lunes, 26 de noviembre de 2012

Homilía Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo, Ciclo B, 25 de noviembre de 2012


Homilía Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo, Ciclo B, 25 de noviembre de 2012
“Mi realeza no es de este mundo…” El problema de las relaciones entre Dios y el mundo no es un tema menor ni para Dios, ni para los creyentes, ni para el mundo.
Recordemos que ese tema es motivo de conversación en medio del momento clave de la condena a Jesús y motivo de una inscripción muy discutida en la misma cruz. Jesús a abordado el tema además en su vida pública con varios ejemplos.
Para quienes creemos en Jesús, los intereses de Jesús se vuelven los nuestros, porque Él mismo ha hecho de nuestros problemas claves sus intereses principales.
Jesús no defiende una postura para sí, sino que toma una posición y es consecuente con ella pensando amorosamente en nosotros.
También es un tema fundamental para nosotros que vivimos insertos en este mundo sin ser del mundo. Y cuanto más crece nuestra unión con Dios, más crucial se vuelve nuestra respuesta a la relación con el mundo.
Dios no se impone al mundo, sino que el mundo depende de Él, y solo tiene entidad en cuanto está en relación con Él. Por eso el mundo es siempre en primer lugar, creación amorosa de Dios. Dios piensa, quiere y hace el mundo. En cambio el mundo no se puede pensar, querer y hacer a sí mismo ni a Dios. El mundo sobre el que Dios tiene una influencia decisiva es el mundo que Él ha creado porque lo ha amado en su intimidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En cambio sobre el mundo que los hombres hemos generado fruto de nuestro propio modo de pensar, de querer y de hacer sin Dios, como es solo una ilusión que exista, está llamado a no influir sobre Dios y a que Dios no quiera tener ninguna influencia sobre este mundo. De ahí que Jesús no haya venido como un reformador o un transformador de las realidades temporales, llamadas a desaparecer. Él ha venido y permanece entre nosotros como el que hace referencia permanentemente a ese otro mundo en el que Él habita y nosotros estamos invitados a habitar. Un mundo donde Dios y el hombre permanecen en comunión.
“Mi realeza no es de este mundo…”, es pues, una posición clara de Jesús, que ha venido a influir decididamente sobre el mundo de relaciones en las que Él tiene un lugar principal, como origen y modelo de ese mundo. La realeza de Jesús no está pues sujeta a las relaciones temporales y espaciales que conocemos y construimos al margen de Dios. Su realeza se mueve en un mundo de relaciones donde el tiempo y el espacio no son un condicionamiento. Él ejerce su realeza desde la condición de Siervo, Maestro y Amigo; de Vida, Luz y Verdad; de Hijo, Salvador y Resucitado… Su poder es un poder real que transforma todo lo que toca, que ensalza al que se humilla, que levanta al que cae, que cura al enfermo, que perdona al pecador, que ama y no odia, que espera y no desespera, que congrega y no confronta, que recoge y no desparrama, que ilumina y no enceguece, que da y no quita, que hace nuevas todas las cosas, que resucita y no mata, que hace permanecer ante el peligro constante de disgregación.
Su poder no lo posee a la fuerza, no lo hereda de otro, no lo toma para sí, no es fruto de ninguna mayoría, de ningún consenso humano, no es fruto de saciar las necesidades básicas insatisfechas de los hombres o de un tiempo.
“…el dominio, la gloria y el reino…”, le fueron dados a Jesús por su Padre, con el objeto de salvar, de liberar, de hacernos concientes de que somos amados, de iluminarnos con la luz de su vida, con la luz de su palabra, con la luz de su testimonio, expresado en toda su existencia antes de nosotros y entre nosotros. Justamente es verdadero poder, porque no es usado para sí mismo, sino para nosotros. Y por eso mismo no se impone sino por su ternura que invita a nuestra libertad a dar su consentimiento, a nuestro corazón a abrirse a semejante experiencia, a nuestra mente a concebir una Verdad que nos supera pero que nos libera. Su poder nos seduce por su humildad, por su mansedumbre, por su paciencia, por su belleza, por su silencio, por su aparente fragilidad llena de una potencia incalculable.
Solo desde esta perspectiva única en la Historia, Jesús manifiesta claramente: “Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”. La verdad es que el poder y la gloria se hayan en una dimensión distinta de donde la buscamos los hombres cuando creemos tener el poder y la gloria. Y por eso: “Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido”, como pasan y se destruyen los que dominan desde el punto equidistante de Dios. El mundo que el hombre construye debería aprender de este Rey para aportar algo sustancial a lo cotidiano. Jesucristo, Señor de la Historia, te necesitamos.

P. Sergio-Pablo Beliera