“Porque la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día.
Entonces dije: "No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre".
Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me
esforzaba por contenerlo, pero no podía.”
Esta experiencia que expresa tan radical y abiertamente el profeta,
resulta muy próxima e íntima a la experiencia del cristiano de a pie cada día. ¿Quién no ha sentido este triple movimiento
de quebranto, de negación y de irresistibilidad? Si no lo hemos
experimentado es que no hemos entrado de lleno a la experiencia de la fe, de la
relación vital con ese Dios que en Jesús nos habla y nos lanza como testigos
porque hemos sido alcanzados por su presencia en nuestras vidas.
Que Dios exista encarnado en la persona de Jesús molesta, que Dios
hable en la persona de Jesús molesta más aún, y que Dios haga lo mismo con
nosotros molesta extremadamente. ¡Basta con uno, para que otros más!
No para Jesús, la opción no es sólo aceptar a Dios en nuestras vidas,
de creer en Él, sino de ser como Dios se manifiesta en Jesús encarnándolo en
nuestra propia vida. “Jesús dijo a sus discípulos: "El que
quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga.” Aunque nos parezca increíble, para Jesús su vida y nuestra vida
encuentran su sentido en un mismo camino, en una misma manera de vivir, en una
misma vida, en una identificación total de Jesús en nosotros y de nosotros en
Jesús.
Nuestra gran opción después de decir que si a Dios, a su Paternidad
por nosotros, es la gran opción de ir detrás de Jesús, es poner mi vida detrás
de la suya, eso es que su vida sea mi vida, que su vida sea mi modelo y modo de
vida, dejando que Jesús nos conduzca por donde el Padre lo conduce a Él.
Esa opción libre nos conduce a renunciar a nosotros mismos, esto es a
vivir como solitarios en nuestra propia vida, en vivir según yo, en vivir por
vivir nomás, en vivir según otros que no sean Jesús mismo. ¿Porqué los demás tendrían derecho a reclamarme mi vida para sí y Jesús
no? ¿Por qué es lícito vivir agradando a los demás y no vivir agradando a
Jesús? ¿Pueden los demás estar por delante de Jesús que es el único que me ha
amado con amor incondicional y ha dado la vida por mí? Esta renuncia es
nuestra opción más inteligente y protectora porque es un abrazar la vida de
Jesús por entero sin obstáculos y pesos innecesarios, es descargar nuestra
pesada mochila de una larga experiencia de meter en ella elecciones inútiles.
Entonces si podemos escuchar y aceptar que Jesús vaya por un camino en
el que quedará claro que el poder de este mundo y de la muerte no pueden
anteponerse a la vida de Dios, a vivir según Dios, por Dios y para Dios sin
tener en cuenta lo que digan o hagan los hombres aunque estos sean poderosos e
influyentes. Es la opción de Jesús que nos cuesta escuchar y aceptar: “Jesús
comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de
parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día.” Si el cargó su cruz, yo
debo afrontar cargar esa cruz de vida que tiene sensaciones dolorosas pero que
no mata, sino que da la vida porque prueba nuestra vida en el fuego del amor.
La cruz no es el sufrimiento, sino ese camino que nos lleva más allá de los
condicionamientos que nos sujetarían en un camino distinto del de Jesús. El
dolor físico y espiritual estarán ahí como una corroboración eficiente que
estos vivo y dando mi vida con realismo, pero nada más.
Entonces seguirlo cobrará un realismo inigualable. Y podremos hacernos
la pregunta que Jesús nos hace y que no nos animamos lo suficiente a hacernos: “¿De
qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá
dar el hombre a cambio de su vida?” ¡Qué pregunta! ¿Por qué esquivarla?
Recordemos que Jesús mismo nos ofrece una respuesta: “Porque el Hijo del hombre vendrá
en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno
de acuerdo con sus obras.” Como hay resurrección para Jesús, la hay y
con lujosa compañía para nosotros también.
Así, nuestra fe en Jesús cobrará un
impagable realismo ya que aceptar su pasión muerte y resurrección será aceptar
mi propia pasión muerte y resurrección en unión con Él que perdió su vida por
mí y la ganó para Sí y para mí. Y cuando vengan ese triple movimiento de
quebranto, de negación y de irresistibilidad frente al testimonio diario de
esta fe, podremos decir: “¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé
seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido!... había en mi corazón como un fuego abrasador,
encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía… Señor, tú eres mi Dios, yo te busco
ardientemente; mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra
sedienta, reseca y sin agua… Mi alma está unida a ti, tu mano me sostiene.”
P. Sergio-Pablo Beliera