Son horas duras de la humanidad, donde
distinguir bien de mal se hace difícil por un lado porque se esgrimen
argumentos de un lado y del otro que confunden y polarizan. Y por otro porque
siendo a veces tan evidente el bien y tan evidente el mal, uno no entiende
porque el hombre toma por el camino que evidentemente no debe transitar y
abandona aquel por el que si debe caminar.
Las lógicas del poder, de la fuerza y de la
violencia, se imponen contra las lógicas del encuentro, del diálogo, de la
amistad universal.
Poblaciones civiles enteras son sometidas en
este mismo momento por grupos que sólo creen en la lucha por la fuerza, en la
muerte del otro como solución a los conflictos. Niños, ancianos, familias
enteras, discapacitados son las víctimas más usuales en estas horas.
Y entonces porque no hacerse la pregunta
antigua y nueva cada vez: ¿Porqué el malo
triunfa y el bueno es víctima constante?
¿Hasta cuando triunfará el injusto y el
justo sufrirá?
¿Tiene remedio esta humanidad por la que
Dios mismo en la persona de Jesús el Hijo Amado ha sido víctima de la violencia
humana?
Las tentaciones de soluciones rápidas y prácticas
es constante, y más aùn frente a la angustia y frente a la evidencia del mal.
Pero, ¿si
no creemos en que el malo pude convertirse en bueno, que esperanza aportamos al
mundo? ¿Si sólo nos queda el camino de la supresión del otro aunque sea malo,
que novedad aportamos a un mundo viejo de violencia?
El trigo bueno, la buena semilla de trigo debe
crecer, debe madurar. Y su crecimiento y madurez no depende de la cizaña, de la
mala semilla, sino de sí misma.
Es el credo de la bondad que no puede ser
superada por la bondad ya que una es belleza y la otra fealdad, una es
atrayente y la otra repulsiva, una congrega y la otra dispersa.
Es el credo de la paciencia que permite
distinguir y no tomar decisiones apresuradas, cortoplacistas y rígidas. Ya que
los buenos solo pueden dar frutos buenos en la medida que se mantienen en la
paciencia y los malos pueden cambiar a buenos frente a la paciente evidencia de
la bondad. Sólo en la paciencia se educa y se aprende.
Es el credo de la madurez como solución
definitiva y no de los apurones de crecimiento y erradicación. Sólo en la
posibilidad de la madurez el hombre puede probar que Dios no se ha equivocado
en dar su sangre por nosotros, que podemos madurar hacia la gratitud, hacia la
evidencia. Como Jesús dejó madurar al Mateo, a Pedro, a Zaqueo, al buen ladrón,
a Judas mismo… Unos evidentemente dieron el buen fruto de un trigo abundante y
otro de una maldad sin sentido.
Es el credo de la misericordia siempre vigente,
frente a la justicia humana imperfecta siempre en transformación. La
misericordia de Dios puede cambiar el escenario de mi corazón y el escenario
mundial del mal. El Dios misericordioso e indulgente que o se deja apurar por
el arrebato de los violentos y que recibe el clamor de los pacíficos es el que
tiene para aportar un cambio radical a la humanidad obstinada.
Es el credo de que lo que es malo en sí mismo
nunca puede transformarse en bueno. Un arma para matar solo sabe matar y no
puede convertirse en otra cosa. Una nación armada hasta los dientes (ejemplo de
la sobre dimensión de lo malo) no puede provocar otra cosa que males de sus vecinos.
Una sociedad de consumo exacerbado no puede provocar otra cosa que la
injusticia de no dar generosamente de lo que ni siquiera necesita. Nuestra
justicia de castigos unilaterales y vengativos, que no llega al corazón del
hombre, que no se preocupa y ocupa del que sufre hasta sanarlo de raíz, es y
seguirá siendo una mala solución que es al final un ano solución.
El Padre compasivo e indulgente, misericordioso
y conversor, tiene la razón primera y última de todo y no se equivoca en
esperar hasta el final e ir a fondo en cada hombre esperando un cambio radical
y maduro del hombre.
“Tú, Señor, Dios compasivo y bondadoso, lento
para enojarte, rico en amor y fidelidad, vuelve hacia mí tu rostro y ten piedad
de mí.”
El sigue apostando, ¿Y nosotros?
P. Sergio-Pablo Beliera