homilía 30º
domingo durante el año, ciclo a, 23 de octubre de 2011
No
es ajeno a ninguno de nosotros que muchas veces cuando decimos algo eso tiene
un significado muy preciso para nosotros pero no necesariamente para los demás.
Las palabras guardan significados objetivos pero también significados
personales inviolables. Porque el que se comunica es una persona que hace
experiencias, sus palabras se van cargando de un significado personal que
enriquece no solo el lenguaje sino la existencia misma.
Hoy,
al plantearnos que es lo principal, lo primero frente a la persona de Dios, nos
estamos preguntando por cual es la experiencia fundamental frente a la persona
de Dios. Pero este mismo interrogante no es lanzado al vacío sino a la misma
persona de Jesús, el Hijo Amado de Dios, que se ha hecho uno de nosotros por
amor al Padre y por nuestra salvación. La pregunta entonces pasa a ser: ¿Jesús,
cuál es tu experiencia fundamental con Dios?
La
respuesta de Jesús, nace de la experiencia fundante del pueblo de Dios en el
desierto. Pero esa misma respuesta no es la que el pueblo a enunciado por sí
mismo, sino que Dios mismo es el que se la ha revelado al pueblo. Jesús da una
respuesta personal fundada en la experiencia de Dios con su pueblo y en la
experiencia del pueblo con su Dios. Él la hace suya a esta experiencia, a este
significado. Y al hacerla suya, la hace nuestra porque Jesús como Hijo Amado,
representa a todo el hombre y a todos los hombres.
La
respuesta así se entiende en una dimensión mayor y más plena. Jesús parte desde
esta expresión: “Amarás
al Señor, tu Dios”. Dios solo ha pedido ser amado. Dios solo
quiere ser amado. Dios espera solo ser amado. No basta que creamos en Dios.
Necesitamos amar a Dios. Nuestra vocación es amar a Dios, Señor de nuestras
vidas. Esto es, necesitamos establecer vínculos de amor con Dios. Una relación
en la que se ponga en juego la dimensión del amor entre Dios y mi persona. Y
que ese amor a Dios, con Dios, tenga alta repercusión en mi vida de tal modo
que sea insustituible. Estoy llamado a ser un enamorado de Dios.
Nuestro
Amado Jesús, no se detiene en indicarnos que, sino que hace suya la propuesta
del como: “con todo…” repite por tres veces. El amor a Dios, la relación
de amor con Dios es totalizante, toma todo de mí para darse con amor a Él. No
cabe la parcialidad, la fragmentación, la atomización en el amor a Dios. El que
lo es Todo, solo puede entrar en consonancia de amor conmigo si yo me pongo
todo al amarlo.
El
amor a Dios pasa por “todo el corazón”, todo el centro
vital de mi persona queda involucrado. Con toda la vitalidad de mi persona
puedo amar a Dios, toda mi vitalidad puede comprometerse en semejante amor y
encontrar su sentido más pleno y plenificante.
El
amor a Dios pasa por “toda el alma”, si el corazón es el elemento
humano, el alma es el elemento divino. Con toda la divinidad de Dios en mí
puedo amar al autor de la misma. El alma que viene de Dios necesita explayarse
por entero en el amor a Dios porque eso es lo que sabe verdaderamente hacer.
El
amor a Dios pasa por “todo el espíritu”, todo el ser
pensante y libre queda comprometido en el amor a Dios, “pensar en Dios amándolo”,
amarlo para pensar siempre en Dios. Toda mi voluntad e inteligencia están
hechas para amar libremente a Dios y solo si le permitimos, si nos permitimos
amar a Dios con todo el espíritu pensante y con toda la voluntad libre,
pensamiento y voluntad encontraran su plenitud. De otra manera quedarán
hambreadas buscando pan donde no hay.
Pero
el amor a Dios tiene una semejanza inseparable, y es el amor al prójimo. El
amor a Dios se derrama en amor a mis semejantes con los que comparto la imagen
y semejanza de Dios. Amar a mis hermanos no es un añadido, es intrínseco al
amor a Dios y extensión del mismo. Y a la vez, cuando el amor al prójimo es
sincero y genuino, lleva al amor a Dios sin escala.
Toda
la revelación de Dios (la Ley y los Profetas) es para que lo amemos y nada
temamos de Él y nada menoscabemos de nosotros en amarlo. Como Jesús en cada
Eucaristía amemos a Dios dándonos con Él.
P. Sergio Pablo Beliera