domingo, 19 de junio de 2011

HOMILÍA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, CICLO A, 19 DE JUNIO DE 2011


Homilía Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo A, 19 de junio de 2011
La danza es una experiencia que explica muchas de nuestras vivencias espirituales fundamentales. Hace años, un autor tituló un libro sobre un santo del siglo XX como “Dos bailarines en la pista”…
La danza es movimiento que expresa sentimientos profundos, es una narrativa corporal cuyo origen y motor está en el interior. Es una verdadera explosión exterior de movimiento interior.
Somos bailarines en la pista del plan amoroso de Dios, porque Dios en su intimidad es un danzante enamorado que como Padre se da a su Hijo amado y hace mover al mundo, que como Hijo busca al Padre y se ofrece a su movimiento y nos lleva con Él hacia el Padre, que como Espíritu Santo atraído por el movimiento del Padre y del Hijo se hace Él mismo movimiento de amor que atrae a todos hacia el Padre y el Hijo.
La existencia de la Santísima Trinidad, no se explica con complicados razonamientos, sino que se expresa en los vínculos de fe, esperanza y caridad que se generan en un vínculo amoroso con la totalidad de Dios. Así se entiende que la Palabra de Dios hable de la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con la naturalidad de algo que está entre nosotros y en nosotros y que más que explicación, necesita ser vivida en toda su riqueza.
Es adentrándonos en el vínculo con el Padre creador, Padre de Jesús y Padre nuestro donde nace la experiencia de maravillarnos de su obra creadora que abarca la contemplación del inmenso y móvil universo hasta la complejidad del hombre y del más minúsculo de los componentes de la materia y del mundo espiritual.
Es adentrándonos en el vínculo con el Hijo Amado Jesús, nuestro hermano y Señor, donde nace la experiencia de adoración y acción de gracias por su amor fiel hasta el extremo que conmueve hasta la entrañas del más duro y distraído de los hombres, y nos sumerge en un deseo de imitación, seguimiento y profunda identificación para ser uno con Él en nosotros como Él se hace uno con nosotros.
Es adentrándonos en el vínculo amoroso con el Espíritu Santo Señor y Dador de Vida, Padre de los pobres, Defensor nuestro, Guía espiritual e Intérprete de las palabras y gestos de Jesús el Hijo Amado, como nos volcamos a la alabanza y bendición del conocimiento de todo lo que viene del Padre y conduce a Él, para ser santos como Dios es santo.
Un único Dios que se manifiesta en tres personas de una riqueza infinita que nos hacen rendirnos de amor ante tanto amor y desear ponernos en movimiento en su propio movimiento de creación, ofrecimiento y santificación. Desear entrar en todo Dios como Dios todo ha entrado en nosotros y nos habita por completo.
Los habitantes de nuestra ciudad buscan encontrar un Dios lleno de vitalidad y dinámica que le de sentido a la propia vitalidad y dinámica que viven a cotidiano. Lejos de su sensibilidad está un Dios rígido y falto de movimiento –que además no existe, porque Él aún en su serenidad es un movimiento arrollador de amor y gozo-. Y nosotros como testigos somos responsable de irradiar esa vitalidad y dinámica de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo a una ciudad que puede llegar a creer que lo que cuenta es sólo su propia dinámica y movilidad. Doble oportunidad para los que creemos en el Dios que nos manifestó Jesús, el Hijo Amado del Padre, animado y conducido por el Espíritu de Amor.
Somos bailarines en la pista de la intimidad de amor de Dios y de su plan maestro de amor de comunión con los hombres y de los hombres entre sí.
Si aceptamos este desafío que nos habita seremos plenos y daremos plenitud, como lo experimentó Jesús al decir: Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”
Dejémonos llevar por la riqueza de los místicos de la Iglesia que han experimentado tan vivamente a este Dios Trinidad, entre ellos por mencionar solamente a algunos: San Agustín, Santa Catalina de Siena y la Beata Isabel de la Trinidad.

P. Sergio Pablo Beliera