domingo, 22 de junio de 2014

Homilía Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo A, 22 de junio de 2014

“… el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.” He aquí el programa de vida de Jesús, expresión de su ser y de su hacer, de su vocación y de su misión. Jesús nos da el Pan de Vida que no es otro que su propia Carne, esa que asumió en el seno virginal de María, y que entregará cruentamente en el altar de la Cruz, como Cordero Inmolado, Inocente, e Inmaculado, para la Vida del mundo que le da muerte, y al que el quiere darle Vida, esa que por sí mismo el mundo no puede recibir sino es desde Jesús mismo, porque esa la voluntad y la obra del Padre.
Vale la pena ponerse frente a este programa hecho vida en Jesús e interrogarse de manera orante: ¿el pan que yo doy a mis hermanos es mi propia carne para que haya vida en ellos, “mientras en mí acontece la muerte” 2Cor 4,12?
La carne de Jesús nos da la Vida porque Él es la Vida, en Él reside la Vida, y la Vida se da en Él porque la recibe continuamente del Padre, no es un bien adquirido sino un Don.
Mientras el mundo lucha por la autonomía, Jesús se consagra a la comunión de vida, a una interrelación de vida continua que se dona y desborda abundantemente sobre el mundo. Jesús busca la unión, que es adentrarse en el otro porque el Padre se adentra en nosotros y nos da su misma vida a través del Hijo Amado, hasta llamarnos a nosotros hijos suyos.
En la Eucaristía, Pan de Vida, el Esposo Jesús, se adentra en la cámara nupcial de la fe para desposar a sus discípulos, así el Esposo da su Carne a su Esposa que se hace carne de su Carne y vida de su Vida.
No hay vida en nosotros sin la Vida que proviene del Padre y pasa por Jesús en la Eucaristía. Así la Eucaristía no es un sacramento más entre los demás sacramento, sino el sacramento de la Comunión en la Carne de Jesús.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día... El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.”
Es en la Carne y en la Sangre de Jesús donde recibimos la Vida eterna. Es en su obra máxima de la Cruz y la Resurrección donde el discípulo que come, que mastica con hambre desmesurada, de donde recibe la vida que no puede darse por sí mismo. Es en la Sangre derramada en las copas de los discípulos dispuestos a dejarlas llenar por Jesús hasta el borde, de donde llega la saciedad para el sediento discípulo, que ya no bebe del agua de los ríos para vivir sino de la Sangre de Jesús que mana de su costado abierto y empapa la tierra reseca de la humanidad sin Dios y por lo tanto sin vida.
Ahora, quien come la Carne y bebe la Sangre de Jesús para vivir de Él: “el que me come vivirá por mí”, esta llamado a permanecer en Jesús como Jesús permanece en Él.
La Eucaristía del Cuerpo y la Sangre de Jesús, nos devuelven al estado de fidelidad, de continuidad, de amistad, de filiación, de comunión ininterrumpida por el darse de Jesús y el recibir de los discípulos. Discípulos que ahora deben vivir dándose para que otros reciban la misma vida de Jesús como ellos la han recibido.
Todos nosotros sabemos la conmoción que esto produjo en los oyente de Jesús aquel día, fue un antes y un después. ¿Y en nosotros? ¿Llegamos al estado conmoción frente a la ofrenda de Jesús? ¿Es el encuentro con Jesús en su Carne y en su Sangre un antes y un después en mi relación esponsal con Él? ¿O estamos en el mismo estado de indiferencia que ha caído el mundo frente a Dios y por lo tanto frente a la Eucaristía?
“El hombre no puede vivir sin arrodillarse. Si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo. No hay ateos sino idólatras.” (F. Dostoievski) Por eso arrodillémonos ante semejante sacramento “con el fin de tributarle a la Eucaristía un culto público y solemne de adoración, amor y gratitud” (Papa Urbano IV en el año 1264). Público y solemne en mis gestos eucarísticos, para hacerme uno con Jesús Eucaristía. De adoración, amor y gratitud a Dios Amor, que en la Eucaristía se da a conocer dejándose asimilar por nuestra humilde condición y así pasemos a ser con Él Amor y Gratitud permanente, ante su Cuerpo y su Sangre Eucarístico, para hacernos uno con Él también en el cuerpo y la sangre de nuestros hermanos en la Caridad fraterna, verdadero fruto de la Eucaristía y condición para un culto verdadero y puro.


P. Sergio-Pablo Beliera