Partamos de la experiencia común que hoy vemos tan
asiduamente entre nosotros. Podríamos llamarla: el rechazo a ser examinados.
Pongamos algunos ejemplos que nos ayuden:
El nivel de aceptación de exámenes que prueben nuestros
conocimientos adquiridos, ha ido disminuyendo al punto de estigmatizar la
prueba, todo examen. Desarmando casi por completo el andamiaje necesario para
saber donde estamos frente a un conocimiento y la misma experiencia de
aprendizaje. Separando aprendizaje de examinación, que como diría un gran
profesor, es la última oportunidad de enseñar de un maestro y la última de
aprender de un alumno de ese maestro.
Por otro lado, en el fondo de este entramado, ha crecido
la importancia que le damos a la aprobación o desaprobación de los otros, a la
mirada de los otros y las pretensiones de los otros. Así muchos viven
cotidianamente ajustándose a esas pretensiones de los otros y ha hacer de eso
la fuente de sus elecciones de vida. Por otro lado, llegando en algunos al
rechazo absoluto de esa mirada aprobatoria o no, han decidido emanciparse por
la vía de la ruptura o de la huida de la mirada de los otros, congregándose en
tribus de pares donde nadie los cuestione.
Algo más sucede en torno a este tema, y es el hacer
trampa para alcanzar pasar una prueba. Lo vemos recurrentemente en el deporte,
que actúa como muestra de lo que se vive en otros niveles de la sociedad. La
corrupción de la información, de la comunicación, de la enseñanza, y de lo
vivido, lo ha contaminado todo. Queremos ser grandes con mínimos esfuerzos, o a
costa de esfuerzos que implican la degradación de nuestra persona y de nuestra
conciencia.
Hipócritamente vivimos en una sociedad que hace todo lo
posible por quitar el esfuerzo, el dolor, o el sufrimiento de en medio, y a la
vez vive mirando para otro lado frente al inmenso mar de esfuerzos, dolores y
sufrimientos de la mayoría de la humanidad, que hoy no podemos decir que
desconocemos.
Cada vez se repite la voz de los que dicen sin pudor: “Dicen
los impíos: Tendamos trampas al justo, porque nos molesta y se opone a nuestra
manera de obrar…”
Ocultar la ejemplaridad es un recurso recurrente de
quienes no quieren cambiar. Nuestros niños y jóvenes nos lo ponen de manifiesto
ya que así lo han aprendido de nosotros, cada vez que justifican sus deseos
socialmente aprendidos y de su propia experiencia del pecado en su persona,
cuando nos dicen: “todos los hacen”,
sacando a la luz la ejemplaridad de la masa que va en la vida sin ninguna
visión crítica y, descartando la ejemplaridad de aquel uno que deberían ser
ellos, de ir dónde y como es bueno y mejor vivir porque hace crecer y madurar.
Vamos por la vida tan apegados al precepto de ser
felices, que hacemos casi todo tipo de opciones y acciones posibles que hacen
imposible que lo seamos. Ser grandes y felices se ha vuelto tan complejo que se
ha vuelto una experiencia de lo imposible. Es la paradoja que presentan las
palabras de Santiago hoy: “Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo
que desean, matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se
hacen la guerra.”
Jesús, nos ha dado el ejemplo como primer enseñanza.
Antes que hablar de lo que debemos hacer nosotros nos muestra que es lo que Él
vive y está eligiendo vivir de aquí para adelante. Muestra sus opciones que ya
vive y está dispuesto a seguir viviendo: “Jesús… enseñaba y les decía: “El
Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres
días después de su muerte, resucitará”.” Jesús, se deja examinar, poner
a prueba en su entrega, para que al final sólo queden el amor al Padre y los
hombres necesitados de ese Padre.
Es lo que el espíritu del mal intenta con nosotros cada
día, cuando las cosas se nos ponen difíciles: “Pongámoslo a prueba con ultrajes
y tormentos, para conocer su temple y probar su paciencia. Condenémoslo a una
muerte infame, ya que él asegura que Dios lo visitará.” Es lo que viven
crudamente hoy miles de cristianos perseguidos en África, Medio Oriente o Asia.
Pero que lo que también nosotros vivimos sutilmente cada día cuando rechazamos
el camino de la prueba necesaria y casi diría imprescindible para ir para
adelante desde lo que somos, desde lo que maduramos, desde lo que crece y
necesita espacio y tiempo.
La calidad de vida común, de vida fraterna, habla de
nuestras elecciones más profundas y de nuestra madurez. Pero no sólo una vida
fraterna próxima, sino también la vida fraterna que se expanda hasta donde haya
un humano, especialmente un humano no amado.
Jesús, se entrega a sí mismo por amor al Padre y por
nuestra libertad, eso lo hace grande entre nosotros. La dimensión envolvente de
su entrega es nuestra garantía de su genuinidad, gratuidad e incondicionalidad.
Es nuestra hoja de ruta cada vez. Él no está dispuesto a dejar atrás la prueba
que pone de manifiesto quien es, que eligió ser y que está dispuesto a darnos
como vida y como ejemplo a seguir.
Por eso, una vez que ha dejado de manifiesto cual es su
camino y su vida, nos interroga a nosotros para ayudarnos a sacar a la luz lo
que no podemos o no queremos ver por nosotros mismos: “¿De qué hablaban en el camino?”
Es la pregunta del examen que debemos afrontar para no perder el rumbo en medio
del camino.
Conocemos la respuesta a esa pregunta: “…habían
estado discutiendo sobre quién era el más grande.” Así estamos muchas
veces nosotros, desenfocados de lo importante, de lo urgente y necesario, que
no es rivalizar o compararse con los otros sino darse y entregarse a los otros
como Jesús.
“¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay
entre ustedes?... Donde hay rivalidad y discordia, hay también desorden y toda
clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo,
pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y
dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera.’… “El que quiere ser el
primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.”
Nuestra prueba de pasión, muerte y resurrección pasa por
aquí cada día. Como Jesús y con Jesús, estamos invitados permanentemente a
recibir, a acoger, a abrazar lo insignificante para el mundo y lo valioso para
Dios. Libres de comparaciones y rivalidades, para darnos más y más a nuestro
Dios y a los no amados de este mundo.
“¿De qué hablaban en el camino?”
De cómo vivir como tu Jesús, y “…ser entregado en manos
de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”
Pasando la prueba
necesaria que deja de manifiesto nuestro amor al Padre.
Y hacernos como tu Jesús, “el
último de todos y el servidor de todos”, para amar primero como tú nos
amas, Maestro y Señor.
P. Sergio-Pablo Beliera