolado, su Hijo Amado, “Jesús
de Nazaret, el Crucificado”. Que somos hijos libres, esclavizados y
liberados por la mano firme del Dios que nos conduce con el calor del Fuego y
la luminosidad de la Nube de su presencia. Que somos hijos del destierro que
vuelven a su tierra que ya no es abandonada sino desposada, en la que el amor no
se aparta, la paz no vacila y la compasión vive. Que somos hijos sedientos y
hambrientos saciados gratuitamente con los mejores frutos de la tierra. Que
somos hijos llamados a la Sabiduría que nos hace agradables al que nos creó y
eligió. Que somos hijos que viven del soplo de Dios que reconstruye nuestra
frágil existencia de huesos dispersos en cuerpos vivientes habitados por un
corazón nuevo de carne. Que somos hombres nuevos, vivos para Dios en Cristo
Jesús el Hombre Nuevo.
Pero esa Tierra de Esperanza acoge en su surco,
la semilla de una pregunta que necesita ser contestada: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?” En la Tierra de la Esperanza, de esta santísima noche, urge que
alguien quite la piedra que se ha interpuesto entre Jesús Crucificado y nosotros.
Los hombres no podemos remover la piedra de la muerte y del pecado por nuestra
cuenta. Ni nuestra inteligencia, ni nuestra voluntad, ni nuestro entusiasmo, ni
nuestro esfuerzo… Todos ellos pueden acompañarnos, pero no pueden remover la
piedra que nos separa de Jesús de Nazaret, si no la remueve Dios mismo. Sólo
Aquel que es Señor de la Vida, puede dar Vida a los muertos. Sólo Aquel que es
Señor del Amor hasta dar la Sangre puede dar la Vida por el mismo y único Amor.
¿Estoy dispuesto a que hoy Él corra la
piedra de entrada del sepulcro que me haya fabricado para esconderme de la vida?
La piedra del sepulcro que guardaba el Cuerpo
de “Jesús
de Nazaret, el Crucificado” ha sido removida por el Padre como
respuesta amorosa a la fidelidad del Hijo Amado.
La piedra del sepulcro que guardaba el Cuerpo
de “Jesús
de Nazaret, el Crucificado” ha sido removida por el Hijo Amado, como
respuesta obediente a la fidelidad del Padre.
La piedra del sepulcro que guardaba el Cuerpo
de “Jesús
de Nazaret, el Crucificado” ha sido removida por el Espíritu de Vida, como
respuesta amorosa a la mutua fidelidad del Padre y del Hijo.
Hoy, en esta Santísima Noche, se remueve por la
esperanza que nos reúne entorno al obrar silencio de Dios, la piedra de la
muerte y del pecado, que nos separa de Él y a unos de otros.
El Señor Jesús, nos invita en esta Noche Santa,
a hacer el camino que nos lleva desde el Sepulcro a Galilea, principio y nuevo
comienzo de la Buena Noticia de la Resurrección, por la que hemos comenzado una
Vida Nueva. Nueva Vida que es renovada y consolidada anualmente en torno a la
Luz, la Palabra, el Bautismo y la Eucaristía, por los que el Padre nos va
asimilando al Hijo Amado, el Hombre Nuevo, por la acción vivificante del Soplo
de Dios.
Dios ha removido la piedra, no temamos ya. No
hay piedra grande que no pueda ser movida, todos los obstáculos han sido
quitados definitivamente en la tierra de la Esperanza, habitada por “un
joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca”, que nos
representa a todos los que habiendo seguido a Jesús Crucificado, lo seguimos
ahora como Resucitado. Vistamos la “túnica blanca” de la dignidad nueva
que hemos recibido cuando pasamos de la oscuridad a la Luz, de la confusión a
la Buena Noticia, del desierto a las Aguas del Bautismo, de nuestro pan ázimo
al Pan de Vida.
Miremos hacia donde Jesús, el Señor de la Vida,
el Hijo Amado, nos señala y dónde nos espera. Salgamos de esta Noche Santa con
la mirada puesta en la tierra de la esperanza por la que nos conduce el Padre,
en su Hijo, por el Espíritu, para que abracemos “a la madrugada del primer día de
la semana, cuando salía el sol” a nuestra ciudad y la iluminemos con
nuestros rostros y nuestras voces, renovados por una Noticia tan grande que no
podemos guardar y contener, y que anunciará a nuestros hermanos hacia donde
podemos mirar ahora.
P. Sergio Pablo Beliera