“¡Sean fuertes, no teman:
Ahí está su Dios!
Llega la venganza, la represalia de
Dios:
Él mismo viene a salvarlos!”.
Esta expresión del profeta Isaías, es
por demás sugestiva. Frente al desaliento de los desahuciados de este mundo,
para ellos mismos y para todos los autores de las injusticias, la represalia es
muy desconcertante: Dios mismo viene en persona a salvarlos. Este hacerse
presente en persona, en medio de las situaciones inauditas en la vida de las
personas y de los pueblos, es la marca registrada de Dios, que Dios es Dios, y
como es el proceder de Dios.
La venganza que Dios se toma frente a
la víctima, el victimario y los testigos, es venir Él en persona a dar la
respuesta adecuada. Ese hacerse presente en persona es un romper el silencio y por
lo tanto el aislamiento del que sufre
Dios rompe el silencio, porque tiene
el oído abierto y atento. Dios habla porque se deja traspasar por las experiencias
humanas. Es Dios porque no es indiferente, olvidadizo, sordo y menos ‘tartamudo’
en sus palabras, y menos aún impotente en sus gestos y signos.
El hombre llora su desgracia, Dios se
hace cargo de las mismas.
Jesús lo ha hecho por horas y horas
de su vida pública entre nosotros, lo hecho por días enteros, en cada ciudad o
región por la que ha pasado. Han sido meses y años enteros de entrega a sacar a
la luz situaciones que no eran otra cosa que vergüenza, desprecio y olvido para
muchos.
Jesús, “atravesando el territorio”
humano en toda su extensión, recibe todo lo que sale a su paso. Es Él el que
primero se muestra abierto y disponible, susceptible de ser interpelado por las
circunstancias humanas más disímiles.
En Jesús, Dios siempre Escucha.
En Jesús, Dios siempre tiene una
Palabra.
En Jesús, Dios siempre tiene un
Gesto.
Jesús siempre se adentra en los
territorios resistentes abriéndolos a su novedad. Su atravesar no pasa
inadvertido. Así como Dios en el principio de la Creación se paseaba por el
Jardín, Jesús en la era de la Salvación se pasea por el Jardín de nuestras
existencias. Y se pasea para encontrarnos.
No se puede advertir en Él ninguna
reticencia. No hay ‘peros’, no hay apuros que no le permitan detenerse, por eso
se deja proponer: “Entonces le presentaron a un sordo tartamudo y le pidieron que le
impusiera las manos.” Presentarle a Jesús las personas… es el principio
de una novedad, es el inicio de una oportunidad, de obra de renovación, de
restauración. Nos hacemos cargo sin poseer lo que sólo Dios en la persona de
Jesús puede tomar a cargo.
Cuando le presentamos las personas a
Jesús, Él se pone en marcha e inicia su obra. Sus decisiones pueden resultar
sorprendentes y fuera de todo método repetitivo. Jesús sorprende con el uno a
uno de cada una de sus decisiones.
“Jesús lo separó de la multitud y,
llevándolo aparte…” Jesús comienza a hacer por un lugar diferente del
propuesto. Nos separa de la multitud, nos hace entrar en un ‘estado de
intimidad’. Nos lleva aparte, como Dios llevo a aparte al pueblo para
recrearlo, para reeducarlos, para hacerlo suyo, así obra Jesús con nosotros. Es
un gesto único y por su mismo carácter habla de amor, de compasión, de
compromiso personal, de hacerlo suyo a este sordo y tartamudo que somos cada
uno de nosotros. Porque no oímos bien, hablamos mal. Y sólo escuchando bien
podemos hablar bien.
Jesús obra con nosotros como un
verdadero médico, aplica su método como médico, usa su ciencia médica: “…le
puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua…” Sus
dedos y su saliva obran como medios para transmitir su sanación, pero, aún más
es el dedo creador de Dios quien toca los oídos, y la fuente de agua de vida la
que pone su saliva en la lengua trabada. Es en principio un obrar silencioso en
la intimidad. Un dejarse hacer de nuevo por nuestra parte y, un hacer de nuevo
por parte de Jesús porque a veces la creación no está acabada y para eso está
el Salvador.
La restitución de la ‘Escucha’
requiere de un estado de ‘intimidad’ para que Dios obre. De una separación de
la multitud, de sus miradas y de sus comentarios. Dios obra en el silencio de
una relación interpersonal que nos hace experimentar uno, íntimos. Es en la ‘Escucha’
silenciosa donde Dios nos toca con sus dedos creadores.
A la ‘Escucha’ le sucede obrar la
restitución del habla, para hablar de Dios, ya que Dios nos ha hablado al
corazón y así ha restituido la libertad de nuestra lengua.
Pero nada termina de ser hecho sin la
exclamación que surge de las profundidades del cuerpo de Jesús. De las
profundidades de su ser, de su conciencia amorosa surge la súplica, el mandato
y la bendición: “Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que
significa: “Ábrete”.”
Y se abren las compuertas de los
oídos y de la legua. Abierto el oído para la ‘Escucha’ que recibe su primera
escucha, la de ‘Ábrete a la Escucha’, presta atención a la ‘Escucha’, has como
Dios que ‘Escucha’.
Y quien ‘Escucha’ abierto a Dios,
habla de la ‘Escucha’ con Dios y, de lo que ha Escuchado abierto, de Dios.
A tal punto que ni la misma orden de
Jesús de callar puede obedecerse porque lo que se ha vivido es imparable.
¿Cómo callar el
obrar de Dios en la intimidad? “Jesús les mandó insistentemente que no
dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en
el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: Hace oír a los
sordos y hablar a los mudos”.”
¿Somos sordos y
tartamudos restituidos desde el obrar y la escucha de Dios que hablan
proclamando en medio del mundo maltrecho “Todo lo ha hecho bien”?
¿Surge desde
nuestras conciencias creyentes ese credo esencial y primero, frente al
escándalo de la injusticia humana: “Todo lo ha hecho bien”?
Si es que no somos sordos ni
tartamudos, retomemos y alcemos la voz para decir el bien que Dios nos ha hecho
y todo el bien que Dios hace con su Escucha, su Palabra y sus Gestos.
Que nuestras vidas sean un Sacramento
vivo de la Bondad y la Belleza de Dios, “¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de
este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha
prometido a los que lo aman?”