domingo, 31 de marzo de 2013

Homilía Domingo de Pascua, Ciclo C, 31 de marzo de 2013


Los relatos de la Resurrección de Jesús, son muy ricos porque, reproducen una experiencia muy vivida y vivida sin demasiada comprensión. Lo cual es ya un anuncia para nosotros que recibimos este testimonio, creemos pero no por la fuerza de unos relatos elaborados por la racionalizad de querer convencer, sino por la alegría de querer dar testimonio de la superación de toda mera comprensión racional o afectiva de semejante acontecimiento, de dimensiones únicas.
Un verbo quiero rescatar hoy, para hacer nuestra esta experiencia de Jesús Resucitado. Es el verbo correr… Es Pedro quien corre. Corre después de haber recibido el testimonio de las mujeres, que como tales tenía todo muy bien previsto para embalsamar a su Maestro Jesús. Pedro, al escuchar el relato de la situación imprevista vivida por las mujeres corre hacia el sepulcro.
Es nuestra primera reacción frente a un anuncio semejante, correr… y corremos hacia el sepulcro… corremos para corroborar… para comprobar lo que se nos refiere… corremos y al ver las cosas tal cual se nos han transmitido, habiendo hecho nosotros la experiencia, ya no volvemos a los nuestros de la misma manera.
El creyente en la resurrección de Jesús, como nosotros en esta mañana, corre movido por un testimonio vivo de una multitud de creyentes que nos han precedido y nos acompañan en el presente.
Este correr con ansias para ver que ha sucedido verdaderamente es un signo vivo que el Señor Jesús, no ha pasado de manera indiferente por nuestras vidas hasta ahora. Corremos porque ansiamos encontrarnos.
No corremos en vano, corremos hacia el mismo Señor… La fe en la resurrección es un movimiento apresurado hacia el Señor. La fe en la resurrección de Jesús, le da a nuestras vidas ese movimiento que el miedo y el derrotismo de tantos acontecimientos adversos quieren impregnarnos. Correr como discípulos de Jesús Resucitado es una acción de enamorados. Nos apresuramos a ver al que nos ama y al que amamos.
La tibieza de los incrédulos, los razonamientos fríos, la pura emotividad, necesitan de la experiencia de ponerse a la carrera para ver que es lo que ha pasado con el Señor Jesús, que ya no está entre los muertos, entre las experiencias de muerte, sino que Vive y vive entre los vivientes.
Por eso, la primera expresión que debemos rescatar de nuestra fe en Jesús Resucitado es la del testimonio vivo, apresurado, urgente… y además admirado. Porque quien se ha apresurado a ver que es esa experiencia de Jesús Resucitado, vuelve admirado, despabilado de la experiencia gris y tristona de los que no los mueve nada que no les sea conocido y dominable.
Creamos y corramos con una multitud de mujeres y hombres porque: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día». Y así fue, es y será por los siglos de los siglos.

P. Sergio-Pablo Beliera

Homilía Vigilia Pascual, Ciclo C, 30 de marzo de 2013


Envuelta “aún en las tinieblas de la noche”, María Magdalena, se deja llevar por un deseo profundo de completar lo inacabado; se dirige hacia el sepulcro en el que ha visto depositar a Jesús muerto.
Aún en las tinieblas de su fe, de su esperanza y de su caridad. Aún en los albores de su fe, de su esperanza y de su caridad por Jesús, va hacia el lugar donde ha quedado sus últimas vivencias con el Señor Jesús.
A pesar de todo y de si misma, María Magdalena va, se mueve hacia, se pone en marcha… Un movimiento en el que no espera más que lo conocido, no espera ser sorprendida por algo inesperado.
Envueltos “aún en las tinieblas de la noche”, un deseo profundo nos ha traído hasta aquí. No necesariamente un comprensión acabada del misterio, sino los sedimentos de una relación vivida con el Señor Jesús. Como impregnados de unas palabras y de unos gestos que nos superan, pero realizados ante nuestra presencia. Atraídos por un movimiento de reconocimiento y de valoración del Señor Jesús, vamos hacia el lugar donde lo hemos dejado.
Pero el Señor Jesús no está en el pasado, no permanece en donde lo hemos dejado, ¡quien sabe porque y para que!
“Vio y creyó”…
¿Qué es lo que vio con sus humanos y de discípulo?
Vio que el Señor Jesús ya no estaba… Vio la ausencia de su cuerpo, de su presencia física, vio el despojo de Jesús de los signos de la muerte, sus mortajas… Vio que evidentemente no estaba dónde lo habían dejado y de la forma en que lo habían puesto… Vio que las palabras escuchadas hacia una hora se concretaban… Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.” Y también: “los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar»… Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.” Y, “«Poco tiempo estaré aún con ustedes y me iré a aquel que me envió. Me buscarán y no me encontrarán, porque allí donde yo estoy ustedes no pueden venir».”
Es verdad, el Señor Jesús, vive en nosotros, ha resucitado, ha dejado las formas conocidas por una vida escondida en el Padre…
Verlo ahora es contemplarlo… Quien contempla sale de lo conocido y se adentra en lo desconocido, que está fuera de la comprensión racional, pero como una nueva luz para la razón. Jesús ha resucitado de las tinieblas para entrar definitivamente en el mundo de la Luz, en la que reina el Padre… Quien contempla es llevado a esa Luz. Salimos de las tinieblas que son el umbral del amanecer y nos adentramos en la Luz nueva de Jesús Resucitado… La noche de nuestro pensamiento que no alcanza a comprender… La noche de nuestro corazón que no llega a acoger… La noche de nuestras obras que no llegan a permanecer…
Pero, ¿qué es lo que creyó?
No ciertamente con una fe propia, alcanzada por sí mismo, ni tampoco heredada por la tradición, ya que Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.” ¿Qué fe es entonces? Es la fe de Jesús, es la comprensión del mismo Señor en la que se apoyan. Creer no es un acto sostenido por nosotros sino sostenido por el vínculo indisoluble de Jesús con el Padre y la Memoria del Espíritu: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí… Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí… el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.”
En esta Noche, “aún en las tinieblas de la noche”, somos:
Resucitados en nuestra fe, como experiencia de Jesús Resucitado de entrar… “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.”. Entrar en nuestro pensamiento, en nuestro corazón, en nuestras obras y alumbrar en nosotros su pensamiento, su corazón, su obra… Es él quien ha entrado al sepulcro de nuestra existencia y ha salido para abrirnos del encierro opresor a una vida nueva sin techo, sin paredes y sin cimientos que no sean el cobijo que nos da el dejarlo salir de nosotros cada vez y dejarlo entrar cada vez… Ahora si se puede realizar en nosotros su palabra: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.” Es así como somos confirmados en la verdadera obediencia.
Resucitados en nuestra esperanza, como experiencia de vivir en el horizonte de Jesús resucitado. “Abraham, el padre de ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de alegría”. La esperanza en el Resucitado nos abre a una experiencia de gozo que no necesita afirmarse en los goces del presente sino en la promesa fiel que Quien nos ha llamado a caminar y a vivir en Él y con Él es capaz de colmarnos más allá de todas nuestras experiencias y expectativas. La esperanza de Jesús Resucitado es un estremecimiento de gozo en el Padre y en los que esperan junto a Él. La esperanza del Resucitado que estamos recibiendo es la visión de su Día, esperado con perseverancia y fidelidad. Día que estamos celebrando y que podemos celebrar con él desde ahora y para siempre porque en este Día permanecemos. Es así, como somos confirmados en nuestra verdadera pobreza.
Resucitados en nuestra caridad, amando a Dios y nuestros hermanos como somos amados por Jesús Resucitado. Una caridad que provienen no ya de la mera compasión sino de la Comunión de amor que Jesús vive con el Padre y que Él ahora vive en nosotros como nos anunció en la Cena: “… yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre… Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.”
Una caridad como la de Jesús, el Enviado del Padre, un amor mutuo que escucha y actúa: “«No tienen vino»…«Hagan todo lo que él les diga»…probó el agua cambiada en vino” “… baja antes que mi hijo se muera”… “«Vuelve a tu casa, tu hijo vive»”.
“Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina»…
“Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»… Jesús le respondió: «Háganlos sentar»… Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó…”…
“«Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?». Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».”… “«Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». «… respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego... El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.”…
Y finalmente, “«Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo… Jesús lloró… «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar».”
Es así, como somos confirmados en nuestra verdadera castidad.
Adentrémonos en “las tinieblas de la noche”, para ver y creer con Cristo Resucitado y ser sus testigo en todas las noches aún vigentes entorno a nosotros, con la fe y la obediencia, con la esperanza y la pobreza, con la caridad y la castidad de Jesús Resucitado en nosotros.

P. Sergio-Pablo Beliera