sábado, 30 de agosto de 2014

Homilía 22° Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo A, 31 de agosto de 2014

“Porque la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día. Entonces dije: "No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre". Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía.”
Esta experiencia que expresa tan radical y abiertamente el profeta, resulta muy próxima e íntima a la experiencia del cristiano de a pie cada día. ¿Quién no ha sentido este triple movimiento de quebranto, de negación y de irresistibilidad? Si no lo hemos experimentado es que no hemos entrado de lleno a la experiencia de la fe, de la relación vital con ese Dios que en Jesús nos habla y nos lanza como testigos porque hemos sido alcanzados por su presencia en nuestras vidas.
Que Dios exista encarnado en la persona de Jesús molesta, que Dios hable en la persona de Jesús molesta más aún, y que Dios haga lo mismo con nosotros molesta extremadamente. ¡Basta con uno, para que otros más!
No para Jesús, la opción no es sólo aceptar a Dios en nuestras vidas, de creer en Él, sino de ser como Dios se manifiesta en Jesús encarnándolo en nuestra propia vida. “Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.” Aunque nos parezca increíble, para Jesús su vida y nuestra vida encuentran su sentido en un mismo camino, en una misma manera de vivir, en una misma vida, en una identificación total de Jesús en nosotros y de nosotros en Jesús.
Nuestra gran opción después de decir que si a Dios, a su Paternidad por nosotros, es la gran opción de ir detrás de Jesús, es poner mi vida detrás de la suya, eso es que su vida sea mi vida, que su vida sea mi modelo y modo de vida, dejando que Jesús nos conduzca por donde el Padre lo conduce a Él.
Esa opción libre nos conduce a renunciar a nosotros mismos, esto es a vivir como solitarios en nuestra propia vida, en vivir según yo, en vivir por vivir nomás, en vivir según otros que no sean Jesús mismo. ¿Porqué los demás tendrían derecho a reclamarme mi vida para sí y Jesús no? ¿Por qué es lícito vivir agradando a los demás y no vivir agradando a Jesús? ¿Pueden los demás estar por delante de Jesús que es el único que me ha amado con amor incondicional y ha dado la vida por mí? Esta renuncia es nuestra opción más inteligente y protectora porque es un abrazar la vida de Jesús por entero sin obstáculos y pesos innecesarios, es descargar nuestra pesada mochila de una larga experiencia de meter en ella elecciones inútiles.
Entonces si podemos escuchar y aceptar que Jesús vaya por un camino en el que quedará claro que el poder de este mundo y de la muerte no pueden anteponerse a la vida de Dios, a vivir según Dios, por Dios y para Dios sin tener en cuenta lo que digan o hagan los hombres aunque estos sean poderosos e influyentes. Es la opción de Jesús que nos cuesta escuchar y aceptar: “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.” Si el cargó su cruz, yo debo afrontar cargar esa cruz de vida que tiene sensaciones dolorosas pero que no mata, sino que da la vida porque prueba nuestra vida en el fuego del amor. La cruz no es el sufrimiento, sino ese camino que nos lleva más allá de los condicionamientos que nos sujetarían en un camino distinto del de Jesús. El dolor físico y espiritual estarán ahí como una corroboración eficiente que estos vivo y dando mi vida con realismo, pero nada más.
Entonces seguirlo cobrará un realismo inigualable. Y podremos hacernos la pregunta que Jesús nos hace y que no nos animamos lo suficiente a hacernos: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?” ¡Qué pregunta! ¿Por qué esquivarla? Recordemos que Jesús mismo nos ofrece una respuesta: “Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.” Como hay resurrección para Jesús, la hay y con lujosa compañía para nosotros también.
Así, nuestra fe en Jesús cobrará un impagable realismo ya que aceptar su pasión muerte y resurrección será aceptar mi propia pasión muerte y resurrección en unión con Él que perdió su vida por mí y la ganó para Sí y para mí. Y cuando vengan ese triple movimiento de quebranto, de negación y de irresistibilidad frente al testimonio diario de esta fe, podremos decir: ¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has forzado y has prevalecido!... había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía… Señor, tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente; mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua… Mi alma está unida a ti, tu mano me sostiene.”


P. Sergio-Pablo Beliera

lunes, 25 de agosto de 2014

Homilía 21° Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo A, 24 de agosto de 2014

Nos encontramos en un punto del camino que venimos recorriendo estos domingos, es esa aproximación al misterio de la fe. La fe, esta respuesta que el hombre da a Dios desde este don que Dios da al hombre. Esta interrelación que se produce entre el hombre y Dios, que llamamos la fe.
Hoy llegamos a un punto donde los discípulos son interrogados por Jesús. Es llamativo, Jesús los lleva a un lugar muy particular a dar testimonio. Cesarea de Filipo, como su nombre lo indica, es una ciudad en honor a los césares y eregida por Filipo hijo de Herodes el Grande. Existen aún hoy las ruinas de esta ciudad, muy cerca de las alturas del Golán. Uno puede ver lo que fue el esplendor de esta ciudad que es la sucesora de una ciudad pagana dedicada al dios Pan. Es una región fértil, bellísima, llena de vertientes, aquí nacen las aguas que le dan origen al lago de Galilea. Jesús los lleva a este lugar, un lugar ciertamente conflictivo por ser lugar de política, donde se traslada en verano la corte, los notables de aquella época. Jesús los lleva a los discípulos a este lugar a dar testimonio de lo contrario que este lugar dice. Es como si Jesús hoy nos lleva al centro del poder del mundo y nos sugiriera cantar el cántico de la humildad.
Jesús es muy “pícaro”, porque extrae con un medio sencillo algo que ni el otro puede imaginar que puede dar. Y empieza Jesús como poniendo la atención en otro lugar… ¿que dicen los demás, que escucharon hasta ahora que dicen los demás de mí? Los discípulos en su andar con Jesús iban recogiendo opiniones. Parece que la gente tiene cuatro opiniones sobre Jesús. Las cuatro opiniones básicas que han escuchado: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas"
Jesús no se queda en estas opiniones, las desecha rápidamente como sintiéndose satisfecho con lo que ha escuchado y se dirige a donde está verdaderamente su atención, su interés. Porque la opinión siempre llega hasta ahí, la opinión no dice la identidad de una persona nunca, lo que se es esencialmente, es sólo un punto de aproximación: “Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".” Jesús, se parece a todos ellos, pero no es ninguno de ellos.
La opinión de la gente no está muy lejos de quien es Jesús, pero a la vez no dice la identidad verdadera de Jesús. Y esto hace que Jesús lance su pregunta a sus discípulos, aquellos que hemos estado ya un largo tiempo con Él. Es la pregunta que siempre Él nos hace: "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?" O sea, ¿Y quien soy yo para vos? … Mirando lo que ustedes ha vivido conmigo hasta ahora, que han descubierto de mi, que saben de mi, ¿quien soy yo para ustedes, cual es mi identidad para ustedes, que me hace ser Yo y no otra cosa, que me hace ser Único para ustedes?, ¿soy único para ustedes? Verdaderamente, ¿dónde estoy en la vida de ustedes…? ¿Soy un gran Maestro, soy un “tipo fenómeno”, soy un “flaco fenomenal que murió en la cruz, soy un héroe, un sanador, un intermediario con Dios…? Seguramente hay muchas cosas como estas que decir… De hecho la gente hoy las dice así…
Debemos recordarnos que todos contestamos las preguntas esenciales desde nuestra historia. Nuestra historia tiene dos momentos de comienzo: Una más próxima que es donde se despertó nuestra conciencia. Desde cuando podemos decir por nosotros mismos quiero, no quiero, hacer definiciones, elegir una palabra un gesto, hacer fórmulas, etc…. El segundo momento es desde el vientre de nuestra madre. Allí recibimos nuestra identidad, de hecho Dios dice: “desde el seno de tu madre te llamé, pronuncié tu nombre”, desde el seno de nuestra madre Dios nos elige, nos ama, somos para él alguien… ¿Somos concientes de esto? Porque nuestra cultura actual somos muy sensibles a que las cosas partan de nosotros mismos. Todo en nuestras vida parte mucho antes que yo me diera cuenta. Las cosas no comienzan cuando nosotros nos dimos cuenta, cuando pudimos pronunciarlas, comenzaron muchísimo antes, y en un entramado interesantísimo, muy interesante, y como se va armando el funcionamiento de esta realidad que somos hoy día. Y esto es justamente lo que expresa la Palabra: “Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.”
No lo descubrimos nosotros con nuestra inteligencia o por nuestra voluntad… ¡Cómo podemos descubrir por nosotros mismos la identidad de Jesús! El Padre lo revela. Esto a nuestra cultura, y por lo tanto a nosotros, nos cuesta muchísimo. Estamos muy tocados por la sensibilidad propia, muy tocados por entender las cosas según nosotros, entonces si no entiendo las cosas no les doy comienzo a las cosas, no las dejo que empiecen, que se desplieguen. Es como si yo como no se todo el proceso de una semilla entonces no la planto, pero, no la voy a entender hasta que no la entierre en la tierra y la vea desarrollarse. O como si dijéramos que no le vamos a dar vida a un hijo si no sabemos como va a ser ese hijo en cada etapa de su desarrollo y si yo voy a estar dispuesto y capaz de acompañarlos… Obvio que si no le das al vida y estas al paso de cada paso que da él, no lo descubrís, no hay posibilidad de descubrir a un hijo sin darle la vida y corriendo el riesgo de todo los riesgos… Así podemos poner ejemplos del noviazgo, de la amistad y muchas otras…
En la relación con Jesús es exactamente lo mismo. No puedo engendrar la relación con Jesús, me encuentro frente a Jesús y tengo que tomar la decisión. Él viene a nosotros, Él nos lleva, Él nos pregunta, ¿voy y veo o sigo mirando desde afuera? Esto quiere decir cuando Jesús le dice a Pedro: “…esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.”, ese movimiento lo produce el impulso vital del Padre en nosotros, que quiere que si o si me encuentre con Jesús, porque yo no puedo ver el camino sin Jesús.
Dios es tan bueno, pero tan bueno, nos conoce tanto, nos ha hecho, conoce la estructura más mínima de nosotros y sabe perfectamente que nosotros no podemos andar sin Jesús. Y por eso se encarnó Jesús, el Hijo de Dios, porque no me es posible caminar y descubrirlo a Él sin Jesús mismo. Y la identidad de Jesús no es tan compleja. Frente a Jesús yo necesito hacer el camino con Él. Decir, si sos esto que el Padre dice de vos: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", sí yo lo creo y ahora me tengo que poner en camino con vos.
Y por eso además, Jesús le revela la identidad a Pedro. Ninguno de nosotros puede responder la pregunta ¿quién soy? si no respondemos ¿quién es Dios para mí? El hombre no se dio origen a sí mismo, por lo tanto yo no me puedo conocer a mí mismo sin conocer a Dios. Sin descubrir la riqueza, la hondura, la profundidad, lo ancho, lo inmenso de Dios, no puedo descubrir casi nada de mí, muy poquito frente a lo que podría conocer dejando que Dios se me revele.
El famoso precepto del oráculo de Delfos, “hombre conocerte a ti mismo”, se cumplió en la persona de Jesús, el hombre que se conoce a sí mismo, y el Hijo del hombre en el que el hombre se conoce a sí mismo. Conociendo a Jesús el hombre se conoce a sí mismo. Y Jesús en ese conocimiento nos devuelve inmediatamente nuestra identidad: “Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” Y así a cada uno nos dice, vocación y misión “en un solo saque”, no hay que esperar demasiado. No es, ah primero conozco a Dios… ah, después me conozco a mí y descubro que tengo que hacer, nos podemos pasar toda la vida así… Lo que descubriste de quien es Dios, ya te dice quien sos vos y que tenés que hacer, cual es tu misión. No hay una dilación entre quien soy y que tengo que hacer. Ahora claro, tengo que aceptarlo… Tengo que “bancarme” soy esto y tengo que hacer esto... Esta aceptación es clave… ¿Cuál es el misterio grande hoy de la fe en Pedro? Que Pedro no se resiste a la identidad que recibe de Jesús y de sí mismo… Suelta lo que viene y acepta lo que viene…
¿Puedo decirle que sí hoy al Padre sobre lo que me dice de Jesús. Y que me está mostrando entonces quien soy yo. Y juntos hacer el camino? ¿Y aceptar esta condición y no andar pelándome con el espejo, con la mirada de los demás, con lo que yo quisiera ser, con lo que soñé y no fue, y con lo que dejó de ser…? Hay gente que ni siquiera espera nada… que no es mejor que esperar otras cosas… Porque esperar es fundamental a la experiencia de la fe. Porque el que tuvo la experiencia de la fe, enseguida le sale la primer flor, la primer flor de la fe es la esperanza, y la esperanza proviene de una experiencia que me dice si esto es el comienzo ¡uahu lo que será el final! Empecemos cinco minutos con Jesús y veremos lo que será pasar treinta y más con Él y porque no una vida… Este cara a cara con Jesús es fundamental, ¿que foto puede ser más importante que la que me saco cada día con Él cuando estamos juntos?
Pidamos esta gracia y animémonos, animémonos… La proximidad con Dios es fundamental. No rehuyamos de esta mutua identidad. Confesar quien es Jesús es confesar quien soy yo. Sino no es eso, algo falta… es la fe teórica, yo puedo decir las verdades de la fe pero no las puedo experimentar. Estamos llenos de signos de la fe pero no creemos.
La desesperación es tal en el hombre que ya no solo no cree en Dios, sino que no cree en sí mismo, porque una cosa va de la mano con la otra. La gente esta muy, muy herida, y entonces no ha podido brotar la flor más preciosa de la fe, la caridad, que es amar como Dios me ama. Y esto no pasa, y entonces la gente esta en una angustia muy profunda. Los creyentes tenemos que dar esto, porque dárselo a los demás es dárnoslo a nosotros también.


Pbro. Sergio-Pablo Beliera