Envuelta “aún en las tinieblas de la noche”, María Magdalena, se deja
llevar por un deseo profundo de completar lo inacabado; se dirige hacia el
sepulcro en el que ha visto depositar a Jesús muerto.
Aún en las tinieblas de su fe, de su esperanza y de su caridad. Aún
en los albores de su fe, de su esperanza y de su caridad por Jesús, va hacia el
lugar donde ha quedado sus últimas vivencias con el Señor Jesús.
A pesar de todo y de si misma, María Magdalena va, se mueve hacia,
se pone en marcha… Un movimiento en el que no espera más que lo conocido, no
espera ser sorprendida por algo inesperado.
Envueltos “aún en las tinieblas de la noche”,
un deseo profundo nos ha traído hasta aquí. No necesariamente un comprensión
acabada del misterio, sino los sedimentos de una relación vivida con el Señor
Jesús. Como impregnados de unas palabras y de unos gestos que nos superan, pero
realizados ante nuestra presencia. Atraídos por un movimiento de reconocimiento
y de valoración del Señor Jesús, vamos hacia el lugar donde lo hemos dejado.
Pero el Señor Jesús no está en el pasado, no permanece en donde lo
hemos dejado, ¡quien sabe porque y para que!
“Vio y creyó”…
¿Qué es lo que vio con sus humanos y de discípulo?
Vio que
el Señor Jesús ya no estaba… Vio la ausencia de su cuerpo, de su presencia
física, vio el despojo de Jesús de los signos de la muerte, sus mortajas… Vio
que evidentemente no estaba dónde lo habían dejado y de la forma en que lo
habían puesto… Vio que las palabras escuchadas hacia una hora se concretaban… “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque
yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi
Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.” Y también: “los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?». Jesús
les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar»… Por
eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto,
y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.” Y, “«Poco
tiempo estaré aún con ustedes y me iré a aquel que me envió. Me buscarán y no
me encontrarán, porque allí donde yo estoy ustedes no pueden venir».”
Es
verdad, el Señor Jesús, vive en nosotros, ha resucitado, ha dejado las formas
conocidas por una vida escondida en el Padre…
Verlo
ahora es contemplarlo… Quien contempla sale de lo conocido y se adentra en lo
desconocido, que está fuera de la comprensión racional, pero como una nueva luz
para la razón. Jesús ha resucitado de las tinieblas para entrar definitivamente
en el mundo de la Luz, en la que reina el Padre… Quien contempla es llevado a
esa Luz. Salimos de las tinieblas que son el umbral del amanecer y nos
adentramos en la Luz nueva de Jesús Resucitado… La noche de nuestro pensamiento
que no alcanza a comprender… La noche de nuestro corazón que no llega a acoger…
La noche de nuestras obras que no llegan a permanecer…
Pero,
¿qué es lo que creyó?
No
ciertamente con una fe propia, alcanzada por sí mismo, ni tampoco heredada por
la tradición, ya que “Todavía no habían
comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.”
¿Qué fe es entonces? Es la fe de Jesús, es la comprensión del mismo Señor en la
que se apoyan. Creer no es un acto sostenido por nosotros sino sostenido por el
vínculo indisoluble de Jesús con el Padre y la Memoria del Espíritu: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí… Yo soy el Camino,
la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí… el Espíritu Santo, que el
Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he
dicho.”
En esta
Noche, “aún en las tinieblas de la noche”, somos:
Resucitados en nuestra fe, como experiencia de Jesús Resucitado de
entrar… “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre
lo amará; iremos a él y habitaremos en él.”. Entrar en nuestro pensamiento, en nuestro corazón, en
nuestras obras y alumbrar en nosotros su pensamiento, su corazón, su obra… Es
él quien ha entrado al sepulcro de nuestra existencia y ha salido para abrirnos
del encierro opresor a una vida nueva sin techo, sin paredes y sin cimientos
que no sean el cobijo que nos da el dejarlo salir de nosotros cada vez y
dejarlo entrar cada vez… Ahora si se puede realizar en nosotros su palabra: “Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento
no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen
en mí.” Es así como somos
confirmados en la verdadera obediencia.
Resucitados en nuestra esperanza, como experiencia de vivir en el
horizonte de Jesús resucitado. “Abraham, el padre de
ustedes, se estremeció de gozo, esperando ver mi Día: lo vio y se llenó de
alegría”. La esperanza en el Resucitado nos
abre a una experiencia de gozo que no necesita afirmarse en los goces del
presente sino en la promesa fiel que Quien nos ha llamado a caminar y a vivir
en Él y con Él es capaz de colmarnos más allá de todas nuestras experiencias y
expectativas. La esperanza de Jesús Resucitado es un estremecimiento de gozo en
el Padre y en los que esperan junto a Él. La esperanza del Resucitado que
estamos recibiendo es la visión de su Día, esperado con perseverancia y
fidelidad. Día que estamos celebrando y que podemos celebrar con él desde ahora
y para siempre porque en este Día permanecemos. Es así, como somos confirmados
en nuestra verdadera pobreza.
Resucitados en nuestra caridad, amando a Dios y nuestros hermanos
como somos amados por Jesús Resucitado. Una caridad que provienen no ya de la
mera compasión sino de la Comunión de amor que Jesús vive con el Padre y que Él
ahora vive en nosotros como nos anunció en la Cena: “… yo los llamo
amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre… Lo que yo les
mando es que se amen los unos a los otros.”
Una caridad
como la de Jesús, el Enviado del Padre, un amor mutuo que escucha y actúa: “«No tienen vino»…«Hagan todo lo que él les
diga»…probó el agua cambiada en vino” “… baja
antes que mi hijo se muera”… “«Vuelve a tu casa, tu hijo vive»”.
“Había allí un hombre que estaba enfermo desde
hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo
que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». El respondió: «Señor,
no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a
agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes». Jesús le dijo: «Levántate,
toma tu camilla y camina»…
“Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran
multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de
comer?»… Jesús le respondió: «Háganlos sentar»… Jesús tomó los panes, dio
gracias y los distribuyó…”…
“«Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien
te ha condenado?». Ella le respondió: «Nadie, Señor». «Yo tampoco te condeno,
le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante».”… “«Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido
ciego?». «… respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras
de Dios. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva
y lo puso sobre los ojos del ciego... El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya
veía.”…
Y finalmente,
“«Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de
que crean. Vayamos a verlo… Jesús lloró… «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto
salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un
sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar».”
Es
así, como somos confirmados en nuestra verdadera castidad.
Adentrémonos en “las tinieblas de la noche”,
para ver y creer con Cristo Resucitado y ser sus testigo en todas las noches
aún vigentes entorno a nosotros, con la fe y la obediencia, con la esperanza y
la pobreza, con la caridad y la castidad de Jesús Resucitado en nosotros.
P. Sergio-Pablo Beliera