lunes, 11 de mayo de 2015

QUE EL ALMA SE EJERCITE EN LA ORACIÓN CONSTANTE

QUE EL ALMA SE EJERCITE EN LA ORACIÓN CONSTANTE

San Buenaventura, de la "Vida perfecta para religiosas"

A quien eligió a Cristo por esposo y desea adelantar en espíritu, le es en gran manera necesario que ejercite su alma en constantes prácticas de oración y en devociones; porque, a la verdad, el religioso indevoto y tibio, que no frecuenta asiduamente la oración, no sólo es miserable e inútil, sino que delante de Dios lleva un alma muerta dentro de un cuerpo vivo.

Y tiene tanto poder la devota oración, que sirve para todo, y en todo tiempo puede el hombre ganar por medio de su ejercicio: en invierno y en verano, en tiempo sereno y de lluvias, de noche y de día, en días festivos y feriales, en enfermedad y en salud, en la juventud y en la ancianidad, estando de pie, sentado y caminando, en el coro y fuera del coro; aún más: a veces se gana más orando una hora que todo lo que pueda valer el mundo, porque con una pequeña oración devota gana el hombre el reino de los cielos.

Tres cosas te son necesarias para la perfecta oración.
La primera es que, cuando estuvieres puesta en oración, entonces, con levantado ánimo y corazón, cerrados todos los sentidos, debes sin ruido pensar con corazón dolorido y contrito en todas tus miserias, a saber, las presentes, las pasadas y las futuras.

Lo segundo que es necesario en la oración a la esposa de Dios es la acción de gracias, esto es, que con toda humildad dé gracias a Dios su Creador, por los beneficios de él recibidos ya y de los que ha de recibir en adelante. Pues nada hay que haga al hombre más digno de las gracias del Señor como el manifestársele siempre reconocido y darle gracias por los dones recibidos.

Lo tercero que necesariamente se requiere para la perfecta oración es que tu alma en la oración no piense más que en esto solo: que estás orando. Puesto que es muy indecoroso que uno hable con Dios con la boca, y el corazón esté pensando en otras cosas; que medio corazón se dirija al cielo y el otro medio se quede en la tierra.


No te engañes, no te decepciones, no pierdas el gran fruto de tu oración, no pierdas la suavidad, no vayas a frustrar la dulzura que debes sacar de la oración. Pues la oración es un vaso, con el cual se saca la gracia del Espíritu Santo de la fuente que mana de la Santísima Trinidad. Cuando estás en oración, debes recogerte toda en ti misma, y entrar con tu amado en el aposento de tu corazón, y permanecer allí sola con él solo, y olvidarte de todas las cosas exteriores, y levantarte sobre ti con todo el corazón, con toda el alma, con todo el afecto, con todo el deseo, con toda la devoción. Y no debes aflojar el espíritu de la oración, sino, por largo tiempo, subir hacia arriba por medio del ardor de la devoción, hasta que entres en el lugar del tabernáculo admirable, a la casa de Dios.

domingo, 10 de mayo de 2015

Homilía 6° Domingo de Pascua, Ciclo B, 10 de mayo de 2015

Las declaraciones de amor, son unas de las experiencias humanas más destacables de nuestra condición. Extraodinaria experiencia de declarar el amor, estraordinaria experiencia la de recibir una declaración de amor… ¡Que deseable!
Hoy, los invito en primer lugar a apreciar y aprender de nuevo de esa experiencia, sobre todo, cuando esa declaración de amor ha sido gratuita, desinteresada, cuando ella ha abarcado por completo nuestro ser y la del ser amado, cuando no ha sido con el deseo de poseer sino con el deseo de morir de amor y por amor… No pensemos sólo en la experiencia de pareja, hay muchas declaraciones de amor a lo largo de la vida que no tiene que ver sólo con esa dimensión. ¿Puedo reconocer y recoger esta experiencia? Hagámoslo para aproximarnos…
Jesús hace a lo largo de su vida muchas declaraciones de amor, están dispersas a lo ancho de todo el Evangelio. Encontrarse con ellas es encontrarse con el corazón de Jesús y su amor perdurable, persistente, insoslayable. Aquel que más puede costarnos hoy día…
Hoy tenemos una de esas declaraciones de amor: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes…” Podría uno pasarse la vida entera sólo en estas palabras, degustando ese arrebato de amor, ese inconfundible amor proclamado. ¿Qué impacto tiene en nosotros? Es aquí, donde me queda claro aquello de: “una sóla palabra tuya me bastará”.
El primer amor que Jesús declara pública y abiertamente es el que Él recibe del Padre. Es el Padre quien le ha declarado su amor incondicional y, es ese amor incondicional el que Jesús experimenta del Padre cada vez. El Padre se enamoró del Hijo y el Hijo persive y constata ese amor envolvente, que una y otra vez frente a los logros y los fracasos, Jesús experimenta que le basta, como lo primero y lo último, como lo esencial. Jesús se experimenta traspasado por ese amor paterno de Dios.
Y, porque Jesús se sabe amado por el Padre, nos declara su amor en la misma medida. Eso es inmensamente sorprendente… Nosotros somos amados por Jesús como Él es amado por el Padre… Recibo el mismo amor y en la misma medida. ¡Que increible! ¡Que increible creible amor! Aquí debería postrarme y no seguir más que la corriente de ese amor…
Es inpensable para Jesús y, para el mundo necesitado de creer, un discípulo suyo que no viva de degustar, de volver una y otra vez sobre este amor. Es este amor recibido el que tenemos para dar en la medida que nos sujetamos firme y perseverantemente a el. Dar otro amor de menor dimensión es un desperdicio, una imprudencia, una injusticia, un entretenimiento falaz… La gente que nos rodea, los que nos cruzamos, con los que compartimos distintos espacios y tiempos en la vida, los no amados que recorren la ciudad y habitan en ella, reclaman con urgencia este amor que como fruto abundante y duradero debería salir de nosotros hacia ellos, porque lo hemos recibido y no podemos dejar de darlo. “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero.”
Como diría el Papa Francisco, están lo que se refugian en su consagración, en sus familias, en Caritas, en las organizaciones humanitarias, para dar sólo su amor y se olvidan de dar el Amor de Jesús, el Amor de Dios por cada uno en cada circunstancia. Nadie puede dar menos de lo que ha recibido: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado.”
Es por eso mismo que no somos siervos sino amigos. Y somos amigos porque escuchamos en nuestro interior la urgencia de Amor del Padre, del Hijo Jesús y nos lanzamos a amar como somos amados. “…yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.” No es el oído el que ha escuchado, sino la intimidad del Corazón puesto en el Corazón. Es un mandato del alma y no de la piel, de la razón, de la voluntad o de las circunstancias. Es la urgencia de vivir con Jesús ese Amor y con Él decir a todos nuestros hermanos, sobre todo a los no amados: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes…” “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.”


P. Sergio-Pablo Beliera