domingo, 11 de agosto de 2013

Homilía 19º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 11 de agosto 2013


Homilía 19º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo C, 11 de agosto 2013

"Vendan sus bienes y denlos como limosna".
El pasado 7 de agosto el Papa Francisco ha hecho a los argentinos una maravillosa llamada a la generosidad e invitando a una limosna que permita siempre nuestro encuentro personal con el pobre. A quienes no lo hayan escuchado o leído se lo recomiendo vivamente.
Es que el Señor no puede contabilizar nuestro dinero dado sino nuestro darnos a nosotros mismos y, el recibir al otro en mi vida como verdadero tesoro acumulable.
¡Que bueno que nuestro Dios no sea un Padre calculador! sino un Padre amoroso que quiere que sus hijos se quieran, sobre todo en la indigencia.
Así nuestro darnos es sincero y libre, va directo a su objeto: la generosidad y la apertura de corazones.
Cuando la limosna no somos nosotros mismos salimos de su verdadero sentido. Y cuando el que pide limosna no es recibido por mí como un hermano y amigo que me es dado como tesoro y bien único, me distancio del don que viene hacia mí.
Sólo de esta manera se hace real, fiable y accesible lo que Jesús hizo y nos dio hoy: "Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo."
Quien pide, quien necesita, no debe distancirse ni olvidarse que su propia indigencia es una oportunidad que lo pone en lazo con sus hermanos y que su propio pedir es el pedir de Dios en él, que mendiga el pan de un amor más grande que llene el cielo mismo.
El que pide también puede dar esperanza al que da, porque ambos se hermanan en el don.
Somos nosotros esas bolsas que no se desgastan. Cada uno... es allí donde acumulamos el tesoro del Reino que se nos ha regalado, que se nos ha dado como un don que no se desgasta ni se puede robar, porque es un tesoro inagotable que viene del Cielo, se arraiga en el Cielo de nuestro corazón y sube al Cielo de la Casa del Padre.
"No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino." ¡Es que nuestro Padre a querido darnos nada más y nada menos que el Reino! No podemos negarnos a dar este regalo. Si tememos dar nuestras vidas al Reino que hemos recibido, es que no lo estamos recibiendo tal cual el es y se nos da. Cuando dejamos crecer el temor a darnos a nosotros mismos como tesoro a ser recibido y cuando tememos recibir a los otros como tersoro a ser acogido en nosotros, entonces renunciamos al sentido verdadero y pleno de nuestra pequeñez de hijos amados por el Padre. Somos su Rebaño, y como tales somos cuidados y amados, el temor no cabe en esta condición, el miedo es una forma de negación de nuestra más profunda condicón de pertenencia del Padre. Y aún más, nuestro vínculo con Jesús se deteriora, porque Él es el Reino que nos ha sido dado, Él es el tesoro que recibo y llevo en la bolsa de mi propia existencia, Él es el tesoro inagotable del Amor del Padre que nos ha dado lo mejor, lo mucho, la abundancia que solo puede ser recogida en nuestra exitencia.
Y para hacer nuestra bolsa debemos esmerarnos:  "Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas."
Una actitud atenta, en un sano estado de vigía o de alerta. "¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!". Es el trabajo que se nos ha encomendado, es el estado en el que Dios quiere encontrarse con nosotros. Vigías que vigilan, vigías que están en vigilia permanente, con su mente abierta, con su corazón reblandecido. Nuestra vestidura es la oración insuflada de caridad. Es la caridad que se eleva al cielo en plegaria. Es así como estamos preparados. No basta con vigilar, con estar despierto sino no se sirve en la caridad. Y no basta con una caridad que no nos eleva hasta Dios mismo.
Nuestra lámpara de la fe bien provista del aceite del consuelo, ilumina toda nuestra existencia, mente, corazón, cuerpo, alma, fuerza y debilidad, deseo y esperanza, dejando todo al amparo de su luz, sin que nada de nada quede fuera. Una vida iluminada por la fe es una vida que se alimenta de la fe y que se hace testimonio vivo de su fuente de vida. Es la obra sobrepujada de fe y vida en una unidad única e inaterable por la fuerza que dimana de su Fuente, la misma Trinidad, que habita entre nosotros y en nosotros, dentro y fuera, en uno y en el otro.
Así preparados, lo maravilloso es que somos sorprendidos por la actitud del mismísimo Señor: "Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos." El servidor preparado y en espera es sorprendido por el amor de su Señor, que lejos de ponerlo en su condición de servidor, esa condición es asumida por el mismo Señor para con su servidor. Quien no se experimenta servido por el mismo Señor y continúa su exietncia esperando una retribución ignota y remota, no ha experimentado la Presencia viva y operante del Señor en su propia existencia y espera lo que no conoce.
Aveces preocupa cuando nuestra existencia creyente se ha salido de estos parámetros de don,vigilia y servicio; de fe, esperanza y caridad; de Padre, hijo y Reino; de servidor, servicio y servido.
"Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más". Menos mal... Porque se me dio Dios mismo, y se me pide a Dios mismo; se me confió a Dios mismo y se me reclama a Dios mismo; en la existencia de mi hermano y en mí mismo.

P. Sergio-Pablo Beliera