domingo, 9 de octubre de 2011

HOMILÍA 28º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 9 DE OCTUBRE DE 2011


HOMILÍA 28º DOMINGO DURANTE EL AÑO, CICLO A, 9 DE OCTUBRE DE 2011
La globalización es si duda un bien, más aún cuando esto significa la universalización de las relaciones, la integración de valores comunes, el intercambio de culturas y la conciencia de una humanidad única frente a los desafíos del presente y del futuro.
Pero, lejos de ser una novedad, el universalismo está presente desde el principio en el querer de Dios, en el plan original de Dios. Como dice el profeta: El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados.” Los hombres, estamos hechos para anchos horizontes desde el principio y lo traemos en nuestro ADN. No proviene de nuestra ambiciones sino de nuestro ser más íntimo. Todos los particularismos que conocemos no pueden desdecir la vocación humana a lazos universales que incluyan a todos. Primero, lazos con un Dios que nos trasciende, segundo con una humanidad de múltiples colores y leguajes, tercero con una obra inmensa y variada que expresa toda la riqueza del Creador y Padre de todos y de todo.
Así, podemos decir que la llamada, es la primera expresión que conocemos que nos anuncia que no estamos hechos para vivir para nosotros, y que la elección de un horizonte en el que desarrollarnos como personas, no sale de un soliloquio con nuestras capacidades o de las necesidades del mercado y gustos de la época. Dios llama, y lo hace en forma de invitación, de invitación a una fiesta, y no cualquier tipo de fiesta sino una de casamiento, “…Vengan a las bodas.” Una fiesta en la que el centro de la convocatoria es el amor que nos hace uno, que es fecundo y hace crecer a la humanidad.
Extrañamente por algún motivo, los hombres nos robamos la llamada. No dejamos que El que llama hable, se exprese, diga lo que tiene que decir. Y nos atribuimos la llamada a nosotros mismos, a motivos personales en torno a gustos o capacidades, de época o de mercado. Pero además, en el camino no dejamos de sumarle a sus insistentes llamadas, motivos disuasivos, justificaciones increíbles y todo tipo de desaires… no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.” Pero, ni aún así podemos hacer que Dios no siga en su voluntad de celebrar y de llamarnos a la fiesta universal de vivir para amar según su amor. Dios tiene más motivos que nosotros para no desistir y para insistir. Quien pretende callar la voz de Dios y a sus mensajeros, se alza ante un imposible… 'El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren'.”
Queda claro que Dios como Padre, y como Anfitrión principal de la Fiesta no se deja llevar por las condiciones de sus invitados, ni lo desaniman nuestra incapacidad, ni se deja llevar por nuestra bondad o maldad manifiesta. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.” El tiene motivos interiores, El conoce de que estamos hechos, pero más aún sabe para que estamos hechos. Y nos llama a ser y hacer lo que somos.
Habrá un día en que nos presentaremos a la Fiesta llevados por la invitación que se nos hace. Un día dejaremos nuestras preocupaciones, nuestros prejuicios, nuestros motivos egoístas, nuestra tendencia a lo masificante, y daremos una respuesta personal de acuerdo con los horizontes amplios del que nos invita, del que nos llama, del que nos convoca. Un día alcanzaremos la altura y la anchura de sus designios de amor y la esperanza nos conducirá hasta la puerta de la Fiesta. Un día dejaremos de mirar nuestro micromundo para ver el macromundo de Dios y lo haremos nuestro.
Ese día puede ser hoy. Hoy puedo devolverle al Autor de la llamada el poder de llamarme, de invitarme a su Fiesta. Hoy puedo sentirme libre de responder a su llamada, de dar respuesta afirmativa a su invitación. Hoy ya puedo estar en la Fiesta y “gozar de su amorosa compañía” como parte de una humanidad de hermanos. Sí, porque la universalidad de Dios, se llama hermanos. Nuestra esencial vocación de hijos es también nuestra vocación esencial de hermanos de todos.

P. Sergio Pablo Beliera