domingo, 1 de mayo de 2011

HOMILÍA 2º DOMINGO DE PASCUA, CICLO A, 1 DE MAYO DE 2011


HOMILÍA 2º DOMINGO DE PASCUA, CICLO A, 1 DE MAYO DE 2011
Dice la palabra de Dios de hoy: “… ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación…” ¡Cuánto deseo que así sea para cada uno de nosotros! Amar a Jesús Resucitado sin haberlo visto y que esa experiencia sea para nosotros motivo de un “gozo indecible y lleno de gloria”. Pienso en lo imprescindible que se nos vuelve a todos nosotros, cada día más, amar de una manera tal que la sola presencia del ser amado nos plenifique y nos complete. Y mucho más aún de Jesús Resucitado, porque si Él no es motivo de alegría en nuestras vidas y en la construcción de nuestras opciones y acciones, ¿con quién nos hemos encontrado? ¿en que punto nos hemos desencontrado?
Hoy, en el Domingo de Pascua de la Divina Misericordia, estamos invitados a ponernos en contacto con la “indecible” consecuencia de la presencia resucitada de Jesús en nosotros y entre nosotros. La palabra de Dios menciona esa consecuencia y sus manifestaciones. La presencia de Jesús Resucitado en nosotros y entre nosotros es motivo de caída del temor (del miedo, del repliegue, del encierro, de la ceguera, del mutismo) con el consecuente surgimiento de la alegría como estado de vida permanente frente a Él. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor” Cuando nosotros, como ellos, podemos ver a Jesús Resucitado con los ojos de la fe, que es el don de la paz en nosotros y entre nosotros, podemos experimentar alegría de su presencia. La experiencia de la alegría del Señor Jesús Resucitado en nuestras vidas frente a nuestros temores, es fundamental en los tiempos que nos tocan vivir. Necesitamos esta alegría en nosotros y para los demás. Una presencia de Dios en nuestras vidas que no suscite alegría es altamente cuestionable para nuestro entorno; y a su vez, una alegría vivida por el solo hecho de la presencia resucitada de Jesús en nuestras vidas, es altamente cuestionante para quienes no puedan o no quieran ver. Claro, esto solo es posible si dejamos que suceda… “llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»” por eso repito que esto es la fe, la experiencia de la fe, que nos permite el resto.
Las manifestaciones de esta experiencia son muy palpables:
- saberse enviado por el mismo Jesús
- recibir el Espíritu Santo del mismo Jesús
- la misión de perdonar
- Ser testigos de Jesús Resucitado en medio de nuestros pares
- hacer la experiencia de “creer sin ver”
- hacer la experiencia de una “esperanza viva”
- hacer la experiencia de hacernos parte de una “herencia incorruptible”
- vivir en una comunidad de fe: que escucha la Palabra, participa de la vida común, celebra la Eucaristía, comparte sus tiempos, talentos y recursos, hace de la vida familiar una experiencia de comunión, viven de la oración, organizan su vida con alegría y sencillez y se hacen queribles por su entorno por su testimonio vivo, sumando a los que el Señor mismo les acerca.

A Jesús Resucitado le gustaría poder decir hoy ¡Felices los que crean sin ver viéndolos amarse y alegrarse como Yo los amo y me alegro por ustedes y en ustedes! Alegremos a Jesús, alegremos a nuestra ciudad, alegrémonos nosotros, ¿no les parece que es justo y necesario?

P. Sergio Pablo Beliera