domingo, 25 de marzo de 2012

HOMILÍA 5º DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B, 25 DE MARZO DE 2012


HOMILÍA 5º DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B, 25 DE MARZO DE 2012

Conocer, aprender… son deseos innato impresos en lo más propio de nuestro ser de creaturas de Dios.
Darse a conocer, enseñar… son actitudes propias de Dios que nos ha creado para compartir con nosotros su más íntima Comunión.
¿Cuál es el ámbito en el que el hombre conoce y aprende con mayor realismo y crudeza, sin vuelta atrás? Pregunta obviada, pregunta silenciada, pregunta olvidada, pregunta negada… Sin embargo ella vuelve una y otra vez para recibir su respuesta, clama desde lo más íntimo de nuestro ser, y por eso mismo no puede ser silenciada.
El principio de una respuesta podemos encontrarlo en estas palabras de la carta a los hebreos: Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión.” ¡Gran sabiduría la de Dios! Introdujo la semilla de la pregunta y la respuesta en los más íntimo del hombre para que no la podamos eludir. La oración es el lugar para dirigir nuestras preguntas más existenciales y el lugar para recibir las respuestas por parte de Dios, que nos escucha.
El hombre conoce y aprende de sí mismo, de los demás y de Dios en el sufrimiento. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos…” El que pretenda otra escuela, no hace otra cosa que retrasar su aprendizaje. Tan simple como que sabemos que es el pan cuando lo tuvimos y nos falta. Tan simple como que aprendemos el valor de respirar cuando tenemos dificultades para hacerlo. Tan simple como que sabemos lo que es un techo que nos cobije, cuando quedamos a la intemperie. Tan simple como que sabemos lo que es ser amado y amar cuando no somos amados y no amamos.
Sufrir está lejos de ser una privación, un obstáculo o un sin sentido. Sufrir es aprender a ser. Sufrir es aprender a encontrar quienes somos de verdad. Sin sufrimiento el hombre obvia el sentido de la propia existencia, de la de los demás y sobre todo la de Dios. Cuando sufrimos nos volvemos obedientes a nuestro ser y no a nuestro hacer. Por eso obedecer es ser. “…aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección…” Es verdad: existir, sufrir, aprender, obedecer y perfección son el camino cierto por el que el hombre transita para hacerse desde el sentido pleno y verdadero de lo que somos de cara a Dios, a los demás y a nosotros mismos. Obedecer es la “humilde sumisión” a lo que somos y no a lo que creemos que somos o nos engañamos que somos, la “humilde sumisión” es el profundo coraje de ser un hijo en condición de aprendizaje constante.
Quien haya sufrido, sabe que Jesús lo conoce y lo ama, porque el hizo ese recorrido a pesar de ser Hijo de Dios. "Señor, queremos ver a Jesús" afirman los hombres, y Jesús responde: “Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto… El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor… porque …cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Y no nos ha mentido, cuando un hombre sufre y se voltea hacia Jesús, sabe que él lo comprende, lo conoce, sabe que puede confiar en él. Si queremos ver a Jesús, debemos verlo en dónde él se ha encaminado decididamente, hacia lo profundo del surco trazado en la tierra del sufrimiento por el que el hombre sin sentido, fructifica en hombre con sentido, en hijo de Dios.
Todos los que sufren están llamados a dejar que en ellos se cumpla la promesa de Jesús: “… atraeré a todos hacia mí”. El sufrimiento que enseña, que da el conocimiento de sí, de Dios y de los hombres, es el que lleva directo hacia las alturas de Jesús, que sufrió en sí mismo pero no para sí: “llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen”. Quien no puede reconocerse en el sufrimiento de Jesús, quien no puede reconocer en el sufrimiento de Jesús, el sufrimiento del hombre todo, no puede correr su suerte de “…grano de trigo… que da mucho fruto”. Y hacer realidad la promesa que después del sufrimiento, “todos me conocerán, del más pequeño al más grande”.

P. Sergio Pablo Beliera