“…ayúdanos a
amar lo que nos mandas.” Acabamos de rezar
en la oración colecta de este domingo.
Eso es sin
duda una necesidad urgente que tenemos. Antes que nada necesitamos amar lo que
Dios ama que amemos. Si lo que Dios ama que yo ame no es objeto de un amor
decidido y decisivo para mí, nunca podré entender ni aproximarme a la grandeza
del amor cristiano a que nos desafía Jesús.
Lo que nos
manda Jesús es amar a Dios y al prójimos porque ambos con sujetos únicos y
merecen toda nuestra atención. Y si no logramos amar este mandamiento de doble
rostro en una misma persona, no nos es posible amar de verdad, amar como Dios
nos ama a cada uno. Porque el gran privilegio del hombre es que se lo ha hecho
capaz de mar como Dios ama y ese privilegio es una demanda interna que busca su
satisfacción.
¡Que
belleza¡ ¡Que grande es la bondad de Dios para con el hombre¡ ¡Que precioso e
inigualable punto de partida y horizonte se nos ofrece¡
Ayúdanos a
amar lo que nos mandas porque lo que nos mandas es Amar y no sólo Amor. No es
un sentimiento sublime, sino una dinámica continua que lo abarca todo, por eso
es “Amarás”.
Una dinámica que nos pone en movimiento continuo de amar. No es una opción sino
es sustrato mismo de todo el edificio de nuestra existencia. Es estar presente
en el amar. Por el sólo hecho que así es Dios, él está en un continuo amar.
Este
movimiento de amar lo abarca todo, lo incluye todo, lo penetra todo: “Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu
espíritu.” Está presente en todo lo que somos y por lo tanto en todo lo
que hacemos. Jesús va hasta el fondo de la cuestión fundamental de lo que une y
religa a Dios y el hombre, no nos propone un mandamiento más o una simple
síntesis de todos, sino aquello que está en la esencia de un mandamiento de
Dios, no ser algo externo a nosotros sino íntimo y vinculante para siempre y
siempre.
Así, “Amarás
con todo…” se corresponde a todo lo existente, ya no es una cuestión de
capacidad, de reciprocidad, sino un estar como Dios involucrado en Amar a todos
con todo lo que soy, y no en la mera circunstancia, ocasión o elección. Dios y
mi prójimo entran de lleno en este “Amarás” que no puedo eludir sin
dejar de amarme a mi mismo.
Es muy
importante para los tiempos que corren no acentuar sino la unidad de todo el
dinamismo del amar. Sin recalcar demasiado a Dios por un lado, al prójimo por
otros y a sí mismo por otro. Si remarcar en la línea de Jesús que el verdadero
y más pleno amor a sí mismo está en amar a Dios y al prójimo con una total
intensidad, sin menguar nada.
Por otro
lado, es muy necesario resaltar que el “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.”, comienza claramente
en un haberse dejado amar por Dios con todo. Y se continua en una profunda
admiración por semejante amor y bondad y por la felicidad que eso implica para
nosotros. Y por lo tanto, se corona con el intenso y profundo deseo de
asemejarnos a Dios que ama de tal manera, para ser uno con Él en el Amor.
El amor al
prójimo siempre será un sano y nítido testeo o examen personal si estamos en
este “Amarás”
o nos hemos distraído en otras cosas. Por eso ponerlo aparte sería perder un
punto objetivo de referencia que necesitamos para reconocernos y que los demás necesitan
para reconocernos como amados de Dios que aman a Dios y todo lo que Él ama.
P. Sergio-Pablo Beliera