miércoles, 9 de septiembre de 2015

Homilía 23º Domingo Tiempo Ordinario, Ciclo B, 6 de Septiembre de 2015

“¡Sean fuertes, no teman:
Ahí está su Dios!
Llega la venganza, la represalia de Dios:
Él mismo viene a salvarlos!”.
Esta expresión del profeta Isaías, es por demás sugestiva. Frente al desaliento de los desahuciados de este mundo, para ellos mismos y para todos los autores de las injusticias, la represalia es muy desconcertante: Dios mismo viene en persona a salvarlos. Este hacerse presente en persona, en medio de las situaciones inauditas en la vida de las personas y de los pueblos, es la marca registrada de Dios, que Dios es Dios, y como es el proceder de Dios.
La venganza que Dios se toma frente a la víctima, el victimario y los testigos, es venir Él en persona a dar la respuesta adecuada. Ese hacerse presente en persona es un romper el silencio y por lo tanto el aislamiento del que sufre
Dios rompe el silencio, porque tiene el oído abierto y atento. Dios habla porque se deja traspasar por las experiencias humanas. Es Dios porque no es indiferente, olvidadizo, sordo y menos ‘tartamudo’ en sus palabras, y menos aún impotente en sus gestos y signos.
El hombre llora su desgracia, Dios se hace cargo de las mismas.
Jesús lo ha hecho por horas y horas de su vida pública entre nosotros, lo hecho por días enteros, en cada ciudad o región por la que ha pasado. Han sido meses y años enteros de entrega a sacar a la luz situaciones que no eran otra cosa que vergüenza, desprecio y olvido para muchos.
Jesús, “atravesando el territorio” humano en toda su extensión, recibe todo lo que sale a su paso. Es Él el que primero se muestra abierto y disponible, susceptible de ser interpelado por las circunstancias humanas más disímiles.
En Jesús, Dios siempre Escucha.
En Jesús, Dios siempre tiene una Palabra.
En Jesús, Dios siempre tiene un Gesto.
Jesús siempre se adentra en los territorios resistentes abriéndolos a su novedad. Su atravesar no pasa inadvertido. Así como Dios en el principio de la Creación se paseaba por el Jardín, Jesús en la era de la Salvación se pasea por el Jardín de nuestras existencias. Y se pasea para encontrarnos.
No se puede advertir en Él ninguna reticencia. No hay ‘peros’, no hay apuros que no le permitan detenerse, por eso se deja proponer: “Entonces le presentaron a un sordo tartamudo y le pidieron que le impusiera las manos.” Presentarle a Jesús las personas… es el principio de una novedad, es el inicio de una oportunidad, de obra de renovación, de restauración. Nos hacemos cargo sin poseer lo que sólo Dios en la persona de Jesús puede tomar a cargo.
Cuando le presentamos las personas a Jesús, Él se pone en marcha e inicia su obra. Sus decisiones pueden resultar sorprendentes y fuera de todo método repetitivo. Jesús sorprende con el uno a uno de cada una de sus decisiones.
“Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte…” Jesús comienza a hacer por un lugar diferente del propuesto. Nos separa de la multitud, nos hace entrar en un ‘estado de intimidad’. Nos lleva aparte, como Dios llevo a aparte al pueblo para recrearlo, para reeducarlos, para hacerlo suyo, así obra Jesús con nosotros. Es un gesto único y por su mismo carácter habla de amor, de compasión, de compromiso personal, de hacerlo suyo a este sordo y tartamudo que somos cada uno de nosotros. Porque no oímos bien, hablamos mal. Y sólo escuchando bien podemos hablar bien.
Jesús obra con nosotros como un verdadero médico, aplica su método como médico, usa su ciencia médica: “…le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua…” Sus dedos y su saliva obran como medios para transmitir su sanación, pero, aún más es el dedo creador de Dios quien toca los oídos, y la fuente de agua de vida la que pone su saliva en la lengua trabada. Es en principio un obrar silencioso en la intimidad. Un dejarse hacer de nuevo por nuestra parte y, un hacer de nuevo por parte de Jesús porque a veces la creación no está acabada y para eso está el Salvador.
La restitución de la ‘Escucha’ requiere de un estado de ‘intimidad’ para que Dios obre. De una separación de la multitud, de sus miradas y de sus comentarios. Dios obra en el silencio de una relación interpersonal que nos hace experimentar uno, íntimos. Es en la ‘Escucha’ silenciosa donde Dios nos toca con sus dedos creadores.
A la ‘Escucha’ le sucede obrar la restitución del habla, para hablar de Dios, ya que Dios nos ha hablado al corazón y así ha restituido la libertad de nuestra lengua.
Pero nada termina de ser hecho sin la exclamación que surge de las profundidades del cuerpo de Jesús. De las profundidades de su ser, de su conciencia amorosa surge la súplica, el mandato y la bendición: “Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”.”
Y se abren las compuertas de los oídos y de la legua. Abierto el oído para la ‘Escucha’ que recibe su primera escucha, la de ‘Ábrete a la Escucha’, presta atención a la ‘Escucha’, has como Dios que ‘Escucha’.
Y quien ‘Escucha’ abierto a Dios, habla de la ‘Escucha’ con Dios y, de lo que ha Escuchado abierto, de Dios.
A tal punto que ni la misma orden de Jesús de callar puede obedecerse porque lo que se ha vivido es imparable.
¿Cómo callar el obrar de Dios en la intimidad? “Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.”
¿Somos sordos y tartamudos restituidos desde el obrar y la escucha de Dios que hablan proclamando en medio del mundo maltrecho “Todo lo ha hecho bien”?
¿Surge desde nuestras conciencias creyentes ese credo esencial y primero, frente al escándalo de la injusticia humana: “Todo lo ha hecho bien”?
Si es que no somos sordos ni tartamudos, retomemos y alcemos la voz para decir el bien que Dios nos ha hecho y todo el bien que Dios hace con su Escucha, su Palabra y sus Gestos.
Que nuestras vidas sean un Sacramento vivo de la Bondad y la Belleza de Dios, “¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman?”

P. Sergio-Pablo Beliera